Mis días con Lorna

En un mundo donde ahora los fanáticos también tienen voz y voto, ella es miembro vitalicia. Ya veterana. Si las lógicas de consumos mediáticos son frías y descartistas, ella, Lorna, les imprime afecto. Crónica de mis días con Lorna, 30 años de amor no correspondido entre Susana Gimenez y Lorna Irina Gemetto.

Lorna es máximo exponente, es excepción y es regla. ¿De qué? De la cultura fandom. Un concepto reciente y subestimado que motoriza industrias y perfuma ideales de consumo. Es un fenómeno global que opera como suerte de feedback o post ficción: es el agregado, es la continuidad ficcional movida por el propio entusiasmo de los consumidores. ¿Es demasiado hablar de continuidad ficcional para hablar de Lorna y de sus ininterrumpidos stalkeos a Susana Gimenez? Puede ser. Una mujer que sigue a otra mujer para aletargar ese encanto de diva, esa fantasía hollywoodense de verla bajar de autos importados con gafas oscuras en pleno empobrecido micro centro porteño. Una fantasía que mueve contratos millonarios y se retroalimenta de las expectativas, anhelos y frustraciones de ciertos cuerpos sociales.  

Así pasó con Forks, un pueblo británico de tres mil habitantes y dos semáforos. Fue invadido y convertido en polo turístico por los fanáticos de Crepúsculo, la saga de vampiros que podría ser leída como homenaje a Drácula y que, a su vez, dio a luz otro bestseller: las cincuenta sombras de Grey, un fenómeno residual nacido como un fanfiction (ficciones hechas por fans) que aportó la novedad de suplantar un signo fantástico por otro real, o de remplazar vampirismo por sadomasoquismo. ¿Será Susana Giménez una ficción más capaz generar eso, una post ficción, un impuso de participación en esa mentira artística? La pulsión de diálogo con eso que se nos presenta como artificio es más común de lo que pensamos. Uno de los casos sonantes es el de la actriz Anne Gun, Skyler en Breaking Bad. Interpretaba un papel de heroína negativa (la que ponía un freno a la ambición de Walter White y le recordaba algo tan vil como los valores familiares) y llegó a recibir amenazas de muerte a su domicilio personal. Al domicilio de su yo no ficcional. 

¿Y el resto? ¿Y quien no se declare fan de nada? ¿Nada se mueve dentro de los escépticos acéfalos de toda Susana, de todo ídolo cultural o mediático, de toda ficción, en cualquiera de sus vertientes? ¿No seremos todes – sin saberlo- les Lornes de alguien?

Lorna se ubica dentro una historicidad reciente. El nacimiento del Star Sistem data de los inicios del siglo XX en Dinamarca, pero fue exportado y consolidado por la industria cinematográfica norteamericana con su época dorada (1915-1930). Theda Bara fue la primer star construida como producto, bajo la firma de FOX adquirió el sinónimo de mujer vam, vampiresa, haciendo un púber movimiento marketinero y vendiéndola como “la mujer más perversa del mundo”. Grace Kelly y su matrimonio con el Príncipe de Mónaco, Marilyn y su fantasmal romance con Kenedy, Marlon Brando y su nuevo modelo de hombría categoría chongo: un altar de nombres que re abrieron su sucursal del olimpo mítico y se metieron dentro. El American Dream tuvo su viaducto carnal, su muestrario gratis en este nuevo pedestal de humanos.  Dice el filósofo francés Edgar Morin: Elevadas a la categoría de héroes y divinidades, las estrellas son algo más que objetos de admiración. Son también objetos de culto. Alrededor suyo se sostiene una religión embrionaria ¿Para Lorna, es Susana una religión?

Habitación de Lorna. Un tapiz – montaje de la cara de Susana sobre una carta de poker, “la reina de corazones”. Un ejemplar del Su Bingo 2000. Una campera Tommy Hilfiger que Susana le compró cansada de verla desabrigada afuera del canal. “Sólo vos logras que me ponga una campera”. “Ya sé, por eso te la compré”.

 

De asesinar a Lennon a las 60 cirugías para parecerse a Michael Jackson. De la misa ricotera a tatuarse la cara de Sol Pérez. Internet archiva un crisol de pasiones fogueadas al máximo por una cultura que pondera al ídolo como aspiración y fin último, como satisfacción del deseo y como necesidad generalizada de ser otro.

