La obesidad constituye un grave problema de salud pública. Se la califica como la epidemia del siglo y, a nivel mundial, para su tratamiento y prevención, se le destinan recursos económicos y humanos. Pero los resultados son pobres porque hasta tanto no se cambie el modelo alimentario por uno basado en alimentos naturales, en sustitución de ultraprocesados, la epidemia no hará más que crecer amparada en una serie de falsas afirmaciones y de creencias populares. A continuación, cuatro mitos a desmitificar:
Creencia: El sobrepeso y la obesidad suelen atribuirse a un desequilibrio en el balance energético del organismo debido a un aumento de la ingesta calórica y una disminución del gasto energético.
Falso: En primer lugar, hay que preguntarse dónde están las calorías de ese desequilibrio. ¿Cómo puede ser que la caloría que es un concepto físico-matemático, y por tanto insustancial, se transforme en grasa adiposa? No se conoce. Es simplemente porque hemos aceptado esa creencia ampliamente difundida desde siempre.
Actualmente se sospecha de una relación causal entre obesidad y exposición a compuestos químicos (denominados “disruptores endócrinos”) debido a la correlación entre el aumento de la incidencia de sobrepeso y obesidad y la creciente incorporación de aditivos industriales a nuestra alimentación. El procesamiento químico suele aumentar la ingesta y también estimular su depósito como grasa. Por ello, la dieta, la actividad física o la genética aparecen como variables insuficientes para comprender la epidemia de sobrepeso y obesidad que afecta a la sociedad occidental actual. La mirada debe analizar factores biológicos, conductuales y ambientales.
Más aún, el apetito y la obesidad se ven como fenómenos sin relación alguna con el cerebro (algo más con la “mente”) como no sean la gula, la indolencia y la pereza (todos considerados defectos humanos dependientes del sujeto). No es de extrañar entonces el sentimiento de culpa que atormenta a muchos obesos. Sin embargo, la mayoría de las áreas fundamentales del cerebro que controlan la ingesta, están conectadas con el denominado “circuito de recompensa”. La necesidad de una parte del cerebro que se conoce como hedonista deja de coincidir con la necesidad nutricional. Se produce un desdoblamiento. En condiciones normales, es decir, cuando el entorno alimentario es el apropiado para nuestra especie, el organismo funciona con un acople entre la necesidad nutricional y el mecanismo hedonístico. Un entorno normal sería un ambiente alimentario que esté constituido por alimentos frescos y con escaso procesamiento químico.
Hemos generado un cerebro artificialmente hambriento inducido desde afuera hacia adentro. Ese cerebro quiere comer pero su hambre ya no responde a una necesidad nutricional interna sino a su propia necesidad, lo que lo convierte en algo difícil de revertir. Luego, ese cerebro hambriento se manifiesta a través de ansiedad, que se calma comiendo. En este caso el alimento funciona como ansiolítico.
Creencia: Se pueden comer alimentos catalogados como “light” libremente porque tienen menos calorías y no engordan.
Falso. Esta afirmación tiene un doble problema. Por un lado, el erróneo concepto de caloría (ya explicado) y, por el otro, la falsa creencia sobre las bondades de los comestibles etiquetados como “light o de bajas calorías”. La industria alimenticia agrega a la alimentación componentes (calóricos y no calóricos) que no tienen propósito nutricional pero sí sobre la necesidad de comerlos. Por tanto, se debería clarificar a la población cuáles son los alimentos que podríamos considerar saludables y cuáles son los comestibles de dudosa saludabilidad. En efecto, a través de publicidades y del nombre que le ponen a los productos, confunden al consumidor. Por ejemplo, ahora en vez de tener en el mercado dos tipos de leche, tenemos 4. ¿Cómo puede haber 4 tipos de leche? Tres de ellas no lo son y, por cierto, tampoco merecen esa noble denominación.
Los médicos obesistas debemos simplificar las cosas y proponer una vuelta a la alimentación natural, sin ultraprocesados. Porque hay evidencia médica que cuando una persona con sobrepeso u obesidad deja la alimentación ultraprocesada e industralizada se produce una regresión de las patologías metabólicas que la persona presentaba asociadas a la obesidad. Ese cambio alimentario global lo llamamos “transición nutricional” y en sentido contrario “anti-transición”.
Creencia: Para bajar de peso es necesario eliminar determinados alimentos como dulces, papas, pastas.
Falso. La dieta debe ser variada y equilibrada. Existe una amplia gama de alimentos apropiados para perder peso y su identificación es muy simple: lo más cercano a cómo lo conocemos en la naturaleza y que provenga de algún tejido que haya estado vivo. Muchos de estos son ricos en proteínas y otros en fibra. Fruta fresca, verduras y tubérculos, carnes, huevos, integran la lista de los saludables. Este conjunto alimentario suele ser pobre en carbohidratos y rico en proteínas y fibra con cantidades variables de cuerpos grasos.
Creencia: Con dieta y actividad física son suficientes para bajar de peso.
Falso. La actividad física ayuda en un tratamiento y es importante para la salud pero no es fundamental para bajar de peso. La cantidad de grasa corporal depende más de lo que comemos mientras que la forma del cuerpo se logra con ejercicio sobre el músculo. Es decir, una dieta alimentaria no logrará que la persona saque bíceps pero sí le quitará la grasa de alrededor del músculo. La dieta impacta más sobre la grasa corporal y el ejercicio físico, sobre el músculo trabajado.
Decidir revertir el sobrepeso o la obesidad implica una reestructuración cognitiva del conjunto de conocimientos que tiene la persona y que, de alguna manera, gobiernan sus comportamientos, sus tareas, sus objetivos. La persona tiene que invertir en eso para poder cambiar su vida. Se trata de un proceso individual, con el acompañamiento del médico especialista. Adicionalmente, algunos pacientes son buenos candidatos para coadyuvar el tratamiento con farmacoterapia antiobesidad que funciona interfiriendo los circuitos hedonísiticos y la transferencia de calor al ambiente. Lo primero alivia la ansiedad por comer y eso crea la condición más favorable para introducir los cambios alimentarios “antitransicionales”. Uno de estos fármacos es el mazindol.
En miras a buscar soluciones a la epidemia de sobrepeso y obesidad, son indispensables estudios epidemiológicos que indaguen sobre la vinculación entre la exposición a obesógenos (compuestos químicos de origen y estructura muy diversa, y que regulan de forma inapropiada el metabolismo de las grasas) y la obesidad, para facilitar la toma de decisiones en políticas de salud pública acertadas y despojadas de intereses sectoriales. Y esto a gran escala con una acción coordinada entre los gobiernos, los organismos de control, las empresas del sector alimenticio, los profesionales de la salud y los consumidores empoderados.
Por Julio César Montero, médico nutricionista, (MN 42765), presidente de Sociedad Argentina de Obesidad y Trastornos Alimentarios (SAOTA)