La Niña Vergüenza desciende hacía la sala de Timbre 4 convertida en una mujer adulta para contar una historia cargada de dolor. “La Buñuelo”, apodo que recibió de la madre por la fascinación que tenía de pequeña por esa comida, comienza a palpitar su infancia apenas cruza el umbral imaginario de su casa. Una infancia subsumida en hechos tremendamente dolorosos.
Los recuerdos de esta niña son el material de la obra y el puntapié que da vida a la pieza. “Es mi primera obra como dramaturga. Conocí un montón de anécdotas familiares de mis antepasados que me llegaron a través de mis abuelos paternos. A partir de ahí, empecé a indagar qué ocurre cuando hay un hecho silenciado y negado por generaciones pasadas”, contó la protagonista que le pone el cuerpo y la voz a esta historia.
Con su vestidito rojo, sus uñas impecablemente esmaltadas y sus zapatos, esta mujer empieza a recorrer su infancia. Es en el contacto con los muebles de la escenografía, brillantemente elaborada por José Escobar, donde aparecerá la historia de Soledad, su madre. Los sentidos harán lo suyo; el olor de la madera vieja y del humo caliente también despertará la visión de los hechos desde la mirada de la niña. Inocente y sin maldad. “Como dice Tamara Kiper, la directora del espectáculo, la niña permite una mirada sin moral. Es una mirada que no juzga. La niña vive con lo que conoce. Esa mirada también permite que las cosas se cuenten de un modo que sean posibles de ver y digerir. Creo que la niña aporta el juego”, señaló Amosa.
Para construir “La Niña Vergüenza”, Manuela Amosa, Tamara Kiper, Cinthia Guerra y Macarena del Mastro fueron “uniendo y cruzando los pensamientos de la mujer y la niña”. Para Amosa, el mayor desafío fue llevar adelante esa unión en el escenario. “Como actriz, me enfrenté a muchos desafíos para hacer este unipersonal. Uno fue que la mirada de la niña, que aflora y aparece a través del recuerdo, esté cruzada con la de la mujer adulta que llega al refugio de infancia. Ella salió de ese lugar, se construyó a sí misma y vuelve a darle voz a aquello que está silenciado”, contó Manuela.
Que la obra sea un unipersonal tiene sentido. La Niña Vergüenza se constituye en enunciadora de su propia historia, dejando atrás una infancia marcada por el silencio. Decide poner punto final a una historia marcada por la opresión. Así, va recreando su confesión frente al público, como un monólogo interior. Sin golpes bajos, Manuela Amosa y Tamara Kiper logran crear un texto escénico de una enorme sensibilidad. La sala de Timbre 4 es pequeña, lo cual se convierte en el ambiente propicio para contar esta historia que habla de la intimidad de una familia. Y las luces tenues ayudan a que los recuerdos de La Niña Vergüenza afloren. “El personaje se va metiendo en los recovecos de su memoria y así se va armando la historia. Ir al encuentro de esos recuerdos y situaciones es el juego que me permite contar esa historia y que sea unipersonal tiene sentido porque es un momento de intimidad”, afirmó Manuela
Amosa.
La historia de “La Niña Vergüenza” visibiliza la lucha de muchas mujeres que viven situaciones de violencia familiar. “La singularidad de esa historia dio lugar a que esta temática apareciera en mí y pueda escribirla. Creo que este contexto ayuda a dar voz, a escuchar. En ese escuchar, muchas mujeres y muchos hombres se ven reconocidos en esas historias que empiezan a aflorar. Es maravilloso ver cómo la obra repercute en cada persona”, dijo la protagonista de la Niña Vergüenza.
Sin dudas, Tamara Kiper y Manuela Amosa logran llevar a escena una historia que relata un sufrimiento que atraviesan miles y miles de mujeres. Y lo hacen desde un lugar consciente y sensible.
Ficha artística-técnica:
Dramaturgia y Actuación: Manuela Amosa
Escenografía: La Niña Vergüenza – José Escobar
Diseño de luces: Adrián Grimozzi
Diseño de Vestuario: Cinthia Guerra
Fotografía: Sol Schiller
Diseño sonoro: Joaquín Segade
Prensa: Marisol Cambre
Producción ejecutiva: Macarena del Mastro
Asistencia de dirección: Cinthia Guerra
Dirección: Tamara Kiper