La columna de Jorge Asís: Lacónicos y Pavarottis

La ternura infinita de los empresarios, que pretenden emular el canto de Luciano Pavarotti, induce a registrar la magnitud del silencio de Lázaro Báez, El Resucitado, y -en menor medida- de Cristóbal López, Casino Club. O de Gerardo Luis Ferreira, El Burrito Cordobés, de Electroingeniería.

Tres detenidos que no cantan. Son los lacónicos.

“Hay que diferenciar a los empresarios que tienen barro político”, confirma la Garganta. “Cuando caen, se la bancan”. Distintos a los empresarios pragmáticos que sólo quieren normalmente trabajar y ganar dinero. Mojar por turno la medialuna de la licitación rotativa y ponerle, a quien sea, los mangos requeridos.

“Cuando caen, hay que pegarles para que se callen”. Son los Pavarottis. Cantan más operas de las necesarias. Pero para ser aceptado como Pavarotti solista se debe cantar más y mejor que los numerosos barítonos anteriores. En los países relativamente civilizados, un 2 o un 3% de cometa espiritual no espanta a nadie. Pero aquí el afán resulta ilimitado. Nunca menos “del diego”. El 10.

Chinos de provincia.

Gerardo Ferreira forma parte del “barro político”. Llegó al paraíso de la mano de Carlos Zannini, El Cenador. Para actuar en combinación con Julio De Vido, El Pulpo. Enemigo interno de Zannini.

Los tres terminaron presos. A Zannini, otro enemigo, Tito Fernández, que fue senador, lo llamaba Mandela. Pero Mandela salió pronto. No estaba en cana por haberse pegoteado los dedos con el membrillo de las obras. Lo habían encanado por el Pacto (desopilante) con Irán.

Otra vez preso, como en los 70, Ferreira desafía ostensiblemente con el silencio. Mientras un subordinado -Neira- se incorpora al bloque del arrepentimiento.
El preso Ferreira es el sujeto de un conflicto geopolítico. Socio de los chinos provincianos de Getzouba Group. Juntos cometieron la insolencia de ganar la licitación de las represas, Condor Cliff y La Barrancosa. Aunque estaban destinadas a la medida de Lázaro Báez, de Austral. Había comprado las cien máquinas y las tierras para inundarse, que debían ser expropiadas.

Pero con las represas, a Lázaro le pasó lo mismo que a Alfredo Yabrán con el Correo. Cuando estaba por decidirse el negocio atravesaba por el peor momento. Don Alfredo por la muerte inútil de Cabezas. Y Lázaro por los conteos de billetes en La Rosadita. Por la mediática “Ruta del Dinero K”, que marcara la consagración de Daniel Santoro.

Entonces los chinos provincianos de Getzouba, asociados a los cordobeses, les ganaron a los chinos distinguidos de la capital. De Beijing. Los de Sinohydro, asociados al crédito del comisario, Lázaro, hoy “preventivamente” preso. En una memorable UTE (Unión Transitoria de Empresas) donde los acompañaba Chediek, actual Pavarotti arrepentido, y IECSA, por entonces del alfil entregado Ángelo Calcaterra, El Primo, y hoy de Marcelito Mindlin, que cambió la cosmetología del nombre. SADEC.

Ahora, con el lacónico Ferreira en una celda, tal vez Mauricio Macri, El Ángel Exterminador, pueda desalojarlo del negocio. Y dejar, sin otra alternativa, a los chinos de provincia, solos. Consta que ya pusieron mil millones de dólares, de los seis presupuestados. Que levantaron obradores, alojamientos deplorables y brindan trabajo a 1.200 operarios. Con proyección a cinco mil. Sin embargo, en la excursión a Beijing, el Ángel intentó desplazar al sospechado Ferreira. Y quiso suspender, además, la construcción de las represas, por no considerarlas prioritarias, tal vez con razón.

Pero el Ángel, en aquel horrible viaje, se topó con un obstáculo. Había firmado Ji Jinping. Palabra santa. Y para colmo los chinos, acaso por el común pasado revolucionario, preferían seguir con los cordobeses militantes. Aunque la cárcel, por lo general, suele alterar los proyectos.

“Integración al mundo”.

El Ángel fue definido aquí como un “excelente producto de exportación políticamente desperdiciado”. Pero tiene escasa suerte en su meritorio propósito de “integrar la Argentina al mundo”.

Los grandes líderes que se dispone a recibir en el G-20 le brindan una pelota bastante relativa. A Ji Jinping, un testarudo, Macri no le cae nada bien.

Otro gran jugador, Vladimir Putin, Eterno KGB, no termina de digerir el postergado fracaso de la represa Chihuidos. Le disgusta perder, sobre todo el tiempo. Y Donald Trump, aunque la juega fotográficamente de amigo, le clausuró el crédito y lo mandó -derechito- a mangar en el Fondo Monetario Internacional. Tuvo suerte. Es donde la cautivada madame Lagarde pretende cumplir la tarea pendiente que, por excitaciones incontrolables, no pudo cumplir su talentoso antecesor.

Otra bragueta generosa. El depredador sexual Dominique Strauss- Khan. Ser presidente de Francia. Una lástima que a madame Lagarde la hayan embocado con los créditos impagos de Bernard Tapie, el marsellés que, de llegar a la presidencia de Francia, desde el Olimpique de Marsella, podía ser el mejor amigo de Macri. En cambio, Emanuel Macron supo bicicletearlo cuando el Ángel anunciaba el acuerdo del invisible Mercosur con la Unión Europea. No obstante junto a Brigitte, con natural “politesse”, los invitó a comer. Al Ángel con su superior atributo, la señora Juliana, Sherezade.

Éxtasis. Wagner.

La pasión por el arrepentimiento alcanzó el éxtasis definitorio con el área aguda del tenor Carlos Wagner, que fuera presidente de la Cámara de la Construcción.
Hasta Wagner, los vocacionales Pavarottis apuntados zafaban con el cuento infantil del Baratta Cruel. Un hombre feroz que los apretaba como una naranja en flor, con el pedido de dinero para la campaña permanente. Si no le ponían, el Baratta Cruel les clausuraba las obras, o no les facilitaba los cobros de certificados. Argumentos conmovedores que servían para que Claudio, Randolph Scott, y Carlos, Raymond Burr, los mandaran para sus casas. A creer que la epopeya había culminado.

Pero Wagner se esmeró en detallar el funcionamiento del Sistema Recaudatorio de Acumulación. Los inspirados se anotaban en el turno rotativo de las licitaciones de la fortuna. Cuando Wagner era el presidente ideal de la CAC, y los futuros Pavarottis imploraban por conocerlo a don Lázaro. Para celebrarlo. Para rendirse ante el abrupto empresario que tenía la licencia para repartir.

Al cierre del despacho, Claudio Uberti, El Gran Peajero, es quien conmueve con un tramo de explicable rencor, tan intenso como racional. Por una valija infeliz como una puñalada (Borges), lo dejaron solo como a un vulgar cabo suelto. Las palabras de Uberti colmaron de algarabía a los optimistas que aguardan, con romántico rostro de satisfacción, la caída final de La Doctora. En cana. La locuacidad de Uberti contrasta, en cierto modo, con el laconismo de Walter Fagyas. Se trata del joven técnico que se come, sin siquiera saborearlo, un garrón.
Continuará…

(Especial para NA)