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Y yo que llevaba una tesis doctoral bajo el brazo. En el teléfono, más bien. Estoy en la puerta de Estudios Ronda, en Martinez, rodeado de pequeñas tribus con estampados susanezcos.  Vine en bicicleta y haré los 17 kilometros de vuelta pedaleando a la madrugada. Me convertí en el fan de la fan. Habíamos estado hablando de esta intención de crónica con Luciana Reiff, becaria del conicet, socióloga y poeta. Habíamos buscado, un domingo a la tarde,  puntos en común con investigaciones recientes. Nos habíamos empachado de nociones sociológicas, miradas fenomenológicas y lecturas progre para pensar a Lorna. Pensar a una fan. ¿No seremos todos fanáticos de algo sin saberlo? ¿A pequeña escala, en pequeñas cuotas? ¿Las industrias culturales no bajan línea, especulan y moldean al fandom? ¿No será la fantasía de ser un otro mejor, un otro más hegemónico lo que motoriza el consumo a troche y moche? Así de angurrientos en nuestra porteñada sobre intelectualización de Lorna estábamos, cuando la mismísima Lorna patea el tablero sin saberlo. Lorna es kitch. Se la consume irónicamente porque en ella no hay un ápice de ironía. Ni sobre intención, ni especulación, ni inconsistencia. Es fanática devota. Hay hasta belleza en su insight de sentido. Susana Gimenez es para ella el sentido único y último, qué más lo demás. Envidio a Lorna. Se me cruza. La defensa de un ideal hasta la muerte es un gesto que los paranoicos como yo envidiamos. Paranóico por la paranoia del pensar de más, en la falibilidad propia, la del otro, la del todo. Acá algunos invadidos por el mal  nihilista que derrumba todo sentido y allá otros anclando el sentido último a algo tan “trivial” como Susana Gimenez. 

Y qué de último ese sentido. 

Lorna es la fanática de Susana que alcanzó una pseudo estelaridad propia. Tiene tres títulos de grado. Estudió derecho para defenderla del conflicto impositivo-legal que tuvo en el 91, a raíz de la comrpa de unos Mercedes Benz para supuestos no videntes.  Después siguió con periodismo y con comunicación social. Pidió cadena de oración por Jazmín, el mediático perro de Susana. De ahí sus primeras apariciones en los medios. Dentro de los fanatismos rio platenses contemporáneos, Lorna se gana una suerte de podio. Me llamaron para un documental que reunía a tres fans: uno de Elvis, otra de Gilda y después estaba yo. Le pregunto por dónde salió y me contesta con un: no, era para algo como lo que haces vos. No supe si tomarlo como una descripción inocente o como un gesto chicanero. No, me digo, es imposible una Lorna chicanera. Es un amor, dicen todos en la producción. Después me entero que el documental corrió por cuenta de Capitán Intriga, un tuitero.  Ninguno era fan en serio: el de Elvis revendía cosas que había comprado de él, la de Gilda fue un fanatismo postmortem, no cuenta, y yo jamás vendería ni haría nada para perjudicar a Susana, aunque me lo han ofrecido. Lorna hace alusión a cuando le ofrecieron sumarse al panel de Los Profesionales a la Tarde, el programa de la periodista de espectáculos Viviana Canosa, devenida en entrevistadora presidencial. Una propuesta tentadora derrocada por su devota fe en Susana. Querían que contara infidencias, cosas que sé y que no voy a contar nunca para no perjudicarla. 

Su madre maldice el bendito día en que decidió poner el primer programa de Susana para ver “qué hacía la loca está”. Los locos no están en el borda, ma? Le retruco una niña Lorna de apenas 6 años. Ay hija si, pero también hay locos sueltos que llenan teatros, le contestó la madre y la  Lorna 30 años mayor (vistiendo una remera de lycra con la estampa de la película La Mary) reabre esa conversación. Después entendí qué quiso decir y no me gustó. El primer programa de Susana Giménez fue 1 de abril de 1987. Está en Youtube. Los invitados fueron Ricardo Darín, Carlos Perciavalle y Graciela Borges.  Carlitos Perviavalle bromea con mandarle un beso a Rafaela Carra a la que le “han robado el programa” dice con esos aires de capo cómico disidente que van de la falsa incorrección a la brutal sinceridad. Se transmitió en ATC y ni los productores ni la propia conductora esperaban el ininterrumpido éxito. Presentaban los juegos telefónicos con cierta cosa tímida, sin consciencia de la tamaña prosperidad futura.  En una casa de San Martín Lorna tiene 6 años. Su madre puso la tele y ella queda hipnotizada. A esta distancia de la tele, dice, marcando unos seis centímetros con la mano. Se queda así, mirando fijo al televisor. A esta distancia de la tele, dice, con la mirada casi estrábica.  Es el día que su madre maldecirá para siempre, porque ese día “nos cambió la vida a todos”.  

From: Susana. To: Lorna. Un testamento para la posteridad 

-¿Filosofaron sobre la muerte con Ella?

Sí. En una de las internaciones de Susana por un problema de cadera yo estaba histérica. Estuve de guardia en la clínica. En una de las primeras declaraciones con la prensa, yo le conté que había estado mal y ella me dijo: ¡Ay Lorna! ¿Y el día que me muera que vas a hacer? Y yo le dije no sé. No sé que voy a hacer. Me muero también. 

Y ella me contestó: “Lorna, mi vida. Lo natural es que yo me muera antes que vos. Y vos vas a tener que estar bien cuando eso pase, mi amor”.

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Mi lujos son tan solo un disfraz, nada más. Las reglas del ceremonial.

