Saturno, el segundo planeta más grande del sistema solar, está perdiendo sus característicos anillos, que podrían desaparecer dentro de unos 100 millones de años, arrastrados por su propio campo magnético, según un informe difundido por la Administración Nacional de la Aeronáutica y del Espacio (NASA).
Los anillos están compuestos casi en su totalidad por trozos de hielo de agua de distintos tamaños, alguno pequeños como granos de polvo microscópicos y otros como rocas de varios metros de ancho. Estas partículas están en constante pelea entre la atracción de la fuerza de gravedad del centro del planeta que las intenta atraer hacia él y la velocidad orbital que quiere lanzarlas hacia el espacio.
Según un estudio publicado en la revista especializada Icarus, la pérdida de estos anillos está sucediendo “a la tasa máxima estimada” a partir de las observaciones que las naves Voyager 1 y 2, los dos únicos artefactos humanos que han salido del Sistema Solar, llevaron a cabo hace décadas.
La “lluvia de anillos”, como se denominó el fenómeno, “lleva una cantidad de agua que podría llenar una piscina de tamaño olímpico en media hora”, afirmó James O’Donoghue, del Centro de Vuelos Espaciales Goddard de la NASA en Greenbelt, Maryland. Asimismo, el especialista aseguró que con este ritmo todo el sistema de anillos desaparecería en 300 millones de años, pero resulta que el material que cae en el ecuador del planeta es aún mayor, según datos de la sonda Cassini.
En consecuencia los científicos que analizaron el evento consideran que a los anillos les quedan menos de 100 millones de años que, aunque parezca mucho tiempo, en realidad es un plazo relativamente breve si se tiene en cuenta que Saturno tiene más de 4.000 millones de años.
Esta pérdida de anillos en Saturno, además, hace pensar que si estos son “temporarios”, otros planetas como Júpiter, Urano y Neptuno también podrían haber sufrido la desaparición de la mayor parte de sus anillos. Tampoco es claro si Saturno se formó con sus anillos o, por el contrario, los adquirió luego, pero los investigadores se inclinan por el segundo escenario.
Los primeros indicios de que existía la lluvia de anillos se registraron luego de las primeras observaciones de Voyager 1 y 2, que dieron cuenta de fenómenos aparentemente no relacionados: variaciones peculiares en la atmósfera superior (ionosfera) con carga eléctrica de Saturno, variaciones de densidad en los anillos y un trío de bandas oscuras y estrechas que rodean el planeta en las latitudes medias del norte.
Estas bandas oscuras aparecieron en imágenes de la brumosa atmósfera superior de Saturno (estratosfera) realizada por la misión Voyager 2 de la NASA en 1981.
(Con información de Télam)