El sodio es un nutriente fundamental en nuestras dietas. Pero su consumo en exceso tiene profundas consecuencias en la salud. La más conocida e importante es la hipertensión, que en nuestro país afecta al 36 por ciento de la población. Por eso, desde la comunidad médica apuntarán a promover una alimentación con menos sal desde la primera infancia, con el objetivo de prevenir futuros adultos hipertensos.
“No alcanza con informar a los pacientes, sino como profesionales de la salud debemos generar acciones que impacten en la sociedad para evitar futuros hipertensos”, asegura Jorge Tartaglione, presidente de la Fundación Cardiológica Argentina e integrante de la Sociedad Argentina de Cardiología (SAC). “Es importante apostar a las nuevas generaciones, que los padres puedan acompañar a sus hijos en la incorporación de hábitos saludables para que los niños de hoy puedan ser los adultos sanos del mañana”, agrega.
Si bien la recomendación de la OMS para la ingesta diaria de sodio es de 5 gramos, en la Argentina se consume habitualmente más del doble -entre 10 y 12 gramos-. Como nutriente, el sodio es necesario para la salud, en niños su consumo debe ser proporcional a las necesidades energéticas. La Asociación Americana del Corazón varía de un máximo de 1.500 mg. a 2.300 mg. al día para los más chicos, dependiendo de la edad.
Una dieta con alto contenido de sodio puede provocar presión arterial más elevada en niños y adolescentes, y esto puede desencadenar en hipertensión en la edad adulta. Además, la asociación entre la ingesta de sodio y el riesgo de hipertensión parece ser más fuerte entre los niños que tienen sobrepeso u obesidad. En este mismo grupo se observa que el sodio que consumen está relacionado con alimentos que presentan un riesgo adicional de obesidad, como las bebidas y los alimentos ultra procesados ricos en sodio. De hecho, algunos estudios sugieren que la ingesta elevada de sal en sí misma está asociada con la obesidad.
Más del 70 por ciento de la ingesta de sodio proviene de alimentos procesados y ultraprocesados como panificados (pan, galletitas dulces y saladas, medialunas, facturas, tortas, budines y pizza), embutidos, enlatados, congelados, quesos, caldos, sopas y envasados en general. Incluso el agua tiene sodio; de esto se desprende también la importancia de poder leer y comprender las etiquetas nutricionales de los alimentos.
“Enfocarnos en los más chicos permite generar hábitos más saludables de forma más fácil, mientras que modificar los malos hábitos en adultos se vuelve más difícil”, dice Tartaglione.
Las guías de alimentación recomiendan evitar el agregado de sal a los alimentos desde que el bebé comienza a comer a partir de los 6 meses, ya que el contenido natural de sodio de los alimentos es suficiente para satisfacer las necesidades del cuerpo, y permite que el paladar aprenda a disfrutar los sabores naturales. “Si desde la infancia a los niños le generamos hábitos saludables bajos en sodio, en un futuro elegirán estos alimentos. Las consecuencias de la hipertensión arterial no controlada pueden ser graves, por eso nuestra mejor inversión es trabajar con las nuevas generaciones desde el momento que nacen”, afirma el especialista.
La OMS apoya la iniciativa 25×25 de la World Heart Federation, la cual propone reducir en un 25 por ciento la mortalidad prematura por enfermedades cardiovasculares hacia el año 2025; más detalladamente: reducir un 25 por ciento el consumo de sodio en la población en general, y un 30 por ciento en pacientes diagnosticados. “Para lograrlo, la concientización es el primer paso”, afirma Tartaglione.