Mientras Barbie dejaba al mundo entero sin existencias de pintura rosa, Christopher Nolan se embarcaba en una tarea igual de osada para su Oppenheimer. A fin de transmitirnos el terror esencial que resultó del Proyecto Manhattan, el cineasta quería recrear lo mejor posible la detonación de la primera bomba atómica en Nuevo México… Pero, fiel a su libro de estilo, quería hacerlo sin recurrir al CGI.
“Creo que el CGI no suele atraparte”, ha declarado Nolan a Empire (vía SyFy). “Suele resultar seguro. Aunque sea impresionante y hermoso, le cuesta hacerte sentir en peligro. Y aquí estamos presentando el peligro definitivo. Queríamos que resultara aterrador, desagradable y amenazador para el público”.
Scott R. Fisher, el director de efectos especiales habitual en las películas de Nolan, se enfrentó a esta tarea. Y, como procurarse un auténtico ingenio nuclear resultaba difícil, amén de poco práctico, su versión de la prueba Trinity empleó recursos tan tradicionales como efectivos. Los cuales, señala, resultaron hasta sencillos en comparación con los que tuvo que desarrollar para Interstellar y Tenet.
La clave de la explosión, prosigue Fisher, estuvo en usar los juegos de perspectiva para que el público se sintiese devorado por un hongo atómico mucho más pequeño de lo que parece en la pantalla. “No las llamamos ‘miniaturas’ sino ‘grandituras’ [big-atures]” explica. “Las hacemos tan grandes como podemos, pero reducimos la escala para que resulte manejable. Se trata de ponerlas cerca de la cámara y hacerlas tan grandes como puedas en su entorno”.
Fisher recreó la detonación usando gasolina y gas propano (“Son los que mejor explotan para lo que cuestan”), añadiendo aluminio y magnesio en polvo para reproducir el cegador destello de luz característico de las explosiones nucleares. “Queríamos que todo el mundo hablara del destello, del brillo. Así que intentamos acercarnos tanto como pudimos”.
El propio Nolan saca pecho y describe las técnicas como “muy experimentales”. “Nos fuimos a una escala gigante usando explosivos, bengalas de magnesio, grandes explosiones de pólvora negra sobre petróleo, cualquier cosa. Y otras fueron absolutamente minúsculas, usando interacciones de diferentes partículas, distintos aceites, distintos líquidos”.
Para el director, la explosión es solo una cara de la moneda cuyo reverso está en esas visiones del mundo subatómico que asaltan al protagonista. “Lo más obvio hubiera sido hacerlo por ordenador”, comenta. “Pero sabía que así no obtendría la naturaleza táctil, sucia y auténtica de lo que yo quería. La meta era que todo lo que se viera en la película estuviera fotografiado”. Porque, señala, el CGI le sirve para “componer los planos, juntar ideas, quitar las cosas que no quieres”.