No traer sin caos, portátiles vocablos

Hoy se cumplen 45 años de la muerte de una de las escritoras mas importantes de nuestro tiempo, Alejandra Pikarnik

Un día como hoy, hace 45 años, perdía la vida una de las escritoras más influyentes e importantes de nuestra literatura: Alejandra Pizarnik.

 

 

Nacida en Buenos Aires en 1936, obtuvo su título en Filosofía y Letras por la Universidad de Buenos Aires y posteriormente viajó a Paris hasta 1964 donde estudió Literatura Francesa en La Sorbona y trabajó en el campo literario colaborando en varios diarios y revistas con sus poemas y traducciones de Artaud y Cesairé, entre otros.

 

 

Días contra el ensueño

“No querer blancos rodando
en planta movible.
No querer voces robando
semillosas arqueada aéreas.
No querer vivir mil oxígenos
nimias cruzadas al cielo.
No querer trasladar mi curva
sin encerar la hoja actual.
No querer vencer al imán
la alpargata se deshilacha.
No querer tocar abstractos
llegar a mi último pelo marrón.
No querer vencer colas blandas
los árboles sitúan las hojas.
No querer traer sin caos
portátiles vocablos”. 

De su primer libro “La tierra mas ajena”

 

Su marcado acento europeo, la tartamudez, los granos precoces, una sigilosa tendencia a engordar y el asma y la autopercepción física de la poeta minaron su autoestima, “esa sensación de angustia que trae el ahogo asmático y que, muchos años más tarde y ya convertida en Alejandra, Buma interpretaría como la manifestación de una temprana angustia metafísica” describe Cristina Piña en la biografía que le dedicó a la poeta.

Desde el secundario la literatura se erigió como uno de sus templos, tras aburrirse de los libros de la currícula escolar logrando convertirse en una suerte de contrabandista de textos: leía aquellas publicaciones “prohibidas” de Faulkner, de Sartre, de Artaud, el existencialismo fue su gran descubrimiento, también el surrealismo y la poesía de Rimbaud, Baudelaire y Mallarmé.

 

“sólo la sed
el silencio
ningún encuentro
cuídate de mí amor mío
cuídate de la silenciosa en el desierto
de la viajera con el vaso vacío
y de la sombra de su sombra”

Árbol de Diana

 

Terminados sus estudios secundarios, Alejandra cambió su nombre. El de nacimiento era Flora Alexandra Pizarnik, apodada Buma por su familia, que en idish – la lengua hablada por los judíos de origen europeo- quiere decir florcita, el diminutivo de Flora. La tierra más ajena (1955), su primer poemario, lo firmó como Flora Alexandra Pizarnik; tenía apenas 19 años. Pero para La última inocencia, editado al año siguiente, se definió por Alejandra Pizarnik.

Estudió Filosofía, luego Periodismo y más tarde Letras, pero también tomó clases pintura con Juan Batlle Planas, hasta que se decidió por escribir. Leyó mucho, indagó en corrientes estéticas y filosóficas, y navegó por los pantanos de su mente en las sesiones de terapia con el psicoanalista León Ostrov. Esa relación fue clave para animarse a llevar su poesía a un nivel más onírico.

 

Revelaciones

“En la noche a tu lado
las palabras son claves, son llaves.
El deseo de morir es rey.
Que tu cuerpo sea siempre
un amado espacio de revelaciones”.

Los trabajos y las noches

 

Partió hacia Europa, se instaló en París entre 1960 y 1964 donde desarrolló su capacidad de traductora y se empapó del fulgor pre Mayo Francés. Ganó una beca Guggenheim, viajó a Nueva York, colaboró en revistas de prestigio como Cuadernos, Sur, Zona Franca. Sus amistades literarias e intelectuales fueron riquísimas, de todo tipo; cabe mencionar, apenas a modo de ejemplo, al mexicano Octavio Paz, que le escribió el prólogo de Árbol de Diana (1962).

Cuando su padre muere en enero de 1967, su angustia fue en aumento y en 1970 llegó el primer intento de suicidio. Ya internada en un neuropsiquiátrico, su angustia no sesaba. Cuando la encontraron, estaba sobre la cama, ya sin vida, un 25 de septiembre de 1972. En la pizarra de su habitación, varias anotaciones y en el centro, bien abajo, tres versos: “No quiero ir / nada más / que hasta el fondo”.
Había ingerido cincuenta pastillas de Seconal, la noche en que ese fondo fue quizá, por primera vez, su final.

La única grabación de su voz se registra en el siguiente audio, del poema “Escrito con  un nictógrafo” del poeta Arturo Carreras: