Ni arte ni parte

La renuncia de la presidenta del Fondo Nacional de las Artes puso en evidencia la presión política habitual que padecen los organismos autárquicos.

La editorial de hoy del diario La Nación interpreta que la renuncia de la presidenta del Fondo Nacional de las Artes (FNA), Carolina Biquard, fue forzada por el avance del gobierno contra la autonomía de la entidad. La independencia de la entidad consiste precisamente en la capacidad de su presidente y directorio de definir la asignación de los fondos (con criterios técnicos, artísticos, transparentes para la ciudadanía) y de decidir sus propios programas. Sin embargo, una discrepancia con Pablo Avelluto, Secretario de Cultura, sobre el uso de fondos para financiar programas de la Secretaría motivó la renuncia de las autoridades y puso en evidencia la presión política habitual que padecen este tipo de organismos. Por estos sucesos, La Nación le exige al gobierno que no se confunda con el Estado y evite las lógicas tendientes a la concentración del poder o el avasallamiento de los límites de las instituciones republicanas y democráticas.

El Fondo Nacional de las Artes es una entidad autárquica en la órbita del poder ejecutivo especializada en potenciar la creación artística en múltiples disciplinas: Arquitectura, Artesanías, Arte y Tecnología, Arte y Transformación Social, Artes Audiovisuales, Artes Escénicas, Artes Visuales, Diseño, Letras, Música y Patrimonio. Con el objetivo de promover la producción de artistas, gestores y organizaciones culturales de todo el país orquesta una serie de estrategias de financiamiento que incluyen becas, subsidios, préstamos y concursos. En la web oficial se expresa con orgullo que, desde su nacimiento en 1958, “miles de artistas –como Antonio Berni, Jorge Luis Borges, Sara Facio, Leonardo Favio, Julio Le Parc, Ricardo Piglia, Alejandra Pizarnik y Leopoldo Torre Nilsson, entre muchos otros– han participado de nuestros programas u obtenido algunos de los servicios que ofrecemos”.

El contexto de esta pulseada por los fondos es el recorte presupuestario que sufre toda la Secretaría de Cultura. En 2019 contará con 4.923.722.299, que (considerando la inflación) es mucho menos que los ya insuficientes 4.480.607.310 con los que se contó en 2018. Es significativo que el ex director de la Biblioteca decía, en abril de este año, que no tenía ni para el café. Tal vez estas circunstancias motivaron el complemento de tijeretazos con malabares entre los fondos de los programas.

Lo cierto es que la realidad económica del Fondo Nacional de las Artes es diferente a la de toda la Secretaría porque  recauda por sí mismo derechos de autor que están en dominio público. Es decir, cada vez que se usa una obra de un artista que falleció hace más de 70 años, se reinvierte ese capital en artistas que están creando hoy. Durante los tres años que duró la gestión saliente los artistas beneficiados pasaron de ser 7.000 mil a 73.600; la recaudación pasó de $72 millones a $220 millones y las reservas pasaron de $80 millones a $174 millones.

Más allá de los fríos números hay algo poético en la forma de financiamiento del FNA. Se trata de un círculo virtuoso para la creación, donde los artistas trascienden no sólo inspirando a las nuevas generaciones sino también financiándolas. Pienso en los representantes de la cultura que nos dejaron esta semana, en Jaime Torres, Osvaldo Bayer, Irene Gruss… ¿Bajo qué formas seguirán ellos mejorando nuestra sociedad en el futuro? Trato de definir a un “artista”: alguien sensible que sensibiliza a la sociedad; alguien que se atreve a decir algo de lo indecible (con dos crayones o cinco cuerdas);  alguien que levanta la cabeza mientras se toca el corazón; alguien que dialoga con los muertos sobre los temas de siempre; alguien que hace sagrado su ocio y alguien que es negocio estimular.