El 20 de marzo de 1995 Japón vivió uno de los días más terribles de su historia después de la Segunda Guerra Mundial. Durante la mañana, en plena hora pico, la secta Verdad Suprema dispersó gas sarín en el subte. Como resultado del ataque, 13 personas murieron y más de seis mil resultaron afectadas por la sustancia tóxica. A 23 años de ese atentado, hoy, los integrantes del grupo que realizaron aquel asesinato contra inocentes fueron ejecutados en la horca.
La ejecución de los seis integrantes de Verdad Suprema se suma a la de otros siete condenados que también pasaron a la horca el pasado 6 de julio. Para la sociedad nipona, el final de los autores del atentado no pasó desapercibida.
La ministra de Justicia, Yoko Kamikawa, se expresó al respecto y afirmó que los ejecutados “generaron un dolor y un sufrimiento inimaginable a las víctimas y a sus familias” y que la pena sobre ellos se debió a sus actos “extremadamente crueles”. “Fue un nivel sin precedentes de crímenes extremos y graves que no deben ocurrir otra vez”, agregó la funcionaria. Según Kamikawa, las ejecuciones tienen el visto bueno de los japoneses.
Shizue Takahashi, presidenta de una asociación de las víctimas del atentado, dijo, según consigna France 24, que el daño “continúa incluso después de las ejecuciones”. “Puede que esto suponga el final desde el punto de vista penal, pero yo no tengo la sensación de que el caso haya acabado. Aún hay gente que sufre las secuelas”, explicó la mujer.
La secta Verdad Suprema llegó a contar con más de diez mil integrantes en la década del 90. El grupo utilizaba conceptos de distintas creencias, como el budismo y el cristianismo, que se mezclaban con ideas apocalípticas. Tras el atentado y la detención de su líder, Shoko Asaharaan, la actividad de la secta cayó. Sin embargo, aún existe, y las fuerzas de seguridad de Japón ejercen sobre ella una vigilancia estricta. Justamente uno de los argumentos en contra de las ejecuciones es que estas muertes puedan ser una excusa para que los fanáticos busquen una revancha.