“Tenía entonces cinco o seis años cuando hice mi primera obra de arte. Era un futbolista que estaba de perfil y, sin embargo, le había colocado los dos ojos. Fue así como me anticipé a Picasso, allá por el año 1916”, escribió Manuel Kantor (1911-1983). Invisibilizado por los discursos oficiales de la historia del arte argentino, el trabajo de Kantor será protagonista, desde el próximo 29 de febrero, de una imperdible retrospectiva en la sala Victorica del Museo Benito Quinquela Martín en la que se reunirá más de 60 obras, entre pinturas, dibujos, caricaturas y retratos.
Bautizada con el mismo título con el que el escritor español Rafael Alberti le dedicó un poema, “Kantor de Viaje”, la muestra abrirá sus puertas con la intención de rescatar y revalorizar la figura de este hombre, “en cuyo devenir artístico – tal como se señala en el libro catálogo firmado por la curadora de la muestra Yamila Valeiras- , puede estudiarse buena parte de la historia del arte occidental del siglo XX, pues todas las influencias que recibe de uno u otro punto del globo serán deglutidas y devueltas en un formato superador”.
En las paredes del museo se podrá tomar contacto con la obra de este artista al que no le gustaba la comodidad, algo que provocó reiterados cambios de rumbos en su trayectoria. Kantor supo intercalar la ilustración con el paisaje y la caricatura política, abandonando y regresando a cada práctica, lo que le aportó la renovación de su propia mirada. “Desde los primeros años me encantaba ver cómo el alma estaba en las líneas y las formas de ver la cara y del cuerpo de la gente y siempre traté de captar en el retrato y en la caricatura este fascinante misterio. A través del retrato, la ilustración, el paisaje, el dibujo político y la caricatura, he intentado dar expresión a la diversidad de mis cambiantes oficios, algunos de los cuales abandono a veces por largo tiempo, para volver a ellos renovados como ser vuelve, fielmente, a la tierra firme”.
“Kantor nunca se preocupó por fabricarse un estilo y encerrarse en él cómodamente, sino que siempre estuvo dispuesto a moverse en distintas direcciones, tanto la de la sátira ante la violencia nazi como la del fresco apunte de viaje”, escribió, alguna vez, el eximio crítico italiano Mario de Micheli.
“Cuando era chico creí que era judío. Cuando era muchacho me encontré que era argentino. Después de la adolescencia me creía cristiano, y resultó que era un rojillo medio ateo. Siempre al revés”, escribió en el borrador de una autobiografía que nunca publicó y tituló 50 años, todo al revés, una especie de revisión retrospectiva que el autor hace de su vida y de su carrera, que denota un alto nivel de autoconciencia y autocrítica. Kantor fue uno de los pocos artistas que recopiló sus memorias con la aspiración de eternizar su vida íntima y la férrea voluntad de difundir su obra.
Será en La Boca, el célebre barrio porteño que le impuso a Kantor limitaciones y representó su mayor desafío, donde se podrá acceder a la retrospectiva de este artista. Será sobre esos terrenos que su amigo Quinquela Martín donó para la construcción de una escuela y un museo en el que se podrá descubrir, como bien destaca Valeiras en el texto que acompaña la muestra: “una genuina vigencia, la que provoca que aún sus producciones nos interpelen, nos diviertan y nos conmuevan”.
Herencia
“Mi primer contacto con el arte fue a través de la Biblia, que estaba siempre sobre la mesa de mis padres, religiosos en la más severa tradición ortodoxa judía. Era el Antiguo Testamento ilustrado por Gustave Doré, cuyos dibujos del Paraíso Terrenal, de la muerte de Abel por su hermano Caín, y los del Diluvio Universal, constituyeron el primer impacto del mundo y los hombres sobre mí”. De aquella edición de lujo para la que el ilustrador produjo una serie de 241 grabados en madera, la estampa que más le impactó al pequeño Manuel fue la del Diluvio universal, donde puede verse un tigre apostado sobre la cumbre de una montaña, que levanta en su boca a un cachorro, tratando de salvarlo de las aguas que suben, plenas de pérdidas humanas desgarradoras.
No es extraño entonces que el tema de la inundación sea una iconografía recurrente en Kantor, tal como se destaca en el catálogo de la muestra: “Parece plausible que haberse sentido tan impresionado de pequeño con la estampa de Doré, lo lleve en sus años maduros a reelaborar activamente el asunto, transformándolo en el padecimiento de un pueblo contemporáneo que pierde su tierra y su refugio”.
“Escribía, dibujaba y leía a los clásicos y contemporáneos cuando a los catorce años ingresé a la Academia Nacional de Bellas Artes y, simultáneamente a un diario para dibujar en la sección teatral. De la Academia sólo recuerdo que a los tres meses participé en una huelga revolucionaria, encerrando al director, Don Pío Collivadino, con un candado y desfilando por la Avenida de Mayo. Yo era de los que más barullo hacía. Año más tarde supe, entre sustos y risas, que aquella revolución había sido contra mí mismo. Porque los alumnos del sexto que la gestaron, exigían la derogación de un decreto que daba acceso a la cátedra a los artistas verdaderos, conocidos y no diplomados, generalmente autodidactas”.
Kantor atravesó simultáneamente dos umbrales que le dieron ingreso al mundo artístico a temprana edad: el académico y el bohemio. Por un lado, el ya nombrado acceso en la Academia Nacional de Bellas Artes, y por el otro, a la sección teatral de un periódico que lo llevó a adentrarse en los cafetines porteños, frecuentados por todo tipo de personalidades que despertaban en él fascinación. “Para el diario dibujaba a los actores y dramaturgos y así me familiaricé con la vida nocturna y bohemia de aquél tiempo –recordó–. Mis primeros amigos fueron Edmundo Guibourg, González Pacheco, (Samuel) Eichelbaum y los actores (Enrique) Muiño y (Pedro) Laxalt. Pero el director no cumplió su promesa de pagarme y los abandoné al mismo tiempo que a la Academia. Decidí ganarme la vida dibujando en los cafés. Dejé la casa de mis padres sin dar muchas explicaciones, seguramente influido por mi maestro Máximo Gorky y por un cuento de Anatole France, El gato flaco. (…) Era el invierno de 1926. Ese oficio desarrolló mi capacidad de dibujar perfiles y retratos velozmente. En el año que duró esa vida conocí toda clase de gentes. Desde políticos y artistas célebres hasta bandidos y criminales. Comenzaba dibujando en los restorantes, en el centro de la ciudad, y terminaba en los cafetines y cabarets del bajo fondo”.
Durante los años 1925 y 1926, se entrenó sin descanso en la velocidad para definir perfiles y siluetas enteras en una breve fracción de tiempo y apelando a un mínimo de trazos.
La primera exposición de Manuel Kantor tuvo lugar en Montevideo en 1927. Allí lo esperaban quienes serían más tarde los faros del tango que amaba bailar: Carlos Gardel y Enrique Santos Discépolo. Le siguieron exposiciones en Mar del Plata y en Buenos Aires, que fueron visitadas por grandes personalidades de la cultura contemporánea: Alejandro Xul Solar, Guillermo Facio Hebecquer, Víctor Cúnsolo, Alfredo Guttero, Alfredo Palacios, Alejandro Korn, entre otros. Poco a poco, Kantor se convertiría en un precursor de la caricatura moderna en el periodismo rioplatense.
Dibujo político
En 1929 descubrió Simplicissimus, la revista de sátira social y política alemana y produjo en el artista un profundo cambio. “Cuando mi dibujo estaba abriéndome un camino y dándome un nombre, repentinamente lo abandoné todo”. “El expresionismo alemán me llegó a través de la caricatura y me impresionó hondadamente. Abandoné el dibujo estilizado y decorativo, sustituyéndolo por una línea sensible. Conocí luego a los primitivos y a los clásicos italianos, flamencos y alemanes antiguos; también a Picasso y a Modigliani y Chagall que me apasionaron”.
El advenimiento de la Segunda Guerra Mundial sumió a Manuel Kantor en las preocupaciones políticas. Se impuso sobre él un mandato moral, que fue el de afrontar la angustia y la impotencia con una serie de dibujos que van de la fina ironía al sarcasmo agresivo. Los mismos fueron publicados en cinco diarios porteños entre 1935 y 1946 (La Razón, El Diario, El Patriota, Orientación y La Hora), y reunidos luego en el libro De Munich a Nuremberg, como muestra de su combate contra las fuerzas nazi-fascistas. Estas mismas producciones se distribuyeron para ser utilizadas como afiches, carátulas de libros y viñetas en revistas de filiación comunista.
“Hay un dibujo que se hace con amor, con ternura. El que se hace riendo y divertido, como la caricatura y el que se hace con angustia. Hay uno que se realiza con amargura y con odio: este es el dibujo político que va desde la fina ironía al sarcasmo agresivo”.
