Como sucede en casi todo el mundo, Argentina atraviesa una epidemia imparable: el sobrepeso y la obesidad se extienden sobre la población, y las consecuencias pueden verse reflejadas, por un lado, en el aumento de la mortalidad de las personas y, en segundo lugar, en el incremento de la carga para el sistema de salud.
Según la Secretaría de Salud de la Nación, el 61,6 por ciento de la población tiene exceso de peso en nuestro país y la prevalencia de obesidad pasó de un 14,6 por ciento al 25,4 por ciento en 2018. Lo que estos números dicen, entonces, es que hay un gran número de personas con mayor riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares, diabetes tipo 2, hipertensión arterial y cáncer, entre otras.
¿Qué es lo que llevó a la Argentina a esta situación? Mónica Katz, presidenta de la Sociedad Argentina de Nutrición (SAN), sostiene que “hay varios factores que confluyen” aunque estos podrían resumirse en dos principales: la ingesta de alimentos de alto contenido calórico en porciones muy grandes junto a enormes barreras para la actividad física.
“Primero hay un castigo a lo saludable”, dice la especialista, quien destaca que “recién ahora” se bajó el IVA de algunos productos .”En la Argentina el 36 por ciento del precio de una fruta o verdura es impuestos. No puede ser: pasamos dos reformas impositivas y a ninguno se le ocurrió decir qué hacemos con los alimentos”, dice Katz, en diálogo con Diario Vivo, en la semana de la Alimentación Saludable.
La falta de acceso al ejercicio físico también es otra barrera que opera en contra de la salud de las personas, asegura. “No podés castigar comportamientos saludables que en el mundo tienen evidencia de mejorar la obesidad, como el movimiento. En Argentina se cobra caro una maratón. La gente ya no tiene espacios seguros en sus barrios, y encima cuando hay una maratón te cobran 1.500 pesos, cuando hay esponsors detrás”, añade Katz.
“Cada vez nos movemos menos y cada vez comemos peor. Entonces dejemos de castigar lo saludable”, describe la médica nutricionista.
Medidas y acciones
Si bien el tema parece haberse dilatado, el país tiene pendiente la implementación de un sistema de etiquetado de los productos alimenticios en el que se indique su calidad o valores nutricionales y que permita darle al consumidor más información sobre lo que va a comprar..
Entre las opciones de etiquetado se cuenta el “semáforo”, que indica a través de los colores rojo, amarillo y verde el alto, medio o bajo contenido de nutrientes críticos respectivamente (sal, azúcar, grasas). También se evalúa un sistema de advertencias con octógonos de color negro, que señalan que un producto presenta niveles de nutrientes críticos superiores a los recomendados. Una tercera alternativa es el “score” nutricional de los cinco colores, desarrollado por Francia y adoptado como sistema voluntario. El sistema emplea un perfil de nutrientes que clasifica los alimentos y bebidas de acuerdo con cinco categorías de calidad nutricional (el producto más favorable nutricionalmente obtiene una puntuación “A” verde y el producto menos favorable obtiene una puntuación “E” roja).
Para Katz es “urgente” implementar un sistema de etiquetado de alimentos aunque advierte que “solito no sirve para nada”. “Lo primero que hay que hacer es adoptar un perfil nutricional, un sistema de clasificación de alimentos. La Argentina no lo tiene, lo único que tiene es el Código Alimentario Argentino. Eso es una urgencia. Al lado de eso tenemos que tener un etiquetado. Pero no uno que sea todo negro. El mundo no es blanco y negro, el mundo tiene grises. No sé cuál etiquetado es el mejor, porque la verdad muchos hablan a favor del score, que es el se implementó en Francia. Ninguno es perfecto. Lo que sí tengo claro que si todo es negro después a la gente le da todo lo mismo”, afirma.
Y agrega: “Uno de los objetivos del etiquetado es que la industria de alimentos reformule. Hay que pedirle más chico, más sano, o sea, menos sodio, menos grasa, menos calorías, menos azúcar y más saciante. Los alimentos tienen que tener más fibra, proteínas, más aire, más agua. En los países donde nada es negro y blanco, están re formulando a full las empresas”, dice Katz, quien se posiciona a favor de la “transversalidad” de las acciones y de que estas no sean aisladas.
El debate acerca de qué hacer con los alimentos y bebidas con altas concentraciones de azúcar también incluye la propuesta para que estos aumenten su precio, a través de impuestos. En este sentido, Katz apunta: “Los estudios muestran que si no lo acompañás de reducción de precio de otras cosas, como una subvención de verdura y fruta, la gente deja de comprar la marca más cara y la sustituye por la más barata y no baja el consumo de azúcar. Es decir, no es que no estoy de acuerdo, pero no se pueden hacer estrategias unifocales”.
Katz también menciona como un problema la falta de especialistas en obesidad que sepan cómo abordar esta epidemia. “No tenemos capital humano entrenado parar cambio de estilo de vida”, resalta. “Es una urgencia, porque primero, antes que cualquier fármaco, antes que cualquier cirugía, primero tengo que intentar que cambies tu estilo de vida”.
Tal vez la buena noticia es que sí hay cada vez más herramientas para el tratamiento de la enfermedad. En la Argentina actualmente hay tres fármacos aprobados para la obesidad, en tanto que también hay un consenso acerca las recomendaciones para llevar adelante las cirugías bariátricas.
“La cirugía es un recurso heroico, pero me parece que hay que empezar que expresar que la obesidad es una enfermedad, no es una falta de voluntad, y que hay que empezar por todos lados a ofrecer alimentos saludables y entrenar capital humano en obesidad. Porque es un área de la ciencia frontera. Tenés que saber deporte, metabolismo, tenes que saber comportamiento, neurociencia y nutrición. Hay mucho por hacer pero podemos cambiar”, concluye Katz.