El histórico edificio de la Sociedad Hebraica Argentina está a punto de cerrar sus puertas para convertirse en una extensión más de los emprendimientos de Víctor Santa María, titular del sindicato de Encargados de Edificios (Suterh), si así lo aprueba la asamblea de socios de la entidad judía en la próxima reunión del 29 de abril en la que se decidirá si aceptan una oferta por 11,5 millones de dólares.
“A todos nos duele despedirnos de esta sede pero uno va a un vínculo no a un lugar, y la realidad es que hoy la vida de la institución está en Pilar. La mayoría abrumadora de los socios ha decidido abandonar esta sede”, explicó a Télam Diego Dinitz, presidente de la asociación y socio desde hace cincuenta años, cuando a los 13 sus padres lo mandaba a pasar todo el día a la Hebraica.
Dinitz dice que de los 6500 socios, sólo 200 concurren al edificio de Sarmiento 2233 y que en los últimos 20 años, el 97 por ciento de los nuevos afiliados no pisó jamás la sede de Once. Pero además, el 80 por ciento de los miembros de Hebraica vive entre Palermo y Villa Urquiza, por eso, al mismo tiempo que el viejo edificio perdía visitas, crecía la sede de Pilar.
Y es ahí donde el próximo sábado 29 de abril, a las 18:30, hora en que termina el shabat, la asamblea de socios decidirá si acepta o rechaza la propuesta del Suterh.
La llegada de Santa María no sorprende. Su influencia se extiende desde dos cuadras antes, por la calle Sarmiento, donde hay oficinas del sindicato, de la obra social y de la Universidad Metropolitana para la Educación y el Trabajo, que depende también del jefe del peronismo porteño.
Hace dos años, la universidad ya había comprado una parte del edificio entre los pisos 5 y 14. Ahora, ofrecen comprar lo que queda, 50 por ciento al contado, el resto en seis semestres, pero además, los compradores se comprometen a mantener el teatro y conservar los seis murales declarados patrimonio Cultural de la Ciudad con obras de Berni y Castagnino.
“Lo que más nos entusiasma es que va a venir una universidad, no cualquier cosa”, asegura Dinitz.
En tanto el dirigente sindical no contestó la requisitoria que le efectuó Télam sobre esta operación comercial.
Pero la venta tiene sus resistencias. Miguel Goldcher es uno de los que quiere conservar el edificio para la Hebraica: “Hemos perdido el derecho a tener nuestra institución, si esto se vende Hebraica pasa a ser un country, pierde todo su sentido social, la sociedad Hebraica es rica patrimonialmente ¿cómo puede ser que no se pueda mantener?, vamos a perder un ícono de la comunidad”.
Goldcher se queja porque no hubo una tasación para saber cuánto vale el edificio y asegura que desde que se vendió la primera parte del edificio se comenzó un vaciamiento para forzar su venta completa. “Vamos a pasar de ser una institución a un club de elite”, asegura.
En cambio, Dinitz sostiene que con el dinero que reciban podrán terminar de construir la nueva sede en Belgrano que contendrá el corazón de la Hebraica, su biblioteca.
La Hebraica no es sólo la sede de una institución judía, es parte de la historia cultural de Buenos Aires. Fundada en 1926, el primer socio honorario fue Albert Einstein, categoría que compartió con Simone de Beauvoir. Sus ciclos de cine, sus obras de teatro, las conferencias y debates intentaban mostrar lo que los circuitos comerciales evitaban.
La primera película que se exhibió fue Casablanca, en 1974, y la cola, ese día, daba vuelta hasta la avenida Corrientes. Un desconocido Pedro Almodóvar llegó a finales de los 80 para presentar sus películas en el cine de la Hebraica junto a Antonio Banderas y Carmen Maura.
Durante la dictadura, la Hebraica no sólo se convirtió en un símbolo de la resistencia cultural, sus salones y oficinas también sirvieron de refugio para muchos perseguidos políticos.
“No es una decisión fácil”, se lamentó Dinitz, “pero lo cierto -dice- es que esta es la tercera sede de la institución, antes ya estuvimos en Callao y en la avenida Alvear”.
(Télam)