Ir al teatro o al cine; disfrutar de un concierto, o vivir un espectáculo deportivo en directo. Se trata de actividades a priori prescindibles, simple entretenimiento, pero son enormemente trascendentes en la percepción de bienestar que tiene cada individuo. Así lo avala el estudio “El impacto de la cultura y el ocio en la felicidad de los españoles” dirigido por Nela Filimon, doctora en Economía (UAB) y profesora de la Universitat de Girona (UdG). El informe, publicado por el Observatorio Social de La Caixa, indaga sobre la contribución del consumo cultural en la felicidad de los ciudadanos.
El análisis destaca la importancia de las actividades culturales y desentraña las diferencias en función del tipo de actividad y de las preferencias individuales. “La felicidad depende de muchos factores, entre los que destaca la participación en actividades culturales y de ocio, ya sea de forma individual o compartida”, concluye el estudio, que analiza datos “relevantes” en el ámbito internacional y español que muestran lo que se considera ya como “una evidencia empírica”. Es la que se ha bautizado como “dimensión coparticipativa (social) de la cultura y su impacto en la felicidad”; o lo que viene a ser lo mismo: las artes y la cultura como fuente de felicidad.
El asunto se considera relevante y ha despertado en los últimos años en el mundo intelectual y científico un interés creciente desde distintos ámbitos, de la sociología a la economía. La denominada economía de la felicidad tiene ya estudiosos de referencia, como el de Bruno S. Frey ( Happiness: a revolution in economics ). Una nueva vía de investigación que introduce “indicadores alternativos del desarrollo material de un país para valorar las políticas y la distribución de los recursos”, subraya el informe de la profesora de la UdG. En este escenario, el de buscar y analizar el componente no material de la felicidad y del bienestar, es donde emerge la trascendencia del consumo cultural. Varios informes han analizado el mismo fenómeno en todo el mundo.
En el Reino Unido un estudio publicado este mismo año (Wheatley y Bickerton) concluye que “la participación en actividades artísticas, culturales y deportivas aumenta la satisfacción con la vida y la sensación general de felicidad de los encuestados”. Otros informes publicados en la World Database of Happiness indican también que “el consumo cultural nos hace más felices”. Se están destinando recursos para obtener más información y datos fiables. En el marco del denominado proyecto Mappiness se creó por ejemplo una aplicación móvil diseñada para Apple que analizó la experiencia y preferencias culturales de más de un millón de personas del Reino Unido entre el 2010 y el 2011.
En base a estos datos, el estudio de Fujiwara y MacKerron (2015) acabó estimando en tiempo real el impacto sobre la felicidad y la sensación de relajación de la participación en diferentes actividades culturales (y no culturales). “Los resultados demuestran que las actividades culturales destacan entre las que tienen un mayor impacto sobre la felicidad y la sensación de relajación”, concluye Filimon.
Cuando se analizan al detalle los resultados, sorprende observar que las actividades con una menor frecuencia entre la población están entre las mejor valoradas en el ranking de la felicidad. “Actividades como ir al cine o al teatro se sitúan entre las más valoradas, a pesar de no tener la mayor frecuencia, mientras que otras, practicadas por más gente (mayor frecuencia), como ver la televisión, son menos valoradas en el ranking de la felicidad”, explica Filimon en su informe. “Del conjunto de datos se podría inferir que las actividades asimiladas como alcanzables e incorporadas a nuestra vida diaria, con el tiempo, acaban contribuyendo menos a nuestra felicidad”, apostilla.
La economía tiene una relación directa con el consumo cultural y, por extensión, sobre el nivel de bienestar personal. “Numerosos estudios han demostrado que factores demográficos y socioeconómicos como el nivel de ingresos, la educación, el empleo o el género, contribuyen a la formación de nuestras preferencias culturales”. Se trata de factores que acaban determinando también la forma en la que participamos, interpretamos y comprendemos las diferentes formas de expresión cultural o su frecuencia de consumo. También acaban influyendo en el impacto del ocio y el entretenimiento en la percepción de felicidad de cada individuo.
Un escenario que es, pues, complejo, cargado de matices y circunstancias personales. “Cada actividad de cultura y de ocio estimula diferentes dimensiones del ser individual. Por ejemplo, la danza lo hace con el cuerpo, y esto también explica que existan tantas diferencias en el impacto sobre la felicidad de las distintas actividades”, explica Filimon. Esta doctora en Economía destaca la necesidad de seguir estudiando la relación entre bienestar emocional y cultura. “Los resultados ponen de manifiesto la necesidad de seguir investigando sobre el efecto de la coparticipación en las actividades culturales y de ocio en la felicidad y el bienestar. En el caso de España se necesitan más análisis para cuantificar efectos como los estimados en otros países como el Reino Unido y poder realizar comparaciones”, subraya.
Si la cultura nos hace más felices como individuos y como sociedad, manejar más información como la que se dibuja en este estudio puede ayudar también a diseñar estrategias alrededor de la cultura. “Muchas ciudades, sobre todo las europeas, tienen una larga tradición de apoyo al arte público y, por extensión, al arte urbano (siendo Roma el ejemplo histórico por excelencia), así como a las artes y tradiciones locales (fiestas y celebraciones), reconociendo el aspecto lúdico que tiene toda cultura, lo cual no debe ser olvidado en las nuevas políticas públicas en relación con la felicidad”, concluye el informe.
Fuente: La Vanguardia