Desde la década de 1950, miles de chimpancés han sido extraídos de la naturaleza para ser enviados a Estados Unidos, Asia y Europa. Otros se obtuvieron a través de la cría en cautiverio para ser utilizados en investigación biomédica, la industria del entretenimiento o para ser mantenidos como mascotas.
De estos últimos, que han permanecido los primeros años de sus vidas trabajando en circos, viviendo en hogares juntos a humanos o realizando campañas de publicidad, pocos estudios habían analizado hasta ahora las consecuencias del trauma causado durante su infancia.
Ahora, investigadores de la española Fundació Mona, la Universidad de Girona y la Universidad de Graz, trabajan con chimpancés con una historia previa como mascotas o dedicados al mundo del entretenimiento para comprender mejor cómo y en qué grado las condiciones de vida pasadas y las actuales les afectan y marcan.
Los resultados de este estudio, publicado en la revista PLoS ONE, sugieren que, al igual que los humanos, los chimpancés experimentan una fase de desarrollo social y emocional muy sensible durante la infancia, momento en el que las experiencias traumáticas pueden tener un impacto duradero y permanente sobre su comportamiento futuro y su calidad de vida.
La investigación ha permitido demostrar que las condiciones de vida durante la infancia de estos chimpancés, que han sido extraídos de su hábitat natural muy probablemente presenciando la muerte de su madre o de miembros de su grupo, afectan sobre todo al acicalamiento social, una conducta social básica en la vida de los chimpancés y que desempeña un papel importante en el vínculo y la reconciliación después de los conflictos.
“Tras 12 años de estudio detectamos que los chimpancés que estuvieron alojados en aislamiento dedicaban menos tiempo a acicalar a otros individuos en comparación con los chimpancés que habían crecido en un grupo social durante sus primeros cinco años de vida”, afirma Elfriede Kalcher-Sommersguter, investigadora de la Universidad de Graz y una de las supervisoras del estudio.
Una cicatriz emocional permanente
A pesar de que hayan pasado varios años desde su llegada a la Fundación MONA, donde se alojan los ejemplares analizados para el trabajo, la cicatriz emocional sigue muy presente en los animales. “Serán ‘discapacitados sociales’ de por vida”, lamenta Miquel Llorente, supervisor de la investigación y director científico de la fundación.
Su bienestar y calidad de vida pueden, no obstante, mejorar gracias al aprendizaje de nuevas habilidades sociales en grandes recintos naturalizados y complejos, así como a una correcta estimulación cognitiva y social.
“Estos resultados –enfatiza Llorente– resaltan la importancia de investigar a este tipo de animales maltratados. Con ello ayudaremos a mejorar el bienestar y las prácticas de manejo de los chimpancés con antecedentes traumáticos, así como a garantizar la viabilidad económica de la recuperación en centros que trabajan día a día por el bienestar y la conservación de los primates”, asegura el investigador.
“No debemos olvidarnos de los animales que todavía están atrapados en situaciones de riesgo y abuso”, señala Dietmar Crailsheim, estudiante de doctorado en la Universidad de Girona e investigador de Fundación MONA.
La responsabilidad de los científicos es comprender lo que experimentaron estos animales en su pasado, sus limitaciones, necesidades y capacidades para proporcionarles un entorno adecuado y permitirles vivir una vida digna.
(Agencia SINC)