Cementerio de animales es una novela cumbre de Stephen King por combinar admirablemente las constantes de su obra. Entre la tragedia, la humanidad y el horror de su combinación. Por eso ha recibido a cada tanto atención por parte del cine desde que se publicara en 1983. Primero tuvimos una película de Mary Lambert (hoy de culto) en 1989, luego una secuela en 1992, y un remake hace poco, en 2019, que no fue demasiado celebrado pero probó que seguía habiendo interés por esta historia.
Paramount estaba detrás de este último Cementerio de animales, y se le ocurrió que para darle continuidad (ya que no sobrevivían demasiados personajes a la trama) era buena idea plantear una precuela. Así es como ha ido tomando forma Pet Sematary: Bloodlines, que se ambienta en 1969 y erige como protagonista a Jud Crandall: el afable vecino anciano que en la historia original había tenido experiencia previa con el cementerio de mascotas. Donde, si entierras a un ser querido (da igual si humano y animal) resucita, sí, pero algo cambiado.
Lo que le ocurrió a Jud con el cementerio cuando era joven era relatado por él mismo en Cementerio de animales, pero ahora la precuela quiere contarlo con aún más detalle. Así que Bloodlines nos presenta de nuevo a Jud, un joven que quiere marcharse de Ludlow pero de pronto ha de enfrentarse a una oscura historia familiar, de la que solo podrá librarse uniéndose a sus amigos de la infancia para luchar contra un antiguo mal. Un planteamiento puramente King, que dirige Lindsey Beer (guionista de Sierra Burguess es una loser).
En Bloodlines Jackson White (visto en la serie Tell Me Lies) interpreta al pobre Jud, acompañado de Samantha Mathis y otros rostros conocidos en papeles secundarios como David Duchovny, Pam Grier y Henry Thomas. La película se puede ver en Paramount+.