Susana es Lorna. El prestigio, audiencia y fortuna personal de una se sostiene por la devoción de la otra. El Estilo Lorna es el exacto targuet de público de Susana. Es esa la del Sketch.  Esa es la que paga la entrada. Esa es la que llama por teléfono, la que quiere el millón, la que se baja la aplicación. Más allá de los millones, Susana es más desclasada que consagrada. A las chicas del country que se visten con la mismas marcas y leen la revista Hola, no les gusta Susana. Les gusta más Juliana. El meteórico éxito tiene una célula, un embrión: Lorna. Y ahí están, juntas. No hay estrella foránea que manche el real y sincero estoicismo de Lorna. Son 30 años de ininterrumpido follow. Follow real, el “te sigue” analógico, artesanal.  Las barricadas en el Faena de preadolescentes histéricas, sedientas de un poco de su rubio Justin Bieber, de su colonizado y latino Ricky Martin o de su Mother Monster Gaga: ¿dónde están hoy? ¿Hubo continuidad, hubo permanencia? Algunos fenómenos pop dejaron a su paso una estela de hoteles a medio demoler y cartones pintados con leyendas “Wanda te amo”. El caso Lorna es distinto. Es la fan sin fin. Como el arte, no cede la pulseada, no se doblega ante la imposición de darle productividad, especulación, lobby o rédito económico a su artísticas ganas de seguir a Susana. Después de un mes hablando con Lorna, pienso eso. No hay beneficio mercantil, no hay un fin. El fanatismo por Susana es por amor al arte, a La Mary, a La Su, al Shock. Es a borderaux, es amor de sótano, de butaca de plástico y entrada a la gorra. 

Por siempre groopie fugitiva. Viajes de San Juan a Córdoba en un mismo día, durmiendo en el micro, sin plata para el hotel, todo para seguirla. Temporadas ininterrumpidas, programas diarios, semanales, grabados y en vivo. En todos, Lorna. Una institución dentro del canal, la agenda y la producción de Susana. Mi amor, ¿para qué vas a venirte hasta San Juan a verme los mismos dos minutos que me ves acá, escuchándome decir lo mismos? Ahí Lorna recapacita. Le gusta preguntar antes. Susana voy a ir a verte votar. Susana, viajo a Córdoba porque vas a estar. Dar el presente en la UNSAM e irse volando a Martínez.  De los 6 años a los 42, la estrella guía de Lorna fue sólo una. Una vida dedicada. Cada saludito, cada Fundaleau, cada entrada al teatro a su casa, cada evento social o salida de un restaurant, cada voto en una legislativa o presidencial: Lorna. Archivando, escoltando, haciendo alguna pregunta demasiado específica. Demasiado particular y demasiado cargada de cariño como para competir con las lenguas filosas del movilismo chimentero. 

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Lorna está escribiendo. En línea. Lorna está escribiendo. En línea. Lorna está grabando un audio. Recibido. Click en play para escuchar la voz de Lorna, que ya conozco. Hay un compilado de videos en Youtube de la usuaria Lorna Irina Gemetto que tiene posteos desde el 2010. Susana votando las legislativas 2013. Susana saliendo de Fundalau 2011. Todos son testimonios del stalkeo made in Lorna: un seguimiento con identidad marcaría. Duran un minuto. Constan de una única pregunta de Lorna y una respuesta de Susana.  Esa voz que estoy escuchando ahora ya la conozco. Entre tímida y grave, enfática pero dulzona. Vine a verte votar Susana! Ay Lorna mí amor, votaste ya?. Un saludo para Lorna TV, Susana! Lorna TV! Tira la celebrity en un grito fugitivo mientras sube a un auto rodeada de noteros. Dos palabras, un minuto de reproducción ya satisfacen a Lorna y engrosan su archivo. Conozco esa voz: si querés te anoto en una lista para que te vengas al programa de Susana y me veas en acción. El enunciado me da a pensar que quizás Lorna – después de años de incesante lobby y devoción-  esté trabajando en algún puesto medianamente jerárquico dentro de una productora de TV pero no. Podes filmarne mientras miro a Susana pero sin Flash. Lorna me está invitando a  su ritual kantiano: asistir a su juicio crítico frente a la obra de arte. Frente a Susana. Ya in situ, ya en las gradas de un estudio de televisión vendrá su advertencia: lo único que te pido es que no me hables ni me toques mientras miro a Susana, yo estoy enfocada viendo, no quiero distracciones. Y después agrega, más cálida: lo único que me interesa es verla a ella, lo demás, nada. Al día siguiente me preguntara: qué te pareció la experiencia, cómo te sentiste. Responderé sin ironías, con el cuidadoso respeto que veo que otros la tratan. Bien, re bien. Omití mis impresiones acerca de la cultura ludópata que sentí ahí, viendo cómo se revoleaban fangotes de guita en juegos de destrezas comprados afuera ante la conducción timbera de La Su. También omitiré mis impresiones críticas  de falso espadachín marxista. Hay todo un aparato visual, ludópata, coreográfico, musical y marketinero que construye ese ideal de mujer fresca, sexy divertida el cual Lorna compró a muy temprana edad. Pero jamás se lo diría.