La vida puede tomar un camino inesperado gracias a un panfleto. Un papel así, con letras no muy grandes, fue el que tomó Daniel Salvatierra para embarcarse en una travesía sin destino seguro. “Pintura”, decía la hoja que le acercó un amigo. Diez años antes le habían diagnosticado distrofia muscular, una enfermedad que afecta a la movilidad. Pero a pesar de que trasladarse podía ser una dificultad, él no se achicó y fue hasta el taller.
A un poco más de 15 años de esa decisión, Daniel Salvatierra acaba de ganar el premio Bienal 2019 que entrega la Asociación civil para la rehabilitación neuromotriz (ALPI). “El premio manifiesta la visibilización de las historias de personas con discapacidad, y la divulgación del trabajo de ALPI en la rehabilitación de estas personas, pero particularmente pienso que el reconocimiento está muy bien, pero también es un premio a todo mi círculo de apoyo -familiares, amigos, kinesiólogos, terapistas ocupacionales-. Yo solo soy la cara visible; aunque no me siento cómodo con el rótulo de ganador de la Bienal. ¿Qué serían pues esas otras extraordinarias historias resilientes y perseverantes? ¿Perdedores?”, reflexiona Daniel.
Los abuelos
Posted by Daniel Salvatierra Arte on Sunday, April 16, 2017
Su historia tiene que ver con romper con pronósticos, prejuicios y propias dudas. Un paso por el conservatorio de arte dramático, ni bien terminó la secundaria, puede marcarse como el antecedente para lo que vendría después, en la vida de Salvatierra. Por esas cosas de la vida, dejó esos estudios, que igual podría decirse que permanecieron como una semilla todavía sin germinar. Empezó a trabajar entonces como administrativo en el Hospital Militar. Todo cambió con la noticia del diagnóstico: “A los 27 años me detectan esta cuestión de la distrofia muscular. Me planteé la lucha cara a cara, y pensé que le iba a a ganar a toda esta cosa. La distrofia cruzaba mi vida. O yo hacia que cruce, no sé cómo es la historia”, dice hoy a Diario Vivo.
Casi diez años después, un amigo le acercó un volante que atrajo su atención. Allí se leía sobre un taller artístico. Para ese entonces, moverse ya no era algo sencillo para él. “Caminaba como pato. Agarrado de alguien”, recuerda. Pese a todo, le dijo a su amigo: “‘Lo que necesito es que alguien me ayude a bajar del taxi’. Me dijo que sí y el tipo nunca me abandonó. Siempre me esperó. Yo salía del hospital y me iba para allá”.
Primero fue el dibujo. Luego, la pintura. “Después me invitaron a algunas exposiciones, me conocieron y me convocaron”. Sumó un taller más de arte. Pero su energía no se concentró (solo) ahí. En un grupo de apoyo de la Asociación Distrofia Muscular conoció a su “amigo del alma”, Marcelo Roldán. “Él estaba en el grupo de teatro de actores con discapacidad. Me invitó y fui a ver de qué se trataba. No sabía que había un teatro con diversidad, y me pareció tan lindo lo que hacían… Quise estar ahí, participé y ahí empezó la actuación.”
Pintura y actuación confluyeron en una misma agenda. Mientras tanto, Daniel Salvatierra creaba: a través del pincel, pero además, empezó a darle forma a escenas y personajes de una obra. “Tenía que ver siempre con la discapacidad en aquel momento. Mi enojo, mi incertidumbre, tenían que drenar por algún lado parece.”
De las situaciones límite, dicen, pueden surgir oportunidades. Entonces estrenó su obra, “El simulador de la infamia”, que llevó por distintas ciudades de la Argentina y Uruguay. Pero lejos de conformarse, Daniel siguió. Con su amigo hicieron nuevas obras de teatro y directores reconocidos se les acercaron para trabajar con ellos. Hacía un poco más de diez años le habían dado un diagnóstico Y a pesar del mazazo de la noticia, nada le impidió subir al Teatro San Martín.
Desde hace cuatro años, Daniel también hace radio, los sábados de 17.30 a 19, por Radio Bar, una emisora online. Su programa: Rodantes rebeldes, que hace con su amigo de teatro y de la vida, en donde entrevistan a personas vinculadas con la discapacidad. “Siempre digo que soy un okupa de la radio porque no sé mucho, voy aprendiendo”.
Etapas artísticas
Cuenta Daniel que primero empezó haciendo rostros, en el taller en donde dio sus primeros trazos. Aunque la pérdida paulatina de la fuerza en sus brazos lo condujeron por otros senderos artísticos. “Empecé a implementar en mi pintura elementos como papel, madera, enduido, alambre”, dice. Fue así que lo conceptual llegó para no irse. “Todo artista plástico tiene que tener una base de dibujo. Incluso en esos cuadros que parece que se les cayó el tacho tienen proporciones, conocimiento del color. Empecé con ese proceso del dibujo, la sombra, los grises y de los colores para llegar a lo que quiero hacer hoy. Para mi fue como transitar algo, para llegar adonde quería”, explica.
Sus obras ya pudieron verse por la Facultad de Derecho, el hotel Llao Llao, el Hospital Militar, entre otros lugares. En septiembre podrán verse en el anexo de la Cámara de Diputados. “No sé si pinto bien, por ahí engaño bien”, dice, y se ríe. “Ahora también estoy pintando con la mano. ¡Tocar la materia es algo tan lúdico! Es jugar. Yo me siento muy libre, no siento que estoy en silla de ruedas. Me retiro de ese lugar y juego un rato aun con mi edad ,jaja”, agrega.
En el teatro, Daniel dice que dos minutos antes de empezar una obra puede sentir que se olvida una letra o siente cierto nerviosismo. Sensaciones que, sostiene, se evaporan ni bien se corre el telón. “Le decía a mis compañeros que es como una metáfora del equilibrista: yo me tiro sabiendo que el otro me va a agarrar y al revés también. El acto de arrojarse para que que el otro te vaya a agarrar es bárbaro”.
Está convencido Daniel Salvatierra. Por eso, no duda en afirmar: “Cuando me dieron el diagnostico, había todas puertas oscuras. Pero el arte cura, a mí me salvó”. El modo de andar en la vida dice que cambió: “El otro día decía que tengo que agradecer. Es que antes por la vida yo pasaba muy rápido, miraba, y ahora veo. Con eso no quiero decir que esté re contento de estar en silla de ruedas. ¡No! Esto es lo que trato de inculcar a las personas que conozco con discapacidad y que no hacen nada. Ya el levantarse y despertarse y querer ponerte una remera es un acto valiente, pero digo, agreguémosle más a eso”.
No olvida que tiene una enfermedad, pero prefiere que esta no sea la protagonista de sus días. “Es mi compañera, y ahora vamos juntos, y como toda pareja a veces estamos mejor y a veces nos peleamos. Pero el arte para mi fue sanador”. Y aunque a veces reconoce que se enoja cuando algo no le sale como quería, él dice: “Yo soy un exitoso, hago lo que me gusta”.