En El chico y la garza (The Boy and the Heron), Hayao Miyazaki nos presenta a Mahito, apenas un adolescente cuando pierde a su madre en un incendio durante el tercer año de la Segunda Guerra Mundial. Cuando se muda junto a su padre a una localidad rural para escapar del frenesí bélico de Tokyo, comienza a entablar una peculiar relación con una garza, que le adentrará en el mundo de los muertos.
Así se presenta la que presumiblemente es la última película del maestro y cofundador de Studio Ghibli Hayao Miyazaki. La película ha ido creando una expectación mayúscula, no solo porque, en principio, supone la carta de despedida del cineasta, sino también porque se presentaba al mundo sin apenas imágenes promocionales. El secretismo que la envolvía solo hacía que alimentar la (futura) leyenda y con motivo: El chico y la garza es, en efecto, una nueva obra maestra de Ghibli.
‘El chico y la garza’: qué dicen los críticos sobre la película
La visión de un incendio levanta el telón de El chico y la garza y las llamas lo ocupan todo en los primeros compases de la nueva película de Hayao Miyazaki. Se trata de un hospital de barrio de Tokyo, pero lo que vemos en pantalla no es un fuego pequeño: parece el fin del mundo, tal vez una hecatombe nuclear.
El eco de Hiroshima y Nagasaki resuena en esa estampa inicial de la película que roza lo apocalíptico: Mahito se despierta por el sonido de una sirena que alerta del fuego en el barrio y corre hacia el hospital donde su madre se encontraba trabajando, con la urgencia de salvarla de las llamas. Se cruza con rostros desfigurados, con cuerpos en proceso de descomposición, con la peor visión del infierno.
El chico y la garza tal vez contenga el dibujo más expresivo de toda la filmografía de Miyazaki y esa primera secuencia de la obra no solo lo confirma, sino que adelanta esa constatación, porque las mil y una posibilidades del trazo encuentran su lugar en la cinta. Es probablemente más expresiva que El viaje de Chihiro, película con la que, por temática y por capacidad imaginativa, se emparenta de manera directa.
Como aquella obra, aquí también el sentimiento del duelo se transforma en un viaje redentor por el ultramundo. En su viaje por el otro lado, a Mahito lo acompaña una garza, elegante y después grotesca, que se convertirá en su particular Caronte por el mundo de los muertos y ¡de los periquitos!
Los pájaros, en efecto, son los protagonistas de una fábula sobre la idea de volar solo y dejar que el viento, que siempre se levanta en las obras de Miyazaki, se lleve la tristeza y el rencor. Periquitos, liderados por un rey que por momentos se asemeja a un dictador italiano apodado ‘Il Duce’; pelícanos y otras aves que llenan de fantasía los claroscuros que recorre nuestro protagonista en su particular viaje de iniciación.
El chico y la garza es exigente, pero ¡hay recompensa! Su historia reúne muchos de los tropos habituales de Miyazaki y de ahí que se entienda como su testamento creativo, aparte de que haya anunciado su jubilación. La propia idea de que el maestro de Ghibli se retire es inimaginable, pero su carta de despedida contiene lo mejor de su universo: el melodrama por el daño que somos capaces de infligirnos los humanos, el amor que somos capaces de compartir.