Dar es dar

Fito Paez presentó su último disco “La ciudad liberada” en el estadio Luna Park, en un recital que recorrió parte de sus éxitos, en clave íntima y emotiva

Fito Paez presentó este fin de semana su último disco “La ciudad liberada” en el estadio Luna Park de Buenos Aires, en un show en el que sacó a relucir su costado más furioso y comprometido, como su así también su lado más “amable”, con inspiradas melodías y refinadas cadencias. Volvió a demostrar que se trata de uno de los compositores más importantes y delicados que dio el rock argentino.

El rosarino interpretó 11 de los 18 temas de su nueva placa y los mezcló con sus clásicos, en un repertorio que jugó todo el tiempo entre la ira rockera y la emoción, la tensión y el regocijo hitero, la densidad temática y la placidez.

 

 

Ocurre que el músico, que ayer noche realizó una segunda función, se permitió un ida y vuelta que podía pasar en cuestión de minutos de “Ciudad de pobres corazones” a “Brillante sobre el mic” o, en el caso de las nuevas canciones, de “La ciudad liberada” o “Islamabad” a los accesibles cortes de difusión “Tu vida, mi vida” o “Aleluya al sol”.

El show se concentró en la nueva placa y en sus canciones de los años ’80 y ’90, a excepción de “Naturaleza sangre”, casi una respuesta a las críticas unánimes y al gusto del público que, por un lado, reconoce en esa etapa los puntos más alto de su carrera y, por otro lado, vislumbra que el nuevo disco dialoga perfectamente y está a la altura de esas recordadas creaciones.

Los parámetros artísticos más altos aparecieron en pasajes relacionados con su nuevo disco y las composiciones más antiguas operaron en algunos casos como un ejercicio nostálgico o una reafirmación de clásicos y en otros como simples concesiones hacia un público que los adoptó como banda de sonido de su propia historia.

“La ciudad liberada” da cuenta, como en su repertorio clásico, de la dualidad de Páez, capaz de combinar también elevadas composiciones que lo ubican entre los mejores creadores de la historia del rock argentino con banales melodías que aunque logran convertirse en hits carecen de la profundidad de aquellas.

 

 

En la carrera de Fito Páez conviven temas como “11 y 6”, “Yo vengo a ofrecer mi corazón o “Polaroid de locura ordinaria” con “Mariposa Technicolor”, mientras que en su nuevo disco alternan “5778” o “La mujer torso y el hombre de la cola de ameba” con “Aleluya al sol” y “Wo wo wo”.

“5778”, una delicada pieza instrumental, y “La mujer torso…” remiten directamente al Charly García más sinfónico y a “La pelicana y el androide”, el poema tecno de Luis Alberto Spinetta, respectivamente, en lo que supone la deuda artística de Fito con estas dos figuras.

Fito Paez estuvo acompañado por una banda integrada por los ya reconocidos Diego Olivero, en bajo y teclados; Juan Absatz, en teclados y guitarra; y Gastón Baremberg, en batería; la más reciente incorporación Juani Aguero, en guitarra; Julieta Rada, en coros; y la participación especial de Fabiana Cantilo; un versátil combo que se adapta perfectamente a la variantes que presenta la música del rosarino.

Se trata de un grupo que, en general, lo secunda desde hace algunos años, lo cual se nota a partir de la solidez alcanzada, y al que se le sumó el guitarrista, un joven de tintes rockeros, que aunque descolla con algunos solos, pareciera acoplarse mejor cuando, desde un segundo plano, fusiona su sonido con el resto de los músicos.

A las 21.20, en medio de una buena puesta de luces y una pantalla que proyectaba videos o diferentes gráficas, y ante un estadio colmado, Fito Páez irrumpió en el escenario al ritmo del riff introductorio de “Ciudad de pobres corazones”.

 

 

Pero de inmediato arrancó con “La ciudad liberada”, acaso un guiño de la relación que ambas canciones guardan o una lectura de continuidad entre la realidad urbana entre aquel lejano 1987 y este 2018.

El costado más amable apareció con “Aleluya al sol”, tal vez lo más flojo de su nueva producción pero con buenas intenciones en su temática que alude al movimiento “Ni una menos”, lo que permitió ver entre el público y agite de algunos pañuelos verdes que simbolizan la lucha por el aborto legal, gratuito y seguro, que se debate actualmente en el Congreso Nacional.

Siguieron “Wo wo wo”, una tardía declaración de amor a Fabiana Cantilo, el recuerdo de “11 y 6″ con arreglos idénticos a su versión original”, la furia de “Naturaleza sangre” y nuevamente la placidez de “Tu vida, mi vida”, una oda a su nuevo amor.

El ida y vuelta entre piezas nuevas y antiguas se dio a lo largo de toda la noche, lo que provocó en el público reacciones catárticas seguidas de momentos en los que todos coreaban, con luces de celulares en alto, en un clima festivo.

En las nuevas composiciones, el letrista lúcido también dijo presente, con breves pero gráficas afirmaciones, como aquella de “El ataque de los gorilas”, en donde afirma que “Twitter es un pájaro ruin”, o “Se terminó” donde la post-modernidad se sintetiza en palabras como “perdieron todas las apuestas los cantores de protesta, al final el reggaeton mueve el mundo” o “tocan los Rollings en La Habana”.

El espíritu del Fito que alcanzó la masividad apareció en la seguidilla de “El amor después del amor” y “Thelma y Louise”, protagonizada por las voces de Julieta Rada y Fabi Cantilo, en uno de los momentos altos del show.

También hubo lugar para que el rosarino cediera el protagonismo a su coterráneo Coki Debernardi, invitado que entonó el tema “Medallita”, una actitud que recordó cuando en sus primeros años dejaba el centro de la escena al guitarrista Fabián Gallardo o como Juan Carlos Baglietto lo hacía con él mismo, cuando era parte de su banda y se destacaba como compositor y arreglador.

Junto también a Coki volvió a despertar la emoción del público con “Polaroid de locura ordinaria”, para luego volver a ganar en densidad con la desgarradora “Navidad negra”, en donde imágenes de Siria se entremezclaban con protestas francesas o el local diciembre de 2001, y finalmente presentar una nueva contracara dulce con “Plegaria”.

“Islamabad” fue otro de los puntos más altos de la noche, una creación en donde el horror de la guerra en Medio Oriente “linkea” con padecimientos relacionados con este lado del mundo, interpretada en medio de un cuerpo de bailarinas que aportó un salvaje impacto visual acorde al tema.

Para los bises quedaron “Dar es dar”, “Mariposa Technicolor”, “Y dale alegría a mi corazón” y la catártica “El diablo de tu corazón”.

“Gracias por dejarme vivir dentro de sus corazones por tanto tiempo”, expresó un emocionado Fito Paez, quien más allá de las críticas que pueda recibir o de algunos baches artísticos en su trayectoria, ratificó con los años la promesa inicial de su carrera: convertirse en el continuador de una tradición artística que tiene a Charly García y Luis Alberto Spinetta como máximos exponentes.

 

(Télam)