Encontramos la felicidad luchando
en medio de una rabiosa tormenta,
no tocando el laúd a la luz de la luna,
o recitando poesías en medio de las flores.
DING LING
Entre contrastes y profundidades se abre paso la dirección de un camino impreciso. Huella singular de experiencias, deseos y descubrimientos avanza hacia un horizonte de sentidos compartidos. Este viaje es un salto de largo
aliento hacia un futuro esperado, pero también, es un viaje por los ocres
paisajes que proponen los recuerdos y la memoria.
China como origen, Argentina como destino. Nacer y ser mujer. El devenir
de una vida emerge en esta historia para hacer visibles las diferencias y los
puntos de contacto entre un lugar y otro, para trazar un puente que se transita
flexible en ambos sentidos, tensando el tiempo y los escenarios de ambas
geografías.
Lu Xia al llegar a Buenos Aires perfila con esmero su carrera y decide llamarse
Eva Blanco. Con trazos hábiles y enérgicos, la vuelve única. Del mismo modo,
Ida modela la distancia que la separa de Chun Hua –protagonista de la novela–
de su infancia y de las voces que reclaman su pertenencia a las raíces. A veces
–lo sabe todo migrante– es necesario irse para poder volver, pero entonces
volver nunca es del mismo modo. El tiempo puebla silenciosamente los ojos. Una
vida es en sí misma, infinitas vidas. Una mujer es en sí misma, una e infinitamente otras.
El camino de Ida es un proceso lento y transformador. Ya lejos de la partida
emergen lo inesperado, las visiones de amplitud, las promesas de abundancia,
los desengaños, la intemperie, la compañía amiga, los primeros relámpagos de
la tormenta. Todos los tramos del sendero son tan válidos como necesarios,
mientras queden atrás el atraso, la incomodidad de acomodarse, la sombra
angustiante de la escasez, la inequidad de géneros, el destino inexorable de
saberse campesinos. La tierra de origen nutre y reclama.
Las tramas de las historias que se entrelazan en torno a Ida comparten un
presente inestable, una transición vertiginosa cuyas luces y sombras se traducen en sueños, anhelos y temores, tantos que atraviesan años y generaciones. Es la propia memoria personal, encendida por el fuego de las memorias familiares, la que mira ahora de frente y desafiante al sólido bastión de la memoria histórica.
Diferentes generaciones de mujeres tejieron con silenciosa obediencia un manto de deseos impuestos. Portaron con mansedumbre ese peso invisible capaz de reproducirse calladamente en el tiempo, al igual que en el cuerpo la ignorancia, los prejuicios y los estigmas. Es el manto tiznado de reproches, sacrificios y postergaciones del que busca sacudirse Chun Hua al convertirse en Ida, y del que también, de diferentes maneras, buscarán desprenderse sus amigas.
En la obstinación por avanzar en el camino personal, la honda estatura de los
afectos se apoya como piedra angular en la vida emocional de estas jóvenes.
Más lejos o más cerca, la familia sigue manteniendo su inquietante presencia
interior. China, asimismo, es el origen y el espejo recurrente al que acuden para
reconocerse todas ellas, por lo mucho que representa, por todo aquello que
contiene en sí.
Por todo lo que significa lo propio, cruzar el puente entre culturas y vivir
como extranjeras, ofrece a las mujeres de esta historia la oportunidad de
extender su camino, de encontrarse a sí mismas como otras, de buscar y
trascender los límites propios y ajenos. La juventud se torna entonces la
posibilidad de ser independientes y con ello, ser alguien diferente al modelo
instituido de buenas y mansas madres y esposas; es la ocasión de reconocer
el valor de atravesar sin certezas el horizonte de lo que hay más allá de la
tormenta.
La educación y el cultivo de sí siguen siendo las esforzadas vías hacia la superación de los obstáculos, el premio incuestionado al sacrificio y a la determinación de los más aptos para hallar una vida mejor. Mas en esta carrera, la selección de género encuentra resistencias a sus estrechos y obsoletos fundamentos. La libertad es transgresión, la formación un instrumento de transformación, el dinero la posibilidad de abandonar el estigma de la pobreza asociada a la vida doméstica y al campo, la toma de distancia física se vuelve oportunidad para abandonar por fin la inercia del pasado, se convierte en preludio de la autoemancipación femenina.
