Desde su primera película, El mariachi (1995), el director, guionista y productor Robert Rodríguez mostró un amor incondicional por el cine de bajo presupuesto, pero lleno de energía y pura acción cinematográfica. Aunque se volvió un director exitoso y algunas de sus producciones fueron populares, ese corazón por el cine denominado Clase B lo acompaña hasta el presente. Hipnosis: arma secreta (Hypnotic) es un ejemplo perfecto de ese espíritu noble y alocado de este tipo de largometrajes.
La definición de cine clase B es mucho más compleja de lo que hoy se entiende, pero la utilización actual —aún incompleta— de esta categoría define a las películas que, en parte por tener un presupuesto y comercialización limitados, respiran libertad al salir del radar y tener más posibilidades de transgredir las reglas. Antes era una definición peyorativa, pero con los años se ha convertido en una forma de elogio, como es este caso.
El detective Danny Rourke (Ben Affleck) está obsesionado con encontrar a su pequeña hija desaparecida. Alguien se la llevó un día en la plaza, pero cuando el culpable fue atrapado, la niña no apareció y el criminal negó saber nada sobre el tema. Mientras tanto, una serie de insólitos asaltos a bancos lo ven inmerso en una investigación con ribetes cada vez más extraños y confusos. Nada es lo que parece y pronto entenderá que la hipnosis tal vez juegue un rol clave dentro del misterio. Rourke recurrirá a Diana Cruz (Alice Braga), una vidente en apariencia con grandes poderes, pero su aliada puede ser también una persona que podría traicionarlo. A cada minuto, el mundo de certezas del detective se desmorona.
Ben Affleck tiene el rostro perfecto para este hombre atormentado y a la vez superado por una realidad que se desarma frente a sus ojos. La inverosimilitud extrema de la trama combina perfectamente con la actuación del actor y permite que sea más creíble la ficción construida por el director Robert Rodríguez. Es un gran acierto por parte del director que el actor no sea un histriónico exagerado, sino alguien más lacónico, capaz de llevarnos de una punta a otra de un relato que claramente tiene fallos.
Hay una larga tradición de directores que comprendieron, a partir del Hollywood clásico, que lo importante no era el realismo, sino la potencia de una narración divertida y llena de ideas. Una trama rocambolesca que convierte todo en una especie de pesadilla de noventa minutos en la cual el espectador se sumerge y se entrega para sufrir y disfrutar al mismo tiempo. Fue esta la escuela de directores como Jack Arnold, Robert Aldrich, Don Siegel o Edgar G. Ulmer. Ellos le dieron al cine una dimensión que con el tiempo fue reivindicada. Rodríguez, con Hipnosis: arma secreta, juega ese mismo juego y el resultado funciona más que bien si uno acepta jugarlo.