Con la partida del argentino Fernando Birri, quien falleció ayer en Roma a los 92 años, el cine latinoamericano perdió a uno de sus principales impulsores, un poeta y cineasta carismático -de sonrisa y palabras luminosas- que desde el Instituto de Cine de Santa Fe, en Argentina, y la Escuela Internacional de Cine y TV de San Antonio de los Baños, en Cuba, propagó sueños y utopías de superación por toda la región, a través de la enseñanza de un cine humano y reflexivo, bello y socialmente comprometido.
Director, guionista, actor y fotógrafo, además de poeta y pintor, Birri estudió cine a principios de los 50 en el Centro Sperimentale di Cinematografia de Roma, Italia, donde se empapó de la estética documental y las preocupaciones humanas del Neorrealismo, y al regresar a su Santa Fe natal en 1956 fundó el Instituto de Cinematografía de la Universidad del Litoral, donde junto a sus alumnos logró dos verdaderas obras maestras del cine social latinoamericano: “Tiré dié” (1960) y “Los inundados” (1961).
Gracias a sus filmes -todos con un alto grado de compromiso con la realidad de los sectores más desprotegidos- fue considerado como uno de los padres del Nuevo Cine Latinoamericano, un movimiento que se extendió por toda la región.
En 1986, junto al colombiano Gabriel García Márquez y al cubano Julio García Espinoza, Birri fue uno de los creadores de la célebre Escuela de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, que aún hoy sigue siendo un ejemplo de docencia en el mundo.
“Entiendo al arte como la posibilidad de incorporar a la realidad un elemento que no existe. Esa es la gran magia del arte: hacer posible lo imposible. Y dentro de esas posibilidades de imposible, está lo más imposible de todo, que es la imaginación”, afirmó el cineasta santafecino en 2004, cuando tenía 79 años, en una entrevista con Télam con motivo de una retrospectiva de sus películas y pinturas en el Festival de Cine de Mar del Plata.
Amable, tranquilo, dueño de una mirada transparente y de una barba canosa que le llegaba hasta el pecho, Birri pensaba que “el arte virtual, por ejemplo, es una forma de acortar las distancias entre la imaginación y la realidad, con el gran peligro de confundir cada vez más dónde termina la realidad y en qué lugar empieza la imaginación. Creo que ese es un riesgo que vale la pena correr, porque es el mismo riesgo que corremos hace siglos, cada vez que soñamos”.
Para graficar sus palabras, el autor de “Un señor muy viejo con unas alas enormes” (1988) aludió a un famoso cuento de Jorge Luis Borges que narra “la hermosa historia del filósofo chino Chuang Tzu, que soñaba que era una mariposa amarilla y todos los días, cuando se despertaba, pensaba si no era una mariposa amarilla que estaba durmiendo y soñaba que era Chuang Tzu”.
“El cine es una de mis mariposas amarillas”, comparó Birri en aquella generosa entrevista realizada en el hall de entrada del Hotel Hermitage de Mar del Plata, aunque precisó que la primera de sus “mariposas” no había sido el cine sino la poesía, y que esperaba “que sea también la última, porque si no hay poesía en el sentido más profundo de la palabra no hay cine, no hay pintura y no hay nada”.
Con sus películas, entre las que se destacan también “Che, Buenos Aires” (1962), “La pampa gringa” (1963), “La primera fundación de Buenos Aires” (1966) y “Buenos días, Buenos Aires” (1966), Birri despejó el sendero para un cine latinoamericano libre y comprometido, consciente de sus defectos y posibilidades, que reflejó las miserias y las luces de toda la región, dándole voz y protagonismo a aquellos hombres y mujeres que no los tenían.
Ese camino -signado por el registro documental, un diseño de producción de bajo presupuesto, reflexión política y el uso de la realidad como escenario y fuente inagotable de historias y personajes- fue transitado por otros grandes autores como el argentino Gerardo Vallejo, uno de sus mejores alumnos, el brasileño Nelson Pereira Dos Santos, el boliviano Jorge Sanjinés y el chileno Miguel Littín, entre muchísimos más.
Marcado desde su juventud por la poesía y las artes plásticas, y especialmente por vanguardias como el futurismo y el surrealismo, a las que adhirió “como forma de estímulo y entusiasmo”, Birri fue uno de los primeros realizadores en observar y subrayar la importancia del cine como instrumento revolucionario en contra de la injusticia, que sirviera fundamentalmente “como un espejo crítico de la realidad para intentar transformarla”.
“Org” (1978), “Mi hijo el Che-Un retrato de familia de don Ernesto Guevara” (1985), “Che: ¿muerte de la utopía?” (1999) y “El Fausto criollo” (2011), fueron otras de las películas realizadas por este enorme poeta nacido en Santa Fe el 13 de marzo de 1925, quien además protagonizó varios largometrajes propios y ajenos, entre ellos “Paisajes devorados” (2013), uno de los últimos de filmes que Eliseo Subiela dirigió antes de morir.
En aquel filme de Subiela, que parecía tomar elementos reales de su propia vida, Birri encarnó a un enigmático cineasta de los años 60 al que tres estudiantes de cine descubren refugiado en el Hospital Borda de Buenos Aires y lo convierten en protagonista de su tesis documental, una aventura humana que les cambiará la vida y en la que él les enseña el valor de los sueños y las utopías como punto de partida para cualquier actividad artística.
Birri fue galardonado en 2010 con el Cóndor de Plata a la trayectoria, entregado por la Asociación de Cronistas Cinematográficos de la Argentina, y en 2015 en Roma, la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner le rindió homenaje entregándole una distinción por “su inclaudicable aporte al cine nacional y latinoamericano”.
(Con información de Télam)