En O corno, Jaione Camborda nos presenta a María (Janet Novás), una ‘marisqueira’ de la Ilha de Arousa en la España franquista de los primeros años 70. A la vez, trabaja como partera ayudando a las mujeres de la zona a traer al mundo a sus hijos, aunque, como todo el mundo sabe, también ayuda a interrumpir embarazos no deseados. Un día, se ve obligada a huir del territorio y a buscar cobijo fuera de nuestras fronteras.
Así se presenta la segunda película de la guipuzcoana Jaione Camborda, asentada desde hace años en Galicia, que concursa en Sección oficial del Festival de San Sebastián reivindicando la cultura, el habla y la historia de esa comunidad. Su incorporación en la primera competición del certamen confirma el estado al alza de las jóvenes directoras españolas, cuya proyección dentro y fuera del país es cada vez más relevante.
‘O corno’: qué dicen sobre la película quienes ya la vieron
En sus primeros compases, O corno deja ver, sin ambages, el verdadero corazón de la película: una mujer atiende un parto que tiene lugar en una habitación levemente iluminada. La secuencia, larga y pausada, se detiene en el tacto de la partera y en la respiración de la madre, mostrando un vínculo entre mujeres que se irá replicando en las diferentes situaciones de la segunda cinta de Jaione Camborda.
La directora guipuzcoana lleva más de 10 años afincada en Galicia y su obra cinematográfica se ha volcado en el retrato de este territorio, tanto en sus cortos (A rapa das bestas, 2017) como en sus largos (Arima, 2019), y en O corno la cineasta vuelve a ejercer de observadora de una comunidad gallega para indagar en las diferencias y similitudes entre el entonces y el presente.
Ese juego de espejos que propone la película al tratar de evitar al máximo cualquier marca que nos sitúe en un momento concreto de la historia está al servicio, no obstante, de una misión de mayor alcance, porque lo que está en juego en O corno es el cuerpo de las mujeres y esas heridas silenciosas que marcan sus existencias. Un parto, para empezar. Una huida en mitad de la noche. La realidad y lo telúrico. La vida y la muerte.
No es insustancial interpretar la obra a partir de opuestos, porque la cinta misma propone esa dualidad al estar sesgada en dos: si en un principio nos encontramos en el terreno del retrato más o menos luminoso de una comunidad, la segunda parte del filme se transforma en una road movie nocturna que va cerrándose en la desesperación de la protagonista. Es cierto que hay una descompensación entre ambos tramos, pero, por encima de los resortes narrativos, está su fisicidad, sus silencios y su misterio.