Estos son tiempos de revisionismo de los consumos culturales, de análisis de frases, escenas, letras y guiones que, tal vez hace décadas, se naturalizaban y pasan desapercibidas pero que hoy, en un contexto de reivindicaciones de género y de minorías, el cine, la música y otras formas de arte terminan siendo cuestionadas por los mensajes que puedan llegar a transmitir.
Esto es lo que sucedió con Blancanieves, la clásica película de Disney de 1939, a partir de la reapertura, en Estados Unidos, del Disneyland Resort. Hasta allí fueron dos periodistas del San Francisco Gate, quienes criticaron que al final de un recorrido, Snow White’s Scary Adventures (Las aterradoras aventuras de Blancanieves), se muestre el beso final que el príncipe le da a Blancanieves, quien se halla dormida, bajo la maldición de la reina malvada.
“No está bien enseñarles a los niños a besar a la otra parte cuando no ha dado su aprobación, y si está dormida no la ha dado”, escribieron las periodistas Katie Dowd y Julie Tremaine. La sentencia disparó una nueva polémica. “¿Fue el del príncipe un beso no consensuado?”, se preguntó una organización feminista en Twitter.
Frente a una polémica que creció, tal vez de manera desmedida, Jim Shull, diseñador del parque de atracciones y colaborador de Disney, señaló: “Para reconocer los cambios culturales que ocurren a lo largo de las décadas, se debe reconocer que, en el contexto del cuento, la atracción es correcta”. Hasta ahora, no hubo desde Disney más comentarios al respecto.