El cineasta chileno Felipe Gálvez debuta en el largometraje con Los colonos, que ha sido elegido por Chile (co-producida con Argentina) como su candidata ante la Academia de Hollywood de cara a los Oscar. En el pasado Festival de Cannes, el filme fue galardonado con el premio FIPRESCI a la mejor película de la sección Un Certain Regard, donde se estrenó.
Se trata de un western de aliento añejo e imagen preciosista donde se aborda de frente el genocidio del pueblo indígena selk’nam utilizando (y reapropiando durante el proceso) los códigos narrativos del género cinematográfico más simbólico e incidiendo en la construcción interesada de la historia y sus representaciones estéticas por parte de los poderosos.
‘Los colonos’: crítica de la película
Tres hombres siembran el terror en Tierra del Fuego. La Patagonia anda sobrada de motivos para ser un escenario inmejorable para filmar un western, el género cinematográfico por antonomasia donde la imagen (el entorno, el paisaje) siempre tiene la última palabra. La ópera prima del chileno Felipe Gálvez es un caso ejemplar en el que anidan muy distintas manifestaciones del género.
En sus planos, cuidadosamente captados por un Simone D’Arcangelo (La leyenda del Rey Cangrejo) especializado en sacarle el último aliento épico a las extensiones de más ariscas, resuenan desde ecos del cine mudo como del spaghetti western, de los clásicos y de sus reformulaciones revisionistas. Un compendio histórico del género que más hizo por engrandecer el mito del cine y menos por una memoria justa de hechos históricos en su mayoría atroces.
Los colonos aborda una de las matanzas más silenciadas de un pueblo amerindio: el genocidio del pueblo selknam, habitantes de Tierra del Fuego que fueron masacrados a finales del siglo XIX y principios del XX cuando compañías ganaderas capitanearon y promovieron su exterminio para tomar el control de las tierras por las que pretendían dar paso a sus ovejas. Se contrataban mercenarios y bandidos de moral inhumana y se les pagaba por cada indígena abatido, cuyo asesinato podía probarse presentando una oreja arrancada al cuerpo.
Gálvez arma el relato de la matanza con la frialdad del discurrir histórico y la crueldad que le confiere la negrura propia del alma del ser humano, ofreciendo un western crudo y violento que se ha comparado con el tono despiadado de una posible adaptación de Meridiano de sangre, de Cormac McCarthy, y que también puede recordar a las aproximaciones al género de S. Craig Zahler, ya sea en películas como Bone Tomahawk (2015) o novelas como Espectros en una tierra trizada (2013).
Toda la violencia y el desprecio por la vida humana resultan más inquietantes si cabe cuando descubres que Los colonos idea personajes de ficción pero también los tiene reales. Alfredo Castro interpreta con espeluznante rigidez a un rico magnate latifundista, José Menéndez, empresario español radicado en la Patagonia chilena y argentina, que contrata a tres sicarios para que ‘limpien’ sus terrenos de indígenas.
El variopinto trío protagonista lo forman un violento militar escocés llamado MacLennan (Mark Stanley), el cowboy texano Bill (Benjamin Westfall) y Segundo, un ayudante mestizo (Camilo Arancibia). La inestabilidad de su unión queda patente desde el primer momento, pues más que un grupo con una misión parecen una bomba de nitroglicerina a punto de estallar.
Los parajes hostiles por los que deambulan no ayudan a calmarlos, ni tampoco sus encuentros con otros integrantes poco recomendables de la especie humana como un grupo de argentinos (entre quienes hace un cameo Mariano Llinás, director de La flor) o de ingleses que contribuyen a enturbiar aún más una experiencia deleznable.
La historiografía se encargará años después de blanquearla o de amoldarla a su gusto incluso cuando pretende denunciarla. Porque Los colonos concluye con un salto cronológico sensacional (si bien no tan radical y atrevido como el de Jauja (2014), el magistral western patagónico de Lisandro Alonso, que habla de la distorsionadora mirada del hombre blanco hasta en las situaciones en las que supuestamente busca rendir cuentas de sus barrabasadas.