Cuentan los críticos que pudieron disfrutarla en Cannes que tres minutos y medio de pantalla en negro bañada por la tenebrosa música de Mica Levi, en su nueva magnífica colaboración con Jonathan Glazer tras Under the Skin (2013), dan la bienvenida a The Zone of Interest, preparando al público para lo que será una experiencia sensorial inmersiva en alguno de los recodos más inaguantables de la historia humana desde una perspectiva particularmente incómoda: la vida cotidiana en la vivienda del comandante de un campo de exterminio nazi.
Glazer ha tomado el título y ambientación de The Zone of Interest, la novela homónima de Martin Amis que también se desarrolla en un campo de concentración, pero en vez de mantener sus personajes de ficción se ha fijado en el caso real de uno de los oficiales nazis más aterradores. En concreto, de Rudolf Hoss, teniente coronel de las SS y comandante del campo de Auschwitz-Birkenau, de cuyo currículum se estima que fue responsable del exterminio de 2,5 millones de personas.
Por si no fuera lo bastante terrible, a ojos de Hoss y sus superiores esa escalofriante cifra solo venía a indicar que era eficiente en su trabajo. Esa tremenda banalidad del mal absoluto es la faceta que interesa a Glazer, con el libro de Hannah Arendt en la mesilla de noche. Quienes vieron la película afirman que el director británico ha realizado una reconstrucción rigurosa e hipercalibrada de la vida cotidiana de Hoss y su familia en la vivienda contigua al campo donde la maquinaria de segar vidas humanas se mantenía a pleno rendimiento.
Un reality en Auschwitz
Nos dejan saber los críticos que el dispositivo formal de Glazer se impone monolítico e implacable: habitualmente en planos generales de cámara estática, con ángulos que recuerdan a los vídeos de seguridad o el metraje de cualquier reality de convivencia, y muestra escenas de vida en el hogar de los Hoss manteniendo un frío distanciamiento tan maquinal en el montaje de planos como el diseño de las cámaras de gas pensado para lograr su máxima eficacia dentro de una racionalidad capitalista.
Agregan que el planteamiento a la hora de registrar la cotidianeidad de los habitantes en esa especie de microcosmos dentro del mal absoluto, con sus rutinas, trabajos hogareños y jerarquía opresiva (el numeroso servicio doméstico está compuesto por muchachas locales con familiares judíos) recuerda a otros proyectos de recreación histórica entre el cine y la performance como la monumental La commune, de Peter Watkins, o, sobre todo, el megalómano proyecto DAU, de Ilya Khrzhanovskiy; aunque aquí, Glazer se mantiene férreamente lejos de sus personajes y no se ha vuelto loco, que sepamos.
Sandra Hüller (Toni Erdmann) interpreta a Hedwig, esposa de Hoss y madre de sus cinco hijos, que se dedica a ordenar al servicio doméstico el mantenimiento de la casa y diseñar un extraordinario jardín en lo que considera su particular arcadia. Solo está el pequeño detalle molesto de los ruidos de la maquinaria de matar, claro. Una banda de sonido de fondo persistente y desquiciante compuesta de maquinaria, disparos y chillidos de pavor que envuelve todo el metraje, igual que el denso humo saliendo de los hornos crematorios mancha el cielo.
Ese es el espacio que da Glazer al horror. Un fuera de campo visual de insoportable presencia sonora y a través de detalles nimios: unas torres de vigilancia recortando el horizonte, unas botas manchadas de sangre, unos diálogos sobre cifras de producción y resultados que nos llevan inmediatamente a La question humaine de Nicolas Klotz… Si se tomaran escenas sueltas, ignorando el contexto, podrían ser de un drama familiar donde el padre intenta evitar un traslado dentro de la empresa por lo a gusto que se encuentra en su puesto.
Concluyen que es tan sencillo y desolador como eso. Un puñado de secuencias nocturnas que se alejan sustancialmente del resto del aparato formal o cierta grieta entre la recreación y la no ficción son los únicos desvíos breves de una propuesta que se mantiene firme e impertérrita, consciente de que el horror que late en cada una de sus imágenes es más que suficiente para hacer temblar.