Cada 28 de febrero se conmemora en el mundo el Día Mundial de las Enfermedades Poco Frecuentes (EPoF), un conjunto de patologías que, solo en la Argentina, afectan a 3,5 millones de personas.
Todos los días, médicos pediatras, especialistas o de familia reciben, en sus consultorios o en los hospitales, pequeños pacientes que, luego se sabe, tienen alguna enfermedad poco frecuente, y para la que muchas veces no hay un tratamiento específico ni cura disponible.
Como médico pediatra, Daniel Stechina ve y atiende niños a diario. Pero hace un poco más de ocho años, uno de sus pacientes lo marcó de tal manera que luego escribió un cuento. El texto resultó distinguido con el Segundo Premio del concurso “Cuentos Cortos” del Congreso Argentino de Pediatría de 2011. La historia cuenta su vínculo estrecho con un paciente de ocho años con una enfermedad poco frecuente.
“Es parte de una vivencia”, cuenta con sencillez Stechina, integrante de la Subcomisión de Prensa de la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP) y apunta que lo que su cuento hace es acercar una situación común para los niños y familias con estas patologías.
“Algunos chicos lo manifiestan de una forma y otros de otra, pero hay que saber prestar atención lo que manifiestan. Los chicos tienen derecho a que se respete su voluntad y hay que ponerse a pensar que no es todo tratamiento, no es todo medicina. Hay mucho de acompañamiento”, apunta Stechina a Diario Vivo. Y trae a la charla una frase del “padre” de la pediatría en la Argentina, Carlos Gianantonio: “Acompañar siempre, curar tal vez”.
Aunque asegura que es “más pediatra que escritor”, el cuento corto “Algo al oído” no es el primer texto de Stechina: también publicó el libro “La familia y el pediatra, veinte años juntos” y la escritura todavía lo acompaña cuando cuelga el estetoscopio. Además, pinta y juega al fútbol. Entonces, repite una viaje idea que circula entre los médicos: “El que solo de medicina sabe, ni de medicina sabe”.
De esos casos que como él dice, “tocan distinto” trata su cuento, para leer a continuación:
Algo al oído
Mateo tenía 8 años cuando lo vi en mi consultorio por primera vez.
El motivo de consulta era la preocupación familiar por una palidez de aparición brusca y cansancio llamativo en un niño tan alegre y activo como él.
Su madre tenía dibujado en su rostro la angustia de quien presiente algo malo.
El simplemente quería saber por qué se cansaba tanto últimamente y porqué su madre le insistió tanto en visitarme.
Desde el mismo día en que se comenzaron los estudios y el diagnóstico fue lo que la madre presentía, su salud se deterioró paulatinamente a pesar de todos los tratamientos realizados.
Cuando se comenzó a sentir abrumado por las medicaciones y estudios invasivos buscó y encontró en mí un aliado para sus inocentes escapes de la realidad. Cada vez que concurría a la consulta me hacía algún pedido cómplice al oído.
“Te digo algo al oído” me decía, prácticamente en un susurro para que los padres no escuchen y haciendo puntitas de pié. Yo me inclinaba y escuchaba sus pedidos mientras su madre buscaba distraidamente algún papel entre los informes y estudios que llevaba siempre en una prolija y cada vez más abultada carpeta.
“¿Puedo seguir comiendo chocolate?” Si los remedios me hacen doler la panza… “Puedo tomar gaseosas”. Si pero…poco y mamá me avisa si te sentís mal.
“Tuve fiebre pero ahora estoy mejor”… “¿Puedo salir afuera a jugar si hace frío?” Sí pero…abrigado.
¿Cómo decir que no a un pedido al oído?
Te digo algo al oído…no le digas a mamá que estoy mal, ella se pone peor y llora.
Te digo algo al oído…no quiero que me pinchen más. Te digo algo al oído…estoy cansado de tomar remedios.
Te digo algo al oído…no quiero estar más en el sanatorio.
Ya en su casa, en su habitación, en su cama, yo me acercaba a su oído simplemente porque para él ya significaba un esfuerzo hablar.
Gracias por prestarme siempre el oído…fue lo último que me dijo…y sentí su beso en mi mejilla…yo también lo besé, lo acaricié y me despedí, toda su familia estaba con él.
Aún hoy lo escucho…te digo algo al oído…
Por Daniel Stechina.