Con la exhibición de un conjunto de esculturas y dibujos de la colección del Museo Nacional de Bellas Artes, la institución rendirá homenaje a uno de los artistas más importantes del siglo XX: Auguste Rodin.
Desde el martes 28 de noviembre podrá disfrutarse del homenaje especialmente llevado adelante por autoridades del museo, en la que podrán observarse piezas originales del autor, y otras de artistas nacionales inspiradas en las innovaciones estéticas que el mismo introdujo en el mundo del arte y que indefectiblemente impactaron a nivel local.
Con dos obras clave, “La Tierra y la Luna” y “El beso”, comienza el viaje a por uno de los recorridos más laboriosos y disruptivos en relación a las formas impulsada por Rodin, doblando la apuesta por la estética moderna que aquellos promotores culturales de la joven Argentina supieron instalar en los albores del museo nacional.
“En el corazón de toda actitud de ruptura -enuncian desde la organización- subyace una profunda comprensión del espíritu de cambio de una época” y sin lugar a dudas es la figura del escultor Auguste Rodin (1840-1917) la que condensa los universos estéticos y culturales que dieron forma al último tramo del siglo XIX.
Bisagra en las redefiniciones artísticas de entonces, su trabajo desafió las normas de armonía y equilibrio que regían en el academicismo clásico imperante. Sus planteos disruptivos incluyeron nuevas soluciones para la escultura, como el uso de puntos de vista múltiples, el modelado de anatomías imposibles y la exaltación de la materia al dejar visibles distintas texturas que habilitan la sensación de inacabado.
Las obras de Rodin son en sí mismas una invitación a reflexionar: las aquí expuestas, junto a aquellas que marcan con su presencia el espacio público de la Ciudad de Buenos Aires –El pensador, el Sarmiento–, constituyen un punto de referencia para el arte nacional, que ha tenido en el diálogo con el modelo francés una de sus postas históricas.
En los primeros años del siglo XX, un grupo de noveles artistas locales se sintieron atraídos por las propuestas estéticas de Rodin, cuya producción conocieron en sus viajes de formación a Europa o cuando sus primeras piezas llegaron al país. En la sala 20 del museo, se presenta una selección de obras realizadas por escultores argentinos que dan cuenta del impacto que el maestro francés tuvo en América.
Con esta muestra, el Bellas Artes se suma a la red internacional de instituciones que llevan adelante un programa común de actividades para celebrar a un artista que transformó de manera radical el modo de entender la escultura.
La primera gran obra y por la que lo conoció el mundo del arte fue “un fraude” que nunca cometió: la obra “La edad de Bronce”, que primeramente se expuso en Brucelas y luego en París, era tan perfecta que los críticos de la época y otros artistas lo acusaron falsamente de haber vaciado yeso sobre un modelo vivo.
Esta decepción le impuso el destierro voluntario a Rodin de París quien se entregó a partir de ese momento nada más que a su trabajo, período en el cual realizó obras como “El Hombre en Marcha” y su “San Juan Bautista” en una plaza pública y a la vista del pueblo, quien validó con sus propios ojos el talento del artista.
Esto le valió el reconocimiento público, a tal punto que el Estado compró entre varias obras, la tan discutida Edad de Bronce, y además le encargó la creación de una puerta monumental, destinada al Museo de las Artes Decorativas de París: La Puerta del Infierno, en la que se trabajó por casi 30 años y que su obra cumbre, “El Pensador” corona lo alto de esa maravillosa Puerta.
Así daba comienzo a la larga carrera y trayectoria del escultor que afortunadamente pudo disfrutar de su reconocimiento en vida que, si bien dura al comienzo, llegó a niveles insospechados de reconocimiento, dentro de una época que además comenzaba a cambiar también sus funcionamientos de mercado del arte.