Sin embargo, ningún acto de resistencia sería posible sin haber conseguido en los primeros tramos del camino un objetivo esencial, pues atreverse a pensar distinto se afirma con la palabra y los actos. En el mismo plano, conviven estrechamente el pensar, el decir y el ser. La adquisición y el manejo coloquial del lenguaje, propio y extranjero, constituyen en sí una gran conquista para estas mujeres. La facultad de dominar la lengua les permite su uso desprejuiciado y audaz. El lenguaje articulado es al mismo tiempo un instrumento flexible para comunicar, pero también, para descubrir y describir la riqueza de sentidos posibles en el pensamiento y en el lenguaje vivo de otras culturas.
El retrato de la maternidad como obligación y el de la mujer como víctima de su época conservan nitidez a través de la denuncia que se expone con palabras y actos. Mientras tanto, las presiones sociales sostienen su desnatural vigencia. A través del vivir fuera de esos marcos, la experiencia de autoafirmación que sostienen las mujeres de esta historia es búsqueda de afecto y de amor comprensivo tanto como de liberación sexual y de decisión sobre sus propios cuerpos. Con eficacia indirecta y discreta, la fuerza de lo femenino opera como la naturaleza, mientras se vuelve madurez, expresión y cambio.
De manera notable, en este recorrido la música está siempre presente, como evocación, disfrute y llamado. Así, por ejemplo, una melodía vibrante en pipa sirve de base a la estructura narrativa de la propia novela. Avanza en dramatismo con graves e intensas notas, combinándose con momentos suaves, ligeros y melodiosos. Son los recuerdos de la infancia e imágenes familiares de China entrelazados, como los ritmos que marcan las cuerdas, con las vivencias cotidianas que emergen del habitar Buenos Aires.
Lu Xia escribe una novela para incomodar, para cuestionar y remover los
prejuicios de quienes aún descreen de la capacidad de las mujeres chinas de generar sismos y rupturas, un registro biográfico que afirma a la vez las razones de su poderosa decisión de ser Eva. Libremente, sin retorno. Escribe también para resonar en muchas otras mujeres, hermanas, madres, abuelas, amigas, compañeras de camino.
La voz que recupera su novela no es un grito aislado ni la expresión de un acto de reivindicación en solitario. Por el contrario, numerosas otras voces reclamaron en diferentes épocas una mirada y un lugar distinto para la mujer. La firme construcción de una nueva mujer y de un feminismo con “características chinas” responde a una larga tradición que tuvo en el siglo XX singulares expresiones que llegaron de manera provocadora y sugestiva hasta Occidente, como atestigua la obra de escritoras tan heterogéneas como Qiu Jin, Lü Bicheng, Ding Ling, Xiao Hong, Zhang Ailing, Li Xiaojiang, Dai Jinhua y
Yan Geling.
Todas ellas situaron en el centro de su ficción la pregunta por los cambios y el problema del ser mujer en China. Fijaron la atención en hacer visibles la prioridad de la autonomía material para mejorar la calidad de vida de las mujeres, el necesario alejamiento del control social y del mandato familiar, la relevancia y potencialidad de las acciones organizadas, la experimentación sexual como signo de independencia, la importancia del amor como
consecuencia de la libertad.
Ávida lectora e inteligente estratega, Lu Xia sabe que en el horizonte próximo de esas búsquedas aparece también como una luz intermitente la llamada a la participación de la mujer en la arena política, ámbito predominante de lucha masculina, lugar de lo público en decidida disputa. La celebración del triunfo de la vida de Ida será precisamente la experiencia de reclamar también el derecho a este espacio, así como de volver clara la posibilidad de involucrarse con voz propia en la escena política del país al que una vez llegó como migrante.
Mientras transcurre inevitable la maduración del proceso, un ave de largas alas surca el viento en dirección al sur. Lu Xia viaja a la fría soledad de la Antártida para terminar de elaborar el recorrido de esta historia. Años antes, habían sido las montañas del Tíbet su lugar de refugio y encuentro con el silencio para escribir. La compañía influyente de los textos de Virginia Woolf, de Ricardo Piglia, de Steven Sweig, pero también de Simone de Beauvoir animan las preguntas sobre lo que ha significado y significa para ella ser mujer. Todo
tiene un lugar, un momento y una razón.
Ahora que la primera parte del viaje de Ida ha concluido, Lu Xia lo ofrece
como un precioso tesoro o un secreto largamente conservado, mientras abre su
alforja y sirve dos pequeñas tazas humeantes de té verde.
Así es la bienvenida a su primera novela en español.
VERÓNICA NOELIA FLORES
Buenos Aires, invierno de 2018.