Personajes secundarios: Historias en la intersección de los sueños y los miedos

En su primer libro de ficción el periodista Federico Bianchini propone historias en las cuales los sueños y las trampas que nos juega la mente son ejes centrales.

Hay actividades públicas, que las personas hacen y son conocidas por los demás, y otras, que se hacen fuera de la vista del entorno, alejadas de la mirada de los círculos de personas que todos tenemos. El oficio periodístico, para Federico Bianchini, podría encuadrarse en la primera de las opciones anteriores. Sus notas salieron publicadas en Clarín durante varios años. Viajó a la Antártida y, a la vuelta, publicó el libro “Antártida: 25 días encerrado en el hielo”, una crónica sobre la vida aislada en el frío continente. Más tarde, con “Cuerpos al límite” y “Desafiar al cuerpo: Del dolor a la gloria. El deporte llevado al extremo”, buscó respuestas a las preguntas sobre lo que ocurre en los cuerpos (y mentes) de quienes practican las actividades físicas más exigentes.

La ficción, en cambio, podría ubicarse en aquellas actividades que, para Bianchini, se construye detrás de la fachada del periodismo y que, de vez en cuando, por distintos motivos se da a conocer. Es cierto que algunos cuentos ya habían sido publicados (en el suplemento Verano 12, en Ñ, entre otros medios). Sin embargo, su último libro, “Personajes secundarios” (El bien del Sauce edita) representa un recorrido más largo, de la vereda del periodismo al género del cuento.

“Estas historias las fui escribiendo durante muchos años, hay uno de los textos que es que le da el título al libro, Personajes secundarios, que lo publicó la Bienal de Arte Joven de la Universidad Nacional del Litoral, en 2006. Fue uno de los primeros, y después hubo otros que escribí en los últimos dos años. Lo que intenté hacer cuando me decidí a publicar este libro fue que no fuera un rejunte de cuentos, no elegí todos los que tenía. Traté de que los cuentos funcionaran, de algún modo, alrededor de un eje o de ciertas ideas y en función de eso fui armando la selección”, cuenta Federico Bianchini a Diario Vivo.

Protagonistas con habilidades ocultas, personas comunes que, de pronto, se ven envueltas en situaciones extrañas. En algunas historias aparecen los síntomas de lo que podría ser una alucinación (o no, nunca queda claro del todo) o de sueños que se mezclan con la realidad. Visiones, pálpitos, miedos, perversiones. Los 11 cuentos transcurren en las fronteras de aquello que entendemos por “normal” y lo que no.

-¿Cómo decidiste que ya era tiempo de publicarlo?

-Fue hablando con un amigo. Yo había publicado en Verano 12, el suplemento de cuentos de Página 12, después en Ñ, pero no había decidido publicar el libro de cuentos porque en realidad estoy acostumbrado a publicar crónicas y en general la escritura de cuentos es, de alguna manera, más secreta o más íntima, entonces no lo puse en el plano de la publicación. Y hablando con un amigo me dijo “¿por qué no lo sacamos?”. Ese fue el disparador para armar el libro.

En este punto, Personajes secundarios tiene una particularidad (cada vez más frecuente): su salida a la calle fue gracias a una campaña de crowdfunding. “Lo lancé sin muchas expectativas. Si conseguía la plata se imprimía y si no, no pasaba nada, pero la verdad fue muy bueno porque hubo 143 personas que aportaron, lo pudimos terminar imprimiendo y quedé muy agradecido con todas esas personas”, dice Bianchini. “Es como una apuesta y una cuestión de confianza, como comprar un libro sin tener referencias sobre lo que va a ser”.

-Claramente los sueños es un eje de los cuentos, pero la cuestión de la mente o de la salud mental está bastante presente en las historias. Seguramente si lo leyera algún psiquiatra podría encontrar cuestiones de ansiedad o trastornos. ¿Para vos es un campo que ayuda a encontrar buen material para crear historias?

-Sí, totalmente, la locura atraviesa mucho de los relatos y es muy interesante también lo que nosotros entendemos por locura. Estoy haciendo una crónica sobre la radio La Colifata, del Hospital Borda, que fue la primera radio en transmitir desde un neuropsiquiátrico en el mundo y a partir de ella ahora hay radios en Francia, en Rusia, Suecia, Estados Unidos, en distritos lados. Y hablaba con Fernando Aquino, que tiene esquizofrenia, que trabaja en la radio hace mucho tiempo, y yo le digo “¿cuál es tu diagnostico?”. Él me dice “soy esquizofrénico, pero no me hago cargo”. Un personaje increíble. Hablamos de la locura y de lo que se entiende por locura. Él me decía “si estamos tomando una cerveza y comiendo maníes, si yo ahora me agarro los maníes y empiezo a ponérmelos arriba de la uña y los como así, todos van a decir ‘mirá este es esquizofrénico, está loco’. Ahora, si hay ciertos referentes que empiezan a hacer eso y se transforma en una moda después va ser loco si no comés de ese modo”. Los límites de la locura me parecen muy interesantes. Si, me parece que la locura, los sueños, esas fronteras, son muy interesantes para trabajar y sobre todo en el terreno de la ficción.

