Homero Simpson es el rey de Twitter. La mayoría de los hashtags, como #hoyfutbol o #buenviernes, son donas para él. El twitero más poderoso del mundo, Donald Trump, lo sabe muy bien. A Homero le debe la presidencia de los Estados Unidos de América (y la alergia de los Estadios Unidos Mexicanos). “El gran Donald” es también “la gran dona”, todo lo que Homero quiere escuchar, una figura creada a imagen y semejanza de un estereotipo que vive mirándose el ombligo.
Pero, paradójicamente, el hashtag #Homero2019 no fue pensado para este Homero. Él no aprecia esta “cosa de ñoños”. Esta propuesta se dirige más bien a su hija Lisa, una niña sensible e inteligente, que representa la cultura, la inquietud, la apertura hacia el otro y la búsqueda de un mundo mejor. Se refiere al Homero que podría haber vivido en Grecia en el siglo VIII a.C. Es, más precisamente, una invitación a la lectura colectiva de los dos grandes poemas épicos de la antigüedad: La Ilíada y La Odisea.
¿A quién se le ocurrió que Twitter podía elevarse de los hashtags coyunturales y servir de fogón universal para compartir las cuestiones más trascendentales de la humanidad? El principal impulsor fue Pablo Maurette, un argentino que se desempeña como ensayista, escritor y profesor de Literatura en la Universidad de Chicago. Su idea fue usar las nuevas tecnologías para concentrar en lugar de distraer. Con este fin propuso, el año pasado, leer un canto por día de La Divina Comedia (100 días y 100 cantos). La respuesta fue buena, académicos, escritores, estudiantes y personas de los más diversos oficios se acercaron al calor de #Dante2018 y lo alimentaron con preguntas, comentarios, descubrimientos, ensayos, ilustraciones…
De esta exitosa experiencia surgieron otras similares, #Boccaccio2018, con el Decamerón, #Cervantes2018, con el Quijote; #Ovidio2018, #Kafka2018, #Tolstoi2018, #Borges2018 y, este año, #Joyce2019, #Shakespeare2019 y #Homero2019. “Alguien me pregunta por qué leer a Homero hoy. La respuesta es simple: Porque los griegos inventaron todo. Y Homero inventó a los griegos”, publicó Pablo en su cuenta de Twitter, @maurette79. Muchos lectores de los cinco continentes ya reman juntos hacia las playas de la Ilíada, a razón de un canto por semana.
Todo este fenómeno nos invita a pensar una nueva definición de los clásicos. ¿Qué son los clásicos? La pregunta tiene muchas aristas. Jorge Luis Borges, dice que “clásico es aquel libro que una nación o grupo de naciones o el largo tiempo han decidido leer como si en sus páginas todo fuera deliberado, fatal, profundo como el cosmos y capaz de interpretaciones sin término. […] Clásico no es un libro (lo repito) que necesariamente posee tales o cuales méritos; es un libro que las generaciones de los hombres, surgidas por diversas razones, leen con previo fervor y con una misteriosa lealtad”. Ítalo Calvino, el genial escritor italiano, ensayó catorce definiciones diferentes de las obras clásicas. Me quedo con una combinación de cuatro: “Los clásicos son esos libros de los cuales suele oírse decir. «Estoy releyendo…» y nunca «Estoy leyendo» (…) son libros que nunca terminan de decir lo que tienen que decir (…) son libros que cuanto más cree uno conocerlos de oídas, tanto más nuevos, inesperados, inéditos resultan al leerlos de verdad (…) son libros que están antes que otros clásicos, pero quien haya leído primero los otros y después aquéllos, reconoce enseguida su lugar en la genealogía”. Goethe piensa lo clásico desde otro enfoque, como estilo y composición de la literatura antigua griega y latina, con sus pautas de perfección atemporal, un modelo de imitación, excelente, ejemplar, canónico, conformado con reglas de mesura, armonía, claridad, unidad y naturalidad.
Según lo anterior, la Ilíada es el clásico por excelencia por donde se lo mire. Contiene la armonía que disfruta Goethe. Despierta el previo fervor de los lectores que señala Borges. Pero también sabe cachetear a quienes se acercan pensando que ya la conocen, como observa Calvino. Todos vimos alguna película u obra de teatro sobre la Ilíada y leímos muchos discursos inspirados en su forma (o influidos inconscientemente por su fuerza). Y, sin embargo, basta con un sorbo del agua de la fuente para notar que es mucho más fría, pura y despabiladora que todo lo que siguió después.
El fenómeno de lectura compartida y universal que surgió en Twitter puede servir para redefinir “lo clásico”. Siento que un clásico es un libro que nunca se lee sólo, que trae garabateados en los márgenes miles de ojos, de muertos de todos los tiempos y contemporáneos de todos lados. Pienso que un clásico es un libro actual y trascendente, porque va a las causas profundas de los “trendings topics” y, a la vez, nos recuerda que los hashtags son la ropa de los temas de siempre. Deseo que un clásico sea un talismán capaz de convertir a Homero en Lisa.