En Un amor, Nat (Laia Costa) se ha instalado en un pueblo en mitad de la nada. Los buitres sobrevuelan el peñón que da sombra a la casa donde ha comenzado una nueva vida y su hogar dista mucho de ser lo que esperaba: destartalado, con goteras cuando llueve y zona de paso de un casero (Luis Bermejo) demasiado merodeador. ¿Quién es Nat y qué está haciendo en ese extraño paraje?
La adaptación de la novela de Sara Mesa a manos de Isabel Coixet da algunas pistas de los motivos de esa incomprensible huida hacia ninguna parte de la protagonista, ese exilio interior en el pueblo de La Escapa, pero sobre todo se centra en las turbulencias que le provoca su relación con Andreas (Hovik Keuchkerian), cuando, tras una inquietante proposición sexual, ella comienza a dejarse consumir por el lado oscuro del deseo.
Valoración de la crítica: ‘Un amor’ después de su proyección en San Sebastián 2023
Si algo confirma Un amor es lo cómoda que se siente Isabel Coixet en el terreno del melodrama romántico oscuro; un espacio narrativo en el que la cineasta ha hilvanado sus creaciones más personales, más descarnadas. Con la adaptación de la celebrada novela de Sara Mesa, Coixet ha ido en busca de una cierta aspereza emocional, de las que pretenden no dejar prisioneros: brusca, desasosegada, asfixiante. Su película se mueve por momentos en esas coordenadas; en otros, sin embargo, parece no asumir los riesgos que prometía.
Laia Costa encarna con una convicción conmovedora a Nat, esa joven nacida del corazón de Sara Mesa para desestabilizar las convenciones del deseo femenino. Pequeña y vulnerable, su encaje en el pueblo de La Escapa (feo, antipático, gélido) pasa por su relación con varios hombres (y sus masculinidades), en un proceso de encuentros y encontronazos que Coixet filma de manera descompensada.
Es cierto que una vez Nat y ‘El alemán’ se conocen e intiman, la cineasta explora con mayor ahínco y equilibrio las dinámicas de la lucha de sexos (microagresiones, políticas y expectativas de género) sobre las que versa la historia, pero la sutileza brilla por su ausencia en el retrato del casero de Nat (Bermejo) y en el del personaje interpretado por Hugo Silva, a pesar de la entusiasta interpretación del actor.
Uno por violento y el segundo por tibio, la reflexión sobre las presiones ejercidas sobre una mujer y su deseo en la sociedad contemporánea queda diluida en una narrativa que a veces no sabe dónde poner el foco. A los demasiados planos recurso del peñón por el que sobrevuelan los buitres de la zona y a la obvia metáfora de la fiereza escondida del perro de Nat, Sieso, se le suma esa visión estereotipada de los personajes masculinos y ciertos subrayados que tampoco aportan demasiado.
Con todo, Un amor es un salto adelante de la directora y un título que se recordará como lo mejor de su trayectoria. En Un amor se palpa la entrega de Coixet por una obra ajena pero que parece escrita para ella y, tras un par de trabajos previos algo livianos, se afianza de nuevo la voz de una de nuestras cineastas más veteranas y personales. En la figura de Nat y en sus decisiones controvertidas y arbitrarias parece resonar como un eco la directora, implicada sin juicios ni miradas condescendientes en la emancipación de su protagonista.