Breve ensayo sobre lenguaje inclusivo

Cuando la realidad toma la posta y el lenguaje se deja llevar

“A mí en el colegio me enseñaron que se dice diputados, no diputades. Eso es castellano”,  reta Eduardo Feinmann desde su estudio de televisión a una militante feminista.
No sé si este periodista es auténtico o sobreactúa de él mismo por rating. Lo importante es que no está solo y sus palabras sintetizan el pensamiento de un gran público conservador. Juego a identificarme con este importante sector de la sociedad. Los sigo en su indignación con “la pendeja idealista que viene a romper las bolas en medio de los problemas reales”,  como con los que cortan la calle para salvar ballenas o tiran piedras contra las vidrieras de una parrilla asesina.

Recuerdo la parodia de Peter Capusotto: “¡Hablá bien la concha de la lora!”.

Luego recapacito ¿Por qué me enojo con una persona que demanda algo razonable a través de la palabra? ¿Por qué tengo tan a mano la categoría de “pendeja” para pensarla?, me pregunto ¿Qué implica llamarla así? ¿Acaso me molesta que sea una mujer luchando por la igualdad de género? Nada de eso. A mí no. Apoyo esas luchas. ¿Acaso me molesta que con su breve experiencia ose faltarle el respeto a la Real Academia Española? Al contrario, nunca me incliné frente a esta institución con olor a naftalina y Rey de España.

Entonces, ¿qué parte mía la rechaza? Sospecho que mi ruido no viene de la persona, ni de sus ideas, sino precisamente de ese nuevo modo de hablar. Noto que no puedo evitar que esas palabras alteradas me alteren. Me incomoda cada repetición: “indecises”, “les diputades”… Esas “e” lloran como bebés y me despiertan a la dimensión arbitraria del lenguaje. Hago un esfuerzo para ponerme en el lugar de la feminista ¿Qué quiere señalar esta disrupción? Tomo consciencia de que hablo de manera inconsciente, de que el “todos” que caía naturalizado de mi boca es en definitiva una arbitrariedad consensuada. ¿Cómo se siente una mujer con un grado mayor de consciencia de género frente al colectivo “todos”?, me pregunto. ¿Será este reclamo más importante de lo que supuse al comienzo?

No llego a pensarlo bien. Algo en mí se resiste y quiere interrumpirla, “ya entendí tu juego pero por favor ahora dejá de hablar en jeringozo”. Feinmann le corta el mambo a “la progre”. Chau, “un gusto”  o  “un guste” se ríe tratando de ridiculizarla. Una parte mía  lo acompaña en la risa. Quedo sumergido en la embriaguez de la relatividad de las palabras y las cosas. Leo más mensajes dirigidos a los ignorantos e ignorantas, a todes elles, tod@s, todxs… “¡Tienen caca en la cabeza!”, dicen algunos. Disfruto con malicia. Ensayo una burla lapidaria para enterrar el asunto. Me estiro para apagar el despertador y seguir dormido en mi lenguaje. Pero no me sale. Consulto en la RAE, ellos son catedráticos, académicos, deben saber.

#RAEconsultas “El uso de la @ o de las letras «e» y «x» como supuestas marcas de género inclusivo es ajeno a la morfología del español, además de innecesario, pues el masculino gramatical ya cumple esa función como término no marcado de la oposición de género”.

Algo no me cierra. Pienso. Mucho no me cierra. Ahora me enojo con la RAE y me pongo los anteojos de la feminista. Concluyo que esa respuesta es “una pelotudez”. Busco un sinónimo menos “maleducado” pero igual de preciso. ¿”Silogismo”?, un argumento circular que se fundamenta a sí mismo. No me conforma. Me quedo con “pelotudez” e intento definir a un pelotudo (o pelotude): “dícese de un sujeto formado sobre alfombras y ámbitos solemnes que se toma en serio las reglas del juego y carece de la capacidad de reírse de ellas”. ¿Acaso las que se sienten excluidas no entendieron una regla gramatical simple? ¿O será que la RAE no comprende que justamente la demanda es cambiar esa regla porque esconde “lo femenino”?

