“Mi madre me había fomentado ser artista”

El reconocido director Philippe Garrel participa en el Bafici con una selección importante de su filmografía y una clase magistral, que preanuncian el estreno de “Amantes por un día”, su última película

Cuando tenía 16 años, al promediar la década del 60, tiempos en que la nouvelle vague alcanzaba su mejor momento, el director francés Philippe Garrel filmó su primer trabajo, y ahora, recién cumplidos 70, participa en el Bafici con una selección importante de su filmografía y una clase magistral, que preanuncian el estreno de “Amantes por un día”, su última película.

Heredero de ese estilo al que dieron relevancia creadores como Francois Truffaut y Louis Malle, Garrel construyó desde entonces una obra presente en festivales internacionales y elogios de la crítica, que lo han convertido en uno de esos autores infaltables a la hora de hablar del cine francés.

 

 

Sus más de 30 filmes, que lo convirtieron en una de las figuras seguidas muy de cerca por Cahiers du Cinema, con títulos como “Le vent de la nuit”, “La jalousie”, “L’enfant secret”, “Les amants reguliers”, han participado en numerosas muestra internacionales y merecieron premios como el Jean Vigo y el Louis Delluc.

En “Amantes por un día”, su última película, Garrel cuenta la historia de una chica de 23 años que después de una ruptura regresa a casa de su padre, profesor de filosofía, donde descubre que éste tiene una relación con una joven de su misma edad y contra todo pronóstico, las dos se hacen amigas.

La retrospectiva de su obra organizada por el Bafici incluye quince de sus películas, la mayoría largometrajes, entre ellos los más importantes y en especial los últimos, todos marcados por el marco parisino, y en ese contexto las relaciones entre hombres y mujeres.

Un cine que muestra a sus criaturas en sus idas y venidas, en busca de amor y pasión, con encuentros y desencuentros, y como en “Amantes por un día”, con eje en la empatía que nace, azarosamente entre dos jóvenes mujeres, una como amante, la otra como hija de un mismo hombre.

Hijo de artistas, títeres y teatro, y padre de actores, Esther Garrel y Louis Garrel, que acaba de interpretar a Jean-Luc Godard en “El formidable”, de Michel Hazanavicious. Garrel habló con Télam acerca de su propia historia y de cómo prefirió dirigir cine antes que ser pintor o
dedicarse a actuar.

 

 

¿Cómo fueron sus comienzos?

Desde el punto de vista de la educación en mi casa siempre me excitaron bastante. Hasta que cumplí cinco años mis padres fueron marionetistas, mi mamá se encargaba de fabricar los muñecos y mi papá de darles vida. Cuando se separaron, mi papá se dedicó al teatro y comencé acompañarlo a las funciones, así logré ingresar al mundo del arte pero también al mundo de adultos

¿Todo un descubrimiento para un chico, no?

Sí, lo acompañaba y me dejaban estar en bambalinas durante las funciones por ser su hijo. Era el único chico que estaba allí simplemente porque era teatro para adultos. Para mí eso tenía algo de mágico porque yo era el único chico que se quedaba allí hasta la medianoche. Para mí el arte estaba asociado a una idea de magia, a algo onírico, un lugar donde los adultos me aceptaban, cuando eso no era algo común.

Antes del cine hubo un intento por el lado de la pintura…

Mi madre me había fomentado bastante el ser un artista por eso mismo me inscribió en un taller de pintura, muy distinto a lo que era dibujar en la escuela, donde siempre nos ayudaban a no ensuciarnos, y a hacer algo chiquito. En este taller al que me llevó, estábamos todos sucios y se respiraba una idea de libertad relacionada con el arte: podíamos hacer dibujos grandes. En ese sentido en el mundo del arte yo tuve una doble génesis. Me parecía muy difícil poder sobrevivir como artista siendo pintor sobre todo porque el mundo de la plástica cambió mucho después de Picasso.

Estaba preocupado por cómo sobreviviría como pintor, me imagino…

En mi cabeza estaba la idea de vivir del arte que yo produjera y en ese sentido el cine es un arte más nuevo con apenas poco más de un siglo. Todos conocían cómo era el mundo del cine desde el lugar de los actores pero pocos desde los directores. En esa época todos querían ser actores y nadie director, cuando ahora ocurre todo lo contrario. Entonces pensé que íbamos a ser muy pocos, y eso fue lo que me incitó a tomar la decisión de entrar al mundo del cine detrás de las cámaras.

Y ¿quiénes fueron sus impulsores?

El primero fue Jean Eustache, que venía de filmar “Le Pére Noel a les yeus blues”, cuando en 1969 yo conducía un programa de televisión y hacía entrevistas para un público joven. Fue cuando descubrí que en el cine, además de arte, había mucha inteligencia. Mi segundo encuentro importante fue con Chantal Akerman, muy joven por entonces… Eso nos diferencia mucho de la nouvelle vague, cuyos directores empezaron a filmar entre los 20 y los 30 años mientras que nosotros comenzamos de adolescentes. Mi primer corto había sido a los 16. Mi tercer y último gran encuentro fue con Jacques Doillon. En aquellos tiempos no éramos más que diez y finalmente la mitad los que logramos cumplir nuestro deseo. Pintando hubiese sido muchísimo más difícil.

¿Qué tan diferente es el cine que propone Garrel medio siglo después?

Es totalmente igual, no hay diferencias

¿Y hacer películas independientes allá lejos y ahora?

En cuanto a las condiciones de producción, la única diferencia es que en aquel entonces pertenecía al under. Tanto yo como Akerman entramos en ese movimiento en contraposición al cine que, por ejemplo, hacía Jean-Luc Godard. Akerman y yo entramos en el under y era esa idea de hacer películas para un público particular, películas de las que la prensa no publicaba nada, que se transmitían de boca en boca. Nos daba placer, era algo paralelo adrede, no era que la sociedad nos excluyera sino que nosotros nos excluíamos de ella. Eran los tiempos de Andy Warhol a finales de la década del 60 y duró más o menos una década. Para mí fue una experiencia increíble. En aquellos tiempos hice películas mudas con Jean Seberg, y recorrieron un circuito que tuvo paradas en Japón, en Rotterdam y en Berlín, entre muchas otras. Nosotros éramos los que decidíamos estar afuera de los esquemas convencionales, es decir que la exclusión era voluntaria.

¿En su próxima vida volvería a elegir el cine?

Pese a ser totalmente ateo y no creer en la reencarnación, soy consciente que se necesitarían tres vidas para poder hacer grandes películas. En ese sentido el cine se parece a la arquitectura, es a fin de cuentas una gran construcción. Para hacer grandes obras al menos me gustaría volver a hacer cine, por lo menos, una vez más.

 

 

(Télam)