El colectivo de artistas conocido como Grupo Doma celebra 20 años con una muestra individual en la sala Cronopios del Centro Cultural Recoleta, una suerte de playground ácido y mordaz que se propone como una radiografía de la sociedad actual, con alusiones al hiperconsumo, la adicción a la tecnología y la exaltación excesiva de valores como la belleza y la juventud.
Provenientes del arte urbano, el diseño gráfico, el cine y la animación, este grupo de artistas irrumpió en el escenario local a fines de los años 90 a través de stencils, instalaciones y campañas que funcionaban como señalamientos en el espacio público, como aquella en las que pintaban ganado en las sendas peatonales del siempre transitado microcentro porteño y que, en sus comienzos, ellos mismos definían como “actos de guerrilla”.
A lo largo de su carrera, este colectivo -cuya cantidad de integrantes fue fluctuando y que actualmente integran Julián Manzelli (alias Chu) y Orilo Blandini- fue ganador del certamen Curriculum Cero de la galería Ruth Benzacar, presentaron en Tecnópolis aquel gigante de hierro llamado Coloso de energía, exhibieron sus obras e instalaciones urbanas en distintos sitios del mundo y una de sus piezas forma parte de la colección del MoMA de Nueva York.
Por sus orígenes, el espacio público es significativo en cada una de sus creaciones, y es por eso que la inmensa sala Cronopios del Centro Cultural Recoleta se asemeja ahora a un gran parque donde reina el extrañamiento y por momentos el absurdo, piezas realizadas en el último año y especialmente para esta exposición.
“Desde sus orígenes, la obra de Doma se basa en una lectura crítica del absurdo que es la realidad. Con eso generamos obra. Muchas cosas de la realidad, de la política, de la situación social, nos resultan absurdas y es una inspiración para generar obra en torno a eso. Nuestra visión de éstos últimos años no es muy positiva, y así nació esta muestra, una crítica a la vida contemporánea”, cuenta a Julián Manzelli.
Entre el objeto, la instalación y la escultura, estas obras -muchas de ellas aunque no todas- son participativas, y para poder diferenciarlo el público se encontrará en el piso pequeños stickers que advierten de los prohibidos y permitidos. Así, habrá que seguir la flecha para atravesar la primera pieza del recorrido, un ataúd larguísimo, como una suerte de pasarela, que da una tétrica bienvenida al espectador.
Luego, se pasa por un camino tapizado con una alfombra roja rodeada de flashes que se activan con el movimiento, transformando al visitante en una fugaz celebrity, para seguir por este recorrido que incluye un tobogán imposible de utilizar ya que sus partes están invertidas (“Crossfit”), una escultura lumínica que alude al inmenso tráfico de datos (big data) en el mundo, o una serie de marionetas en ronda, hipnotizadas mientras miran su celular.
“Es un gran playground medio onírico. Una muestra inmersiva donde entrás a un escenario repleto de situaciones. Un parque surreal, con elementos que remiten a algo lúdico. Una gran espacio sin paredes ni divisiones, con una impronta de la calle y el arte público que es nuestro background”, especifica Manzelli.
Si bien ha participado en muestras colectivas, hace diez años que Doma no tenía una exposición individual en Buenos Aires, aunque sí las han tenido en Berlín, Bogotá, San Pablo y Miami entre otras ciudades. Y en esta muestra vuelven a utilizar el humor: “Creemos que la parodia y la ironía es la forma más profunda de transmitir una idea”, desliza el artista.
“Bienvenidos a la sublimación de la contradicción. Una fenomenología del desastre de la evolución humana, de la fisura que ha dejado el progreso”, reza el texto del catálogo que acompaña la muestra, y que entremezcla reflexiones de Guy Debord, Boris Groys, Slavoj Zizek y otros filósofos, con las reflexiones personales -y por momentos algo apocalípticas- del grupo.
“El recorrido no está planteado linealmente, es un itinerario por una vida en forma invertida, por eso arranca con un ataúd, la muerte, y termina en una suerte de renacer, una purificación para replantearse ciertos hábitos”, explica Manzelli sobre la instalación del final, justo antes de la salida de la sala, que recuerda a esas inmensas máquinas donde se lavan autos.
“Es una obra muy crítica, pesimista del estilo de vida actual de los seres humanos, sobre la tecnología, las pantallas, el ego, la cosificación de la mujer, pero una crítica constructiva. Si uno lee en profundidad, la muestra abre una luz, una puerta, al final”.
El título, “Naturaleza muerta”, propone un homenaje al término técnico que se utiliza en el mundo del arte, y al mismo tiempo alude a “la situación de cómo nos estamos convirtiendo en otra cosa fusionándonos con la tecnología, dejando atrás comportamientos y formas naturales hacia otras artificiales o digitales”, aclara Manzelli.
Se podrá visitar la exposición hasta el 1º de agosto en el Centro Cultural Recoleta, Junín 1930 (CABA), de martes a viernes de 13.30 a 22 y los sábados, domingos y feriados de 11.15 a 22, con entrada libre y gratuita.
(Télam)