La dirección se pasa por privado al momento de la reserva. Llegas y el lugar no dice nada. Ni carteles, ni vidriera, ni fila ni nada que te diga que ahí adentro va a acontecer ni más ni menos que un hecho teatral. No te imaginas que el rey Claudio de entre casa te va a estar cortando el queso para el pequeño coctel preliminar ni que la reina Gertrudis te estará sirviendo vino. Es domingo al mediodía (o puede que saques entrada para un sábado a la noche) y el lugar es apacible. La tragedia shakesperiana se va a filtrar a modo de grito por aquellas paredes inofensivas. El gesto de elegir una casa habitada para hacer la puesta no tiene nada de inocente: toda la complejidad psicológica que encierra la trama original (que inspiró a Freud en su planteo psicoanalítico) viene a brotar en la cotidianeidad más imperceptible. Ojalá las paredes gritaran vienen a decirnos que las paredes gritan tragedia, a diario, y que ese brillante texto no quedó sepultado por su época, al contrario. Resurge y dialoga con el hoy de una manera atroz.
La idea de poder en la pieza original gira en torno a la realeza en Dinamarca. Ahora, los personajes son poderosos en tanto familia acomodada porteña. Hamlet es el heredero fuera de sí en tanto adolescente conflictuado. Los intereses y motores de cada personaje están teñidos por una contemporaneidad rabiosa. La oralidad porteña y toda su paleta de entonaciones (que van desde las más desagradables hasta las más falsamente progresistas) dan vida y sitúan al texto en el ahora. Gente normal invocando a Shakespeare: ni formas pomposas ni vestuarios extravagantes. Los diálogos conservan su fuerza original cuanto menos “idea de representación” les sea inyectada y eso es algo que la directora Paola Lusardi y los actores entienden.
La posibilidad de estar en una casa con cada detalle de habitabilidad da una sensación de intimismo que resulta hipnótica. La apropiación de imágenes sensoriales, como el juego con lo líquido y el agua (en alusión a la muerte de Ofelia) son sutiles y efectivas al mismo tiempo. La puesta no le esquiva a los matices jóvenes, tanto por sus interpretes como por sus recursos y guiños joviales. Se pone en escena esto de lo que nos habla la pieza original: la orfandad que empuja a varios personajes al inestable lugar que ocupan los hijos, que ocupa la juventud. Esto leído esto en forma metafórica y literal.
Hay algo que pasa con la distribución espacial, los cuerpos y el diseño de movimiento a cargo de Marina Cachan. Hay otra vez una apropiación, no ahora textual, sino corporal. Es una apropiación auténtica, vívida, propia: la coreografía teatral subvierte al clásico y lo hace moderno, toma los grandes tópicos resignificados desde la dramaturgia y lo salpica de sentido. Atrás la música electrónica que de a ratos irrumpe, funcionando como otro grito del joven Hamlet. La delgada línea entre la locura y la cordura encuentra sus distintas máscaras: una crisis adolescente, un duelo paterno, la rebeldía ante el mundo de hoy y su derrumbe.
Si bien los entendidos de dramaturgia, Shakespeare, apropiaciones textuales como Máquina Hamlet de Heiner Müller y lecturas críticas a los clásicos van a encontrarle un jugo extra e intelectualmente adictivo, la puesta no cae en (lo que suele suceder) lo snob. No pierde legibilidad, disfrute ni popularidad. No se hace críptica ni endogámica, sino que, como un buen texto shakesperiano interpela, ataca. Los textos de WS tienen una virtud: son fundacionales de nuestra lógica occidental. El entramado de amoríos, odios, venganzas y envidias se replica- a pequeña como a gran escala- en las lógicas de relación que establecemos y nos constituyen. Un buen Hamlet es el que cristaliza estas tensiones. El que las limpia de lo teatroso y hace de fácil acceso las tramas que, en espejo, nos devuelven eso que somos. En este sentido, Ojalá las paredes gritaran es una adaptación y resignificación de un Hamlet que, con una inteligente lectura por detrás, no pierde esa inoxidable esencia contemporánea.
FICHA TÉCNICA
Horarios: Sábados 21 horas. / Domingos 14 horas. Hasta el 29/12/2019.
Reservas:1131425649
Hamlet: Julián Ponce Campos
Gertrudis: Antonella Querzoli
Claudio: Martín Gallo
Polonio: Augusto Ghirardelli
Ofelia: Mariana Mayoraz
Horacio: Santiago Cortina
Autoría y dirección: Paola Lusardi
Directora asistente y co-autora: Leila Martínez
Colaboración dramatúrgica: Andrés Granier
Diseño de movimientos en escena: Marina Cachan
Producción: Marian Vieyra, Matías Macri y Ariadna Mierez
Colaboración en la producción: Ailín Ponce Campos
Iluminación: Demián Lorenzo
Diseño de vestuario: Paola Lusardi
Colaboración en vestuario: Vanesa Abramovich
Música: Santiago Cortina e Ignacio Cantisano
Diseño gráfico: Francisca Rojas
Fotografía: Julieta Rodríguez
Asistente de escena: Agustina Rittel
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