En 2007, el australiano Craig Gillespie se ganó a la crítica cinematográfica dirigiendo a Ryan Gosling en Lars y la chica real, y en el último lustro ha confirmado su talento tras la cámara con títulos tan destacados como Yo, Tonya (2017), Cruella (2021) o la serie Pam & Tommy (2022).
No es de extrañar que su nuevo trabajo, Dumb Money (El poder de los centavos), haya sido una de las producciones más esperadas dentro de la programación del último Festival de San Sebastián. El cineasta se rodea de estrellas como Sebastian Stan (con quien coincide tras Yo, Tonya y Pam & Tommy), Seth Rogen, Paul Dano y Pete Davidson para rescatar el asalto al mercado más feroz de los últimos años.
La película sigue el caso de unos usuarios de Reddit que, en 2021, se la jugaron a los peces gordos de Wall Street comprando acciones de la tienda de videojuegos GameStop para que así subieran de valor. Las buenas contiendas financieras siempre le han sentado bien al cine, sobre todo cuando el cordero muerde al lobo. ¿Está la de Gillespie a la altura?
‘Dumb Money’: qué dijo la crítica sobre la película tras su paso por San Sebastián 2023
El cine de Craig Gillespie bebe mucho del de Martin Scorsese, sobre todo en el dinamismo visual y narrativo, y en el ritmo desquiciante de sus secuencias. Por eso, su última película, crítica al capitalismo y el sistema financiero que benefician a las clases privilegiadas, recuerda por momentos (y salvando mucho las distancias) a El lobo de Wall Street (2013).
El principal hándicap de El poder de los centavos es precisamente que no descubre nada nuevo; es más, se nutre constantemente de los tópicos de los filmes que se sumergen en el mercado financiero y recuerda automáticamente a títulos como La gran apuesta (2015) o Amigos de armas (2016). Comparte con ellas la cadencia en la trama, la combinación de formatos y la introducción de imágenes de archivo, incluso el elenco hollywoodiense entregado a los personajes caricaturescos.
Sin embargo, se aleja de sus predecesoras al pasar de puntillas por los tecnicismos bancarios para centrarse en la historia que le interesa subrayar: la de David contra Goliat. Es decir, los pequeños inversores que buscan pagar sus hipotecas contra los grandes especuladores que nunca creyeron ver peligrar su situación. A riesgo de caer en la superficialidad poniendo el foco en la vida de sus protagonistas en lugar de explicar mejor el complejo contexto financiero, logra acercar la historia al espectador.
Conectamos irremediablemente con estos corderos que se ponen la piel de lobo para ganar a los poderosos en su terreno hasta entonces inalcanzable. Esta película no va de moralidad ni de acabar con un sistema desigual, sino de usar ese mismo sistema corrupto para derrocar a los cabecillas, habla de la satisfacción de rebelarse contra el status quo.
Y como toda revolución necesita un instigador, al frente de un elenco perfectamente engrasado está él. Un magnífico Paul Dano se aprieta la bandana roja y se pone su mejor camiseta de gatos en la piel de Keith Gill, visionario friki y adalid improbable gracias a la expansión de los nuevos canales de influencia. Es curiosamente el más contenido en una pasarela de personajes cada cual más excéntrico, del hermano/alivio cómico absurdo de Pete Davidson al millonario torpe y pringado de Seth Rogen.
Esta producción no alcanza la brillantez de El lobo de Wall Street ni es tan mordaz como el cine de Adam McKay, pero, desde una posición más sencilla y menos ambiciosa, se adentra en el género sabiendo conectar con nuestro David harto de la hegemonía de Goliat y destierra con agudeza la maltrecha fantasía del sueño americano.
Es la comedia ágil e idealista en la que el acosado gana al acosador, en la que los débiles, unidos, asustan a los fuertes, aunque solo sea un rato. Es una entretenida revancha facilitada por la actual exacerbación de lo virtual en la que los pisados levantan las armas que los apuntan a diario y resulta imposible no sentir cierta satisfacción cuando la banca, por una vez, no gana.