Dicen que algunos sucesos que ocurren en la infancia o a edades tempranas, dejan marcas e influyen para el resto de los años. La muerte de un ser querido siempre es un punto y aparte. Y para el médico Julio Fernández, la pérdida de su papá cuando tenía 14 años, fue decisiva al momento de elegir su vocación.
Julio Fernández tiene 43 años. Nació y se crió en San Miguel de Tucumán, en donde hoy vive. Cuenta que su papá, docente, era una persona muy sociable. Pero, en poco tiempo, la vida para él y su familia dio un giro inesperado. Un accidente cerebrovascular (ACV) le provocó a su padre una discapacidad severa: “Tenía un déficit de lo que es la memoria reciente. Te podía saludar dos o tres veces en cinco minutos, y te repetía las mismas preguntas”, recuerda Julio desde Tucumán, en donde actualmente trabaja.
Al problema derivado del ACV, se sumó luego el trato que otras personas tenían con su papá. “Él era consciente y mucha gente lo trataba como si tuviera algún tipo de locura”, dice el actual neurointervencionista a Diario Vivo.
Sin un tratamiento específico todavía en ese tiempo, y víctima de la exclusión de su entorno, la calidad de vida de su padre empeoró a raíz de una fuerte depresión. A menos de un año de haber sufrido el ACV, falleció. Una pregunta, entonces, retumbó con persistencia entre los pensamientos de Julio Fernández: ¿Por qué le había pasado aquello?
Julio entró a la carrera de medicina, se recibió y viajó hasta Buenos Aires para hacer la residencia en neurocirugía en el Hospital Pirovano. Como él dice, pasó semanas enteras dentro del hospital, para obtener el “mejor perfeccionamiento en la especialidad”. Una vez que recibió el título de médico especialista, profundizó sus conocimientos en el neurointervencionismo.
“No es que yo hice neurointervencionismo pensando en lo que pasó con mi padre, lo hice inconscientemente. Obviamente todo me fue llevando al mismo lado desde el comienzo, porque no es casualidad que termine siendo especialista en ataque cerebro vascular y que hoy por hoy me dedique a destapar arterias”, explica. Y vuelve a sus inicios, cuando decidió anotarse en medicina: “El planteo que yo me hice en ese momento fue que iba a tratar de que ninguna otra persona de 14 años pase lo mismo por lo que había pasado yo”.
A más de dos décadas de la muerte de su papá, Julio Fernández ahora busca que la prevención del ACV sea una política de Estado y por eso, como miembro titular del Colegio Argentino de Neurointervencionismo, presentó un proyecto de ley para que haya una prevención integral de los accidentes cerebrovasculares, que en el mundo son la segunda causa de muerte y la primera de discapacidad. La iniciativa contempla el abordaje del ACV antes de que suceda un evento, durante el desarrollo de la enfermedad y luego de ocurrido el accidente cerebrovascular.
“Al no haber legislación para el ACV los programas de prevención son aislados y a su vez los programas de prevención secundaria o de tratamiento en agudos no están cubiertos ni por el sector público ni por el privado”, indica.
El proyecto, basado en antecedentes en otros países, entró al Congreso en agosto de 2017 y ya fue tratado en la Comisión de Salud del Senado, pero aún debe ser discutido en la comisión de Presupuesto y Hacienda.
En nuestro país, según datos oficiales, 15 personas por hora sufren un ACV y dos de ellas no logran sobrevivir a la patología. El problema no es menor y, en este sentido, Julio Fernández concluye: “Esto es algo que no debiera dar mayor debate porque es algo que atañe a la salud de todos los argentinos”.
Por Nicolás de la Barrera