En los últimos años, el engranaje financiero de Netflix ha servido de soporte para que algunos de los grandes cineastas contemporáneos hicieran realidad los que a priori parecían proyectos irrealizables. Y en el gigante de streaming quedaron tan contentos tras su segunda colaboración con Noah Baumbach, Historia de un matrimonio (2019) –aclamada por la crítica y recompensada con una buena cantidad de premios–, que, tras ella, decidieron dar al director neoyorquino carta blanca para embarcarse en una misión frente a la que varios otros cineastas habían fracasado en el pasado.
Adaptar Ruido de fondo, la feroz sátira que en 1985 proporcionó al escritor Don DeLillo la fama internacional y que, a causa de la personalísima prosa del autor –llena de monólogos interiores y abstracciones posmodernas–, hasta ahora había sido considerada como inadaptable al cine.
“Empecé a trabajar en el guion solo a modo de ejercicio, para comprobar si era capaz de encontrar una película entre las páginas escritas por DeLillo, y cuanto más avanzaba más emocionado me sentía por las posibilidades estilísticas que el libro me ofrecía”, comenta Baumbach acerca de la primera de sus películas basada en un texto ajeno, a la vez dramedia familiar, cine de catástrofes y aterrador relato de ciencia ficción. “He querido hacer una película que levita ligeramente por encima de la realidad, cercana a ella pero sin llegar a plantar los pies en el suelo”.
Protagonizada por Adam Driver y Greta Gerwig, Ruido de fondo (White Noise) contempla cómo las vidas de un profesor universitario especializado en Hitler y su numerosa familia suburbana se ven abocadas al borde del colapso cuando un accidente de tren provoca un escape tóxico a la atmósfera; y mientras, partiendo de esa base, reflexiona sobre asuntos como nuestra dependencia de los fármacos, la petulancia del mundo académico, la visión satírica de un entorno académico y, sobre todo, la conexión que nuestra obsesión consumista y nuestra fascinación por la cultura del espectáculo mantienen con el más atávico de nuestros miedos.
“En última instancia, habla de cómo sublimamos la muerte en nuestro entretenimiento con el fin de no tener que lidiar con nuestra propia mortalidad”, aclara el director acerca de una película que, sin ir más lejos, se abre con una disertación sobre el sentido poético de los accidentes automovilísticos. “Convertimos las recreaciones de tragedias y las noticias sobre catástrofes en una forma de ocio con el fin de protegernos del horror real que nos acecha”.
Entretanto, al tiempo que despliega por la pantalla un surtido de neurosis e hipocresías genuinamente americanas, Ruido de fondo escenifica una sucesión de siniestros, explosiones, huidas al volante y otras secuencias de acción que nada tienen que ver con el tipo de cine autobiográfico e introspectivo al que Baumbach nos tiene acostumbrados, y que justifican por qué el coste total de la película –más de 100 millones de dólares– sea mayor que el de toda su filmografía previa junta.
“Incluye muchos ingredientes que de ningún modo tenían cabida en mi cine anterior”, explica al respecto el director de Historias de familia (2005) y Los Meyerowitz: la familia no se elige (2017). “Habla de una cultura saturada por el lenguaje mediático, en la que las películas tienen un papel preponderante, así que me pareció apropiado hacer referencia a géneros cinematográficos que suelen ser los más taquilleros”.
Considerando la fidelidad que Ruido de fondo la película evidencia respecto a Ruido de fondo la novela –tanto es así que buena parte del diálogo se ha mantenido intacto–, resultan particularmente notorias las evidentes conexiones que invita a establecer con nuestro presente, a través de la descripción que lleva a cabo de catástrofes medioambientales; lo que a mediados de los 80 podía considerarse profecía o paranoia, hoy es actualidad.
“Cuando releí el libro no me podía creer lo relevante que resulta para nuestro zeitgeist, y mucho menos podía imaginarme lo relevante que resultaría tanto durante el rodaje como ahora que la película se estrena”, recuerda Baumbach en alusión a la atmósfera apocalíptica en la que llevamos más de dos años envueltos.
En ese sentido, las palabras que el patriarca encarnado por Driver al principio de la película –“disfrutemos de estos días sin rumbo mientras podamos”– resultan tan apropiadas como el deslumbrante número musical con el que se cierran sus 136 minutos de metraje, un festival de color y movimiento ambientado en un supermercado, y acompañado de una melodía compuesta para la ocasión por LCD Soundsystem, cuyo irónico mensaje resulta demoledor: compremos, que el mundo se acaba.