Un investigador argentino aportó evidencia que respalda la idea de que retrasar el horario de ingreso al colegio mejora el rendimiento de los alumnos adolescentes. Horacio De la Iglesia, director de Neurociencias para graduados de la Universidad de Washington, logró en 2015 convencer a funcionarios, padres y maestros para emprender un interesante experimento. El estudio comenzó en el período 2016-2017 y sus resultados se están divulgando hoy en la revista Science Advances, el New York Times y otros medios de todo el mundo.
La investigación consistió en medir la cantidad de sueño, las notas y la asistencia de 90 alumnos de 16 años de dos escuelas públicas del distrito de Seattle, una de muy altos recursos y la otra de nivel socioeconómico bajo. Se monitorearon dos semanas de actividad continua, antes y después del cambio de horario (de 7.50 a 8.45 de la mañana). El método comparativo demandó mantener todas las demás variables constantes (como el rol de los maestros o padres). También se colocaron actímetros en los brazos para registrar de forma constante la actividad motora y el sueño, y no depender de testimonios o diarios (como los estudios del pasado).
Antes del cambio, los estudiantes dormían un promedio de seis horas y 50 minutos por noche. Después, consiguieron dormir siete horas y 24 minutos, ganando 34 minutos más por noche. La observación de las diferencias, el antes y el después de este plus de sueño, mostró un aumento del 4.5 por ciento en las calificaciones (aunque la causalidad es difícil de probar), más asistencia y una mejora en la puntualidad (especialmente en la de bajos recursos que se equiparó con la anterior).
Horacio de la Iglesia junto a una buena parte de la biblioteca científica entienden que hay un componente natural que explica gran parte de nuestros comportamientos. “Nuestro laboratorio está interesado en comprender cómo los sistemas neuronales codifican el tiempo y generan resultados fisiológicos y de comportamiento rítmicos para adaptarse a la estructura temporal del entorno”, explica en la página web de la Universidad.
En sintonía, Diego Golombek (cronobiólogo de la Universidad de Quilmes) explica que “todos tenemos un pedacito de cerebro que mide el tiempo y le dice al cuerpo qué hora es: el reloj biológico…Así más allá de las explicaciones culturales, la previa, el boliche o el chat nocturno, podemos afirmar que esa cultura se monta sobre la necesidad biológica de hacer todo un poco más tarde” (declaraciones a La Nación). Daniel Cardinali, director de investigación de la UCA, coincide “la preferencia de los adolescentes de mantenerse activos hasta tarde en la noche y levantarse tarde a la mañana no es solo una consecuencia de un cambio en la vida social o el uso de dispositivos electrónicos sino también de cambios puberales en el funcionamiento del reloj biológico” (declaraciones a La Nación).
De la Iglesia precisa que ese control maestro de ritmos (que genera y controla las variaciones cíclicas diarias en la fisiología y el comportamiento, como el ciclo sueño vigilia, la actividad locomotora, la temperatura corporal central y la secreción hormonal) se ubica en los mamíferos en el núcleo supraquiasmático (SCN) del cerebro.
De esta manera este abstracto “SCN” influye directamente en la escena típica de las escuelas secundarias a las ocho de la mañana, adolescentes plantados en sus pupitres con cara de zombis, esforzándose por mantener los ojos abiertos y mirar hacia el pizarrón. La somnolencia y el malhumor son consecuencia de la falta de sueño. Pero esto no es porque sean fiesteros o perezosos sino porque son típicos “búhos”, con una presión biológica que los inclina a ganar horas de oscuridad. Hay algo natural que inclina a los adolescentes a estar más despiertos y conectados a las 2 de la mañana que a las 7. Y, al mismo tiempo, su organismo les demanda dormir entre 8 y 11 horas. Conciliar ambas cosas y estar izando la bandera a las siete de la mañana no es fácil.
En fin, el estudio es una alarma que indica que si posponemos el horario escolar podemos contribuir a mejorar la trayectoria y el rendimiento de los adolescentes. Esto no es fácil, ya que implica un cambio institucional articulado con hábitos familiares y laborales. Pero tal vez no debamos apagar este despertador. Tal vez sea hora, al menos, de pensarlo.