Hay cierto placer en el runrún de un comentario teatrero acertado. “Tenes que ver Tarascones”: se escucha bastante seguido, como un murmullo enfático, una afirmación total, casi imperativa, como si no hubiera opción al no. Lo lindo es descubrir que la recomendación valió la pena y pasar a ser un militante más del tenes que ir a verla.
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