Todos (¿o todes?) entendimos. Sabemos también que el masculino gramatical no solo puede usarse para referirse a los individuos de sexo masculino sino también para designar la especie, por ejemplo: “El hombre es el único animal racional”. Lo que está en cuestión es si esa regla excluye a las mujeres, si promueve la superioridad masculina,  si es sexista, si dice algo que no deseamos. ¿Qué pasaría si fuera a la inversa? ¿Me sentiría incluido en una expresión como “la mujer es el animal racional”? ¿Me conformaría que me aclaren en la letra chica que esto me incluye como hombre?

Busco más opiniones. Me amigo un poco con la RAE encontrando miembros y comentarios interesantes. “El cambio lingüístico, a nivel gramatical, no se produce nunca por decisión o imposición de ningún colectivo de hablantes”, dicen también. Ellos lo saben. Nadie domina al lenguaje. El lenguaje habla a través nuestro.

Entonces, ¿adónde se originan los cambios en el lenguaje? Encuentro una línea de pensamiento que coincide en la respuesta: la lengua cambia en una relación dinámica con la realidad. Se trata de un influencia reciproca, de un cambio de la organización social junto a los símbolos que le dan cohesión, continuidad y sentido.

Pido ayuda para decirlo mejor. “Creo que es conveniente tomar lo que sucede con el lenguaje como síntoma de una demanda que excede a la lengua, la de ser estimados como pares”, Santiago Kovadloff.  El filósofo, también miembro de la RAE, explica que usar el masculino en referencia a grupos mixtos tiene que ver con que los ámbitos profesionales y de la vida pública antes eran para hombres. Hoy, al modificarse esta realidad, cuestionar la regla se vuelve válido y razonable. En sintonía, Karina Galperin de la Universidad de Harvard, dice que la lengua necesita responder a una necesidad que ya cambió. “Para mí esto no es ideológico: si sólo fuera una cuestión reivindicatoria, nunca hubiera llegado a donde llegó”.

Veo que junto a la militante feminista hablan años de conquistas de derechos y reivindicaciones sociales. Supongo que el “lenguaje inclusivo” es sólo el nombre de un pequeño cambio gramatical tendiente a incluir o a acompañar la inclusión que se está dando en otros niveles. Estos cambios de la lengua son constantes y no piden permiso.

No es una propuesta en un cajón a la espera del sello de una autoridad, ni un experimento a testear con estudios del latín, teorías lingüísticas o comparaciones idiomáticas. El lenguaje no es de la RAE ni de las feministas. No es de ninguno de ellos por el mismo motivo: las reglas vienen siempre detrás de los usos. Nadie puede planear o imponer a consciencia cómo se hablará en el futuro. Tampoco es posible prohibir determinados usos y costumbres, decir que son incorrectos o detenerlos. El lenguaje se abre camino a pesar nuestro. Nosotros o nosotres somos construcciones del lenguaje.

Nadie sabe si en el futuro nuestros hijos aprenderán la regla del nosotres, vosotres y elles. Imposible saber si en lugar de “los trabajadores” diremos “los trabajadores y las trabajadores”,  “les trabajadores” o “quienes trabajan”. Lo cierto es que hoy hay marcas que escriben sus textos en lenguaje inclusivo, que en la calle se ven campañas publicitarias y políticas con este guiño, que Racing Club acaba de transformarse en el primer club de primera en Argentina en usar lenguaje inclusivo en una comunicación institucional. Es evidente que hay un proceso en marcha, inconsciente e indomable. Y que el debate está abierto.

Este año me enteré de la existencia del lenguaje inclusivo, pero al parecer la UNESCO ya lo promueve desde hace 20 años. Desde la primera vez que escuché un “todes” hasta hoy pasé por varias etapas: la indignación, la ridiculización, la desnaturalización, la comprensión, la aceptación y, finalmente, el apoyo a la iniciativa.  Aún me falta dar el paso de la adopción. ¿Llegará el día en que escriba de esta manera? Aún no estoy listo. Pero, ¿quién sabe? ¿Qué pasaría si hoy una periodista de un diario decide escribir de esta manera? ¿Podría un manual de estilo censurarla?

 

Juan Pablo Haupt