La actriz Érica Rivas brilla en el unipersonal “Matate amor”, dirigida por la gran Marilú Marini sobre la novela de Ariana Harwicz, para edificar una puesta que recorre el deseo a puro riesgo y sale victoriosa del desafío para entregar un trabajo explosivo que al mismo tiempo construye un lenguaje y una mirada sobre el teatro actual y puede verse a sala llena los viernes y sábados, en Santos 4040.
El espacio situado en el barrio de Chacarita explota de público, en amplia mayoría integrado por grupos de mujeres, quienes esperan en fila para luego ondular por un breve recorrido hasta la sala, entre un humo similar al de ciertas fiestas.
El inicio de la puesta resiste a dejarse identificar, porque desde que se ingresa allí la complicidad con la platea abraza y en esa suerte de todo compacto entre la intérprete y la gente, el bosque del deseo propuesto por la escenografía (Coca Oderigo) y las luces (Iván Gierasinchuk) tan ocres como precisas, se abre y se cierra como la lente de una cámara.
Quizás como decía la fallecida fotógrafa estadounidense Diane Arbus: “Una fotografía es un secreto sobre un secreto, cuanto más te cuenta menos sabés”, y breves ecos de aquella frase parecen resonar al ver la puesta, aunque sólo por algunos momentos, ya que el clima escénico cambia a ritmo vertiginoso, casi como sucede con la temperatura emocional de la sala.
El pulso frenético de la primera novela de Harwicz (reeditada por editorial Mardulce en 2017) candidata a la importante distinción Man Booker International Prize otorgada por la fundación inglesa homónima al mejor libro traducido en Reino Unido, fue adaptado por las tres artistas y se respira libre por la sala, con celebrados toques de humor.
“Matate amor” es mucho más que una obra avasallante con un descomunal trabajo interpretativo donde la impronta de Marini actriz está bien presente y entrega una dirección generosa en su segundo trabajo desde ese rol (El primero es “Escritor fracasado”, actualmente en cartel en el Teatro Cervantes).
Se trata de un juego destinado a narrar los destinos posibles para una mujer: La maternidad, el manicomio, el matrimonio, la psiquiatría policial, la pasión furtiva, para trascenderlos desde la construcción de un lenguaje y una mirada sobre la escena.
En “Matate amor” no hay moraleja ni bajada de línea, se apela a los recursos necesarios más allá de las modas escénicas: hay voz en off, pantalla de video y la intérprete por momentos sale del personaje y relajada pide tal o cual efecto al sonidista, o letra a la apuntadora.
Por suerte tampoco aparece el tono de reivindicación de crónica sobre la locura.
La vida en comunión con la naturaleza, o el elogio de las pinceladas cotidianas que hacen a la intimidad, dos banderas discursivas del momento, dúo de botines a proteger, se desintegran frente a cada recurso de la puesta.
La protagonista, una suerte de Diana la cazadora en modo extremo, encuentra en Rivas a una actriz capaz de transformarse por completo y lucir como un ciervo asustado, una heroína o una mendiga al borde del ataque.
La locura y la muerte, dos indomables, se transforman en la pieza en una suerte de trampolín, quedan integradas como base de un andamiaje teatral forjado a fuerza de detalles milimétricos desde donde disparar dudas, generar preguntas e identificaciones filosas, nada complacientes con el público que a veces se ríe ansioso para salir abismado y agradecerlo con la sostenida ovación final.
“Matate, amor”, con diseño de movimiento de Diana Szeinblum, puede verse los viernes y sábados, a las 20, en el espacio Santos 4040, Santos Dumont 4040.
(Télam)