-¿Es difícil condensar una historia en una extensión tan corta?

-Me gusta el género porque tiene esta condensación, esta intensidad que supone que cada palabra es la que se necesita y que no hay ninguna que sobra. Me gusta por eso, porque también es un género muy trabajable, muy leíble, se puede compartir. Es diferente que si le decís a un amigo “che, tengo una novela, te la paso”. Por ahí pasan tres o cuatro meses hasta que la lee, y y si la lee. En cambio esto es mucho más manejable. Cuando me pongo a escribir una historia no pienso en la extensión que va a tener, tengo cierta idea pero no es que me pongo un límite y digo “van a ser dos páginas como máximo”. No la pienso desde antes.

-Hay una dedicatoria a Abelardo Castillo al comienzo del cuento una Virgen en el ojo. ¿Qué significó para vos su figura?

-Para mí fue un gran maestro. Yo fui varios años al taller de él y de alguna manera me representó mucho en todo lo que fui aprendiendo en esos años, desde la manera de corregir y revisar un texto hasta la forma de leer los clásicos, como si fueran contemporáneos, o por lo menos con un espíritu critico y de acercamiento, si se quiere, cotidiano. Y por otro lado este fue como una especie de homenaje, porque hay una frase que dice uno de los personajes, Ordoñez, que en un momento dice “eso es todo boleto”, que significa que es todo mentira, y Abelardo usaba esa frase, que es muy antigua. Creo que estuvo de moda en los ’40 o ’50 y me parecía interesante también aprovechar ese fragmento de lenguaje, que le había copiado, y ponerlo como homenaje.

-¿Cómo se hace para mantener las ganas de escribir después de trabajar a diario también con la escritura, en tu caso, en periodismo?

-Creo que la pregunta es otra, la pregunta es cómo hacer lo que uno no tiene ganas de hacer. En realidad hay que dar vuelta la cosa, y es por qué no dedicarse de lleno a eso que a uno le gusta y no hacer pura y exclusivamente más que eso, o que las ganas esas estén todo el tiempo. Por ahí lo que las van tapando es lo otro, lo que uno hace para vivir, y el trabajo que uno hace para comer y ahí creo que está el fundamento y la respuesta. En realidad esto era lo que yo tenía ganas de hacer. Mientras tanto hacía otras cosas. Incluso muchas de estas otras después te terminan gustando, porque trato de buscar la manera de llevarlas a un centro de interés. Es por eso que dentro del periodismo decidí dedicarme al periodismo narrativo, que de algún modo está en un registro mucho más cercano al del relato o al del cuento.

-¿Con que expresión artística podrías vincular tu libro?

-No me lo había puesto a pensar. De algún modo, cuando uno escribe termina reflejando, muy rara vez conscientemente, pero en general de manera inconsciente, toda la trayectoria lectora y espectadora de todo lo que vio y escuchó, y me parece que esto de alguna manera va segmentando. Vos leés una novela y según tu experiencia y trayectoria hay tres páginas que te quedan grabadas y quizá no tienen necesariamente que ver con la experiencia de quien escribió, sino con la experiencia tuya de lector y creo que eso se va acumulando en algún lugar, vaya uno a saber dónde, y después se plasma en todo lo que uno va haciendo. Podría decir distintas cosas, pero se corre el riesgo de aparecer que estoy influido por Herzog y en realidad Herzog es un genio brillante. Pero está el riesgo de decir “esto me marcó”, pero yo no sé si me marcó. Me maravilló, sí, pero también maravilló a otras personas porque el hecho de maravillar esté en Herzog y no en quien lo ve solamente. Por eso trato de escaparle a este tipo de etiquetas o cosas así.

-¿Alguna historia surgió después de un sueño?

-Sí, el último de los cuentos, Personajes secundarios, se me ocurrió a partir de un sueño que tuve, que yo estaba comiendo en en un restaurante y cuando tenía que pagar me despertaba. Y en el momento que me desperté se me ocurrió esta idea, de que hubiera un personaje que le dijera al mozo que estaba soñando y que sabía que iba a despertarse y todo lo demás. En realidad no fue directamente soñado sino que fue una situación de un sueño que disparó el resto a lo otro. Tiene que ver con que traté de agrupar y de buscar relatos que tuvieran ese registro.

-¿Escribir ficción es también una forma de liberarse de los límites del periodismo?

-Creo que es otra búsqueda. Cuando estoy escribiendo ficción no pienso en periodismo, y cuando estoy escribiendo una crónica no estoy pensando en la ficción. Son dos terrenos distintos y puede gustarte cualquiera de los dos, pero el hecho de ubicarse en uno y otro es algo totalmente consciente y es importante que uno sea consciente de esto. Uno elige narrar una crónica o contar un cuento. En el momento en que uno decide eso se atiene a las reglas que cada uno de los géneros tiene.

Por Nicolás de la Barrera