Para entender por completo esta obra primero hay que conocer cuestiones básicas de la fe que desde la Iglesia hasta Max Weber pasando por el milenario bosque oriental se dirimen en los conceptos entre lo divino, lo sobrenatural y el estado de perplejidad permanente.
Quiero hacer pie en una cuestión básica, pero que define el sentido narrativo de la puesta. Estamos viendo la antesala o su lado A del contraste o la fase adversa de la yuxtaposición. Estamos en el momento en que se busca el milagro, en el que se permiten ofrendas y al cual reconocemos por ser una santa popular. Con popular me refiero a que todavía no ha pasado por el riñón canonizante de la Iglesia Católica.
La historia acontece en un pueblito “perdido” entre montes correntinos, del litoral argentino. Perdido significa que sus habitantes viven como en una suerte de gran familia. “Pueblo chico, infierno grande”. Pero se traba una relación que crece a medida que los hechos se suceden empujados por el deseo sublimado de los personajes.
Selva, y su misteriosa pareja, Horacio, llegan desde la gran ciudad a este pueblo en busca de un milagro. Se hospedan en un hotel pobre y regenteado por Celina, la hija de los dueños. Celeste, su amiga, borda día y noche para terminar su traje de comparsera. Mientras, Celina estudia. Hernán, su hermano, vuelve para participar del concurso en la fiesta de La Pilarcita.
Las relaciones cambian a medida que en la intimidad del patio del hotel Celeste y Selva van exponiendo su existencia y es en este punto donde comprendemos que el milagro cambia de dirección. Porque los mecanismos que mueven al mismo van tomando otros objetivos cuando el deseo no pide permiso para manifestarse.
Hay una tragedia pero también un punto de fuga. El escenario se modifica a medida que el hermano de Celina interrumpe la escena esgrimiendo unas frases que salen del lugar de lo no dicho y se van instalando en la obra hasta convertirse en otro protagonista, que con su guitarra nos cuenta el desenlace de este milagro que se construyó con las voluntades reprimidas de los personajes.
La escenografía es muy buena y ayuda a la narración. Buenas actuaciones y tiempos manejados con la paciencia de un ajedrecista hacen que esta obra dirigida por María Marull sea una recomendable pieza de arte para disfrutar y reirse un momento de esas trabas que parecen tontas pero llevan demasiado tiempo sobre este planeta sin madurar lo suficiente.
Ficha técnico artística y lugar.
Dramaturgia: María Marull
Actúan: Julia Catalá, Pilar Boyle, Mercedes Moltedo, Julián
Rodríguez Rona
Vestuario: Jam Monti
Iluminación: Matías Sendón
Diseño de espacio: Jose Escobar, Alicia Leloutre
Fotografía: Sebastián Arpesella
Diseño gráfico: Natalia Milazzo
Asistencia de dirección: Sofía Salvaggio
Prensa: Carolina Alfonso
Dirección: María Marull
El camarín de las musas
Mario Bravo 960
Capital Federal – Buenos Aires – Argentina
Teléfonos: 4862-0655
Sábado – 20:00 hs.