Martin Scorsese fue gran protagonista en Cannes y así lo ha reflejado la inmensa cola formada bajo la lluvia para acceder en la sala Debussy al único pase de Killers of the Flower Moon programado para los acreditados. Quedaban por delante 206 minutos de caudaloso thriller scorsesiano con base en el libro homónimo de David Grann sobre una serie de asesinatos producidos en Oklahoma a principios del siglo pasado con miembros del pueblo nativo Osage como víctimas.
Leonardo DiCaprio encabeza el relato como Ernest Burkhart, sobrino del caudillo local William Hale (interpretado por Robert De Niro), quien maneja a su antojo la política, sociedad e infraestructuras de la reserva india. Su objetivo es hacerse con la riqueza acumulada por los nativos Osage durante la fiebre del petróleo, para lo que no duda en orquestar el matrimonio de familiares con mujeres Osage a las que luego asesinan para heredar su patrimonio.
Quizás en otro momento de la filmografía del director este planteamiento habría dado lugar al enésimo relato de ascenso criminal, con DiCaprio en medio cual Ray Liotta de Buenos muchachos. Para nada. Quienes esperen de nuevo otra variación del modelo narrativo de Casino o El lobo de Wall Street se estamparán contra la constante evolución de un cineasta del calibre de Scorsese, quien sin duda cerró definitivamente esa parte de su filmografía con la magnífica y crepuscular El irlandés.
Scorsese cambia de rumbo
Según los críticos que ya pudieron disfrutar del film, Killers of the Flower Moon es una película altamente polimorfa que causa extrañeza. Sobre todo cuanto más se adentra en esos terrenos tan transitados por el director que más y mejor ha retratado a los criminales más arribistas de la historia estadounidense. En este caso será muy difícil que alguien tome a sus mezquinos protagonistas como modelo aspiracional (quien lo hiciera con las anteriores ya requería de intervención psicológica rápida), puesto que no hay ni una pizca de glamour, solo avaricia y miserabilidad.
Leonardo DiCaprio interpreta al que quizás sea su personaje más antipático y mezquino de los últimos años. Ernest Burkhart es un tipo pusilánime, corto de miras y fácilmente manipulable a quien su tío apenas tiene que zarandear verbalmente para conseguir que sea su marioneta; aunque esas escenas son oro para los fans del De Niro histriónico de su etapa abuelo de comedias.
Una de las irregularidades de la película nace precisamente del contraste entre las barbaridades que se cuentan y la alternancia entre un tono casi paródico en los intercambios DiCaprio-De Niro con el tono severo del resto, los flashes de violencia y el drama romántico que late en medio de la matanza. Scorsese no teme mostrar la muerte, la maldad y la corrupción racista de toda una comunidad con crudeza, pero tampoco renuncia a la espectacularización que acarrea toda representación; la recreación radiofónica que cierra el filme es un gesto maestro, con toque meta, que sella la fidelidad del cineasta al entretenimiento popular.
La critica agrega que la relación de Ernest con Mollie, a quien interpreta con fabulosa contención Lily Gladstone (este es un momento tan bueno como cualquier otro para recomendar que vayas corriendo a verla en Certain Women) en las antípodas del registro desatado de sus compañeros masculinos, quizás sea el único reducto de sinceridad y ternura que permite la película a su vil personaje principal; aunque el trasfondo sea abiertamente triste y terrible.
Quién sabe cómo hubiera resultado Killers of the Flower Moon con DiCaprio en el papel del agente del FBI encargado de la investigación que interpreta Jesse Plemons, y que este hubiera sido Ernest Burkhart. Quizás estaríamos hablando de un thriller común y corriente, desde la perspectiva del detective que persigue al culpable, en vez del criminal que apenas es consciente de sus fechorías. Seguramente más satisfactorio, pero seguro que muchísimo menos interesante. A Scorsese hay que pedirle justo eso; y eso es lo que nos ha dado: una película a la que volver.