91 por ciento de las estadísticas son falsas

Otra mirada sobre la estadística, el periodismo de datos y la pobreza ¿Es posible separar datos e ideología?

La reciente medición de pobreza multidimensional de Unicef muestra que el 48 por ciento de los niños, niñas y adolescentes de la Argentina es pobre, dado que sufre una desigualdad básica, ya sea en el acceso a la canasta de bienes, educación, protección social, vivienda, saneamiento, acceso al agua segura o hábitat. Lo más revelador de la iniciativa no es el número que arroja (alto y doloroso) sino el doble desafío que abre. Primero, superar los análisis que reducen la pobreza a una cuestión monetaria (sin considerar otros derechos fundamentales) con un índice que incluya diversos indicadores. Segundo, nutrir las políticas públicas para combatir la pobreza con estadísticas integradoras, periódicas, consensuadas y avaladas por diversos actores (académicos, organismos internacionales, centros de investigación y entidades gubernamentales). El nuevo enfoque nos invita también a problematizar la estadística y la divulgación de los datos. ¿Por qué los números con los que veníamos dimensionando la pobreza eran inferiores? ¿Qué significa ser pobre en la Argentina? ¿Puede medirse la pobreza? ¿Cómo debe medirse? ¿Quién debe hacerlo? ¿Existen “datos de la realidad” separados de toda creencia?

El periodismo de datos está cada vez más obsesionado por separar la información de ideología. Con un realismo ingenuo del siglo XIX tiende a confundir estadísticas con verdades, a creer que los datos “duros” hablan por sí mismos. Pero esta visión está profundamente equivocada. Un dicho inglés dice que “el 91% de las estadísticas son falsas”. Este chiste exagera una verdad: es muy posible mentir, manipular o malinterpretar las estadísticas. Homero Simpson también lo dijo: “Oh, Kent, la gente se inventa estadísticas con tal de demostrar cualquier cosa, y eso solo lo sabe el 14% de la gente”.
Sin embargo, la necesidad de certeza nos lleva a “fetichizar” los datos, a esconder sus condiciones de producción y difusión. Olvidamos que, lejos de ser entes puros o parte de un código de la programación del cosmos, los números un producto humano, cargado de arbitrariedad, intencionalidad y posibilidad de error. Los eslabones de la cadena son muchos, acuerdo técnico-político sobre qué medir, definición de cómo hacerlo, formulación de indicadores, diseño de métodos de recolección de datos, procesamiento de los resultados, interpretación el peso relativo de las variables, lectura de cuestiones significativas, elaboración de  conclusiones, propuestas de mejora, selección de lo que se publicará para la ciudadanía, recorte intencionado de políticos en permanente campaña, simplificación y exageración de los medios que quieren llamar la atención de un público apático, etc. Recién después de todo este largo proceso, protagonizado y manoseado por innumerables seres emocionales que razonan, salen los números que algunos adoran como verdades reveladas.

El “pensamiento hinchada”, propio de la grieta, tiende a tirar datos como piedras al enemigo. Con fines argumentativos, se seleccionan cifras coherentes para respaldar una postura o se fuerzan para que digan cualquier cosa. Una de las frases más escuchadas en los programas de debate político (después del clásico “por favor fulanito, yo te dejé hablar a vos, ahora te pido que me dejes hablar a mí”) es: “¡yo te estoy dando datos, no es una opinión!”. Esta expresión dice también: “yo te estoy informado, hablando sobre la realidad y no soy un charlatán más como vos pedaleando en el aire”. El problema es que la respuesta suele ser: “yo también te estoy dando datos (pero una selección y una interpretación diferente de datos)”.
En este choques, se hace evidente que con las estadísticas sucede lo mismo que con las bibliotecas: la mitad respalda una cosa y la otra mitad la contraria. Ningún matemático puede resolver con una calculadora los antagonismos o conflictividades constitutivas de la sociedad. Pero esto no significa caer en un relativismo absoluto. Los números, bien usados, están para enriquecer las miradas complementarias. Por ejemplo, hay historiadores que sostienen que la calidad de vida empeoró con la revolución industrial, basándose en literatura que expresa los padecimientos humanos como la de Charles Dickens y estadísticas de hacinamiento de la población urbana. Y hay otros estudiosos que sostienen que la calidad de vida mejoró con la revolución industrial basándose en relatos que exaltan el progreso de la industria, indicadores macroeconómicos y tablas de mejoras nutricionales ligadas a la introducción de la papa americana en Europa. Ambas miradas son verosímiles y cuentan con un grado razonable de comprensión. Sin embargo, se basan en juicios de valor diferentes. ¿Qué es la calidad de vida? ¿Incluye esto a la felicidad?

Informes como el de Unicef (que yo juzgo inteligentes, ajustado a datos oficiales y sin intencionalidad partidaria) sirven como un ejemplo más de que partiendo de otros conceptos de pobreza y otras metodologías se obtienen resultados diferentes. No hay una única manera de medir, ni una teoría que permite elegir un método por sobre los demás. Todos tienen defectos y virtudes. Sin embargo, sirve recordar que la medición monetaria que nos dice que un hogar es pobre cuando su gasto per cápita es inferior a una Línea de Pobreza no es la única posible. Los números (cuando están afuera del pizarrón) no se refieren a unidades abstractas sino a conceptos articulados con palabras, cuantifican algo que es cualitativo, como por ejemplo “la pobreza” o la “calidad de vida”. Por eso, el periodismo de datos que adora los números y aborrece las palabras no comprende ni los números, ni las palabras. El respeto a los números implica señalar de qué fórmula salen y con qué fin. Cuando decimos que el 48 por ciento de los chicos, chicas y adolescentes de la Argentina son pobres estamos diciendo mucho más que una cifra. Estamos señalando una idea de la pobreza y avalando un método. Estamos re-ordenando la agenda política y opinando que la pobreza es un tema prioritario. Estamos expresando que duele que la mitad de los niños, niñas y adolescentes no tenga los derechos básicos garantizados y señalando que no alcanza con un plato de comida sobre la mesa. Estamos corriéndonos de la discusión sobre qué gobierno empeoró más las cosas. Estamos convocando a todos a repensar estrategias para combatir la desigualdad en todos los frentes. Todo esto cabe en un número.