El artista nómade
“Luego me convertí en un viajero y dibujé los países y las escenas, dejando la ciudad de Buenos Aires para recorrer y vivir en diez países de América y Europa –Uruguay y Brasil, México y Perú, Nueva York, España, Italia, Israel, París, Ginebra y Mallorca”.
“Vivir errante, dibujando, pintando, escribiendo. Detenerse mucho tiempo en lugares maravilloso y volver a ellos por lo viejos caminos queridos, dolorido de saudade, y retomar nuevamente al rincón donde nacimos. Esta es una de las cosas que puede darnos el conocimiento de nosotros mismos y el sentido de la existencia”.
Entre colores y pinceles
“El color se estudia toda la vida pero el dibujo no se debe abandonar jamás, porque si no le abandona a uno”. Manuel Kantor se desempeñó como dibujante hasta bien entrado su camino en el arte. Sus inquietudes juveniles a menudo evitaron el encuentro con el pincel y habilitaron vacíos que posteriormente le provocarían alguna frustración.
La espontaneidad y frescura que caracteriza a los dibujos que Kantor hace en el fragor del apuro contrasta ampliamente con el proceso reflexivo, vinculado al reposo y el detenimiento que atraviesa para pintar. Y en este esfuerzo por contener el vigor acostumbrado fue clave la intervención de algunos de sus grandes amigos, que además se comportaron para él como maestros del crecimiento. Spilimbergo fue uno de los responsables de motivar e incentivar a Kantor en su trayecto como pintor, y muestra de su intensa admiración hacia él es el homenaje implícito que encierran las terrazas de suelo embaldosado y remate abalaustrado.
“Mi pintura continúa donde termina el dibujo, es más amplia y moderna”. Como bien se destaca en el texto que acompaña la muestra, un párrafo aparte merece la estancia de Kantor en Brasil, específicamente en las ciudades de Río de Janeiro y Bahía, que causaron en él una fascinación nunca más repetida. Pero el magnetismo a la tierra brasileña no fue causado únicamente por la alegría y el ritmo de sus gentes, sino también por el encuentro con Cándido Portinari, otro de los grandes compañeros y orientadores de Kantor. Portinari fue el mayor exponente del modernismo en el país vecino, que además de disparar innovaciones en los códigos de representación, se comprometió con un uso social del arte, en tanto lo consideraba un efectivo instrumento de transformación.
Ya incorporado en la tarea mural, que por sus dimensiones involucraba una relación corporal con el soporte en las antípodas del retrato, Kantor incursionó en la década de 1970 en la temática hebraica a gran escala. No estaba alineado tan fuertemente a los ritos religiosos, pero mantuvo una profunda conexión con su identidad judía a través de la literatura que aprendió a leer en lengua hebrea durante su infancia. En ese sentido se destacan los bocetos para la composición en friso del mural de Tobías el lechero, tradicional relato de Scholem Aleijem, uno de los autores más traducidos de la literatura idish.
La Boca
“Trabajar La Boca fue imponerme limitaciones”. El célebre barrio porteño de La Boca representó para Kantor un desafío mayor en su carrera. El Riachuelo era para él equiparable con el Tíber de Roma, el Sena de París o el Támesis de Londres. En el momento en el que la figura humana y su psicología ya no encerraban ningún secreto, Kantor se dejó conquistar por los barcos, velas y amarras, grúas, locomotoras y chimeneas, puentes, carretas y trabajadores. Elementos, como bien se destaca en el excelente catálogo de la muestra, que le bastaron para aventurar una versión atípica de un espacio largamente representado. La Boca de Kantor, trabajada en las décadas de 1960 y 1970, es estática y geometrizada: muestra de ello son los volúmenes solidificados de las naves y las estructuras esquematizadas de los mástiles. El artista admite que con La Boca por primera vez logró una concentración continuada sobre un único tema, el que lo atrae principalmente en su universo cromático. Pero nada hay allí del dinamismo de La Boca de Quinquela, el pintor paradigmático de la zona, popularizado como el maestro del color. Más bien se oye claro un eco de Giorgio de Chirico y sus plazas de Italia. Kantor eligió componer escenas melancólicas y nostálgicas, donde el silencio y la soledad remiten a una atmósfera detenida por la ausencia y los rincones sombríos. Su clima onírico y la capacidad de centrarse en ángulos inusuales, con perfiles netamente recortados, da cuenta de una gran madurez alcanzada en lo que al vocabulario plástico se refiere.
La muestra se podrá disfrutar hasta el Sábado 28 de Marzo. Entrada Libre y Gratuita. Martes a viernes 10 a 18 hs – Sábados, domingos y feriados 11:15 a 18 hs – Lunes cerrado.