Todo tendría sentido si no existiera la muerte

Una obra escrita y dirigida por Mariano Tenconi Blanco, parte de la generación joven de creadores de los años 2000. En Todo tendría sentido si no existiera la muerte se consolida una estética pop y de ruptura, construyendo un espectáculo que atraviesa distintos públicos y esta semana debutó en calle Corrientes.

Se estrenó en el 2017 en el Cultural San Martín. El martes restrenó en el Metropolitan Sura, plena calle corrientes, y seguirá todos los martes hasta, en principio, todo septiembre. Está entre las piezas teatrales que saltan del circuito alternativo u oficial y pasan a compartir cartelera con obas que fueron pensadas para fines comerciales. Se la podría hermanar con Petróleo, obra que surgió como proyecto del San Martín y pasó a agotar entradas en el Metropólitan ; O La fiesta del viejo, obra que nació en el Teatro Callejón un domingo al mediodía y hoy compite con el mainstream teatral calle-correntino. Dos ejemplos que hicieron el salto hacia el mismísimo teatro Met Sura: parece que los programadores encontraron aquí un nicho. Los públicos cambian, los teatros darán otro valor aurático – ni mejor ni peor- pero lo que persiste es la forma de producción. Producir desde el no- resultado. Frente a una sobrecarga de ficciones previsibles y complacientes del público (o de lo que se cree que el público pretende) pareciera que, las producciones que subvierten esos supuestos y apuntan a lo artesanal están encontrando su lugar de valor.

Dicho lo contextual – que inevitablemente dialoga con la pieza- vayamos el contenido. Son los años 80. Una maestra de escuela se entera que le queda poco tiempo de vida. ¿Su último deseo? Filmar una película pornográfica. Porno feminista. Un planteo que ya del vamos subvierte la lógica de lo inmediatamente esperable, y es ahí donde entra la magia. O, lo que es lo mismo, lo real -concepto difícil para hacerse cargo de- la vida real está más cargada de sucesos ilógicos e imprevisibles que de lógicas aristotélicas o de situaciones que vienen con moralina al pie.

Más allá de este desliz de lo esperable, la obra se maneja en un código casi costumbrista. Hay personajes muy sólidos a nivel construcción que sostienen la factibilidad de los hechos frente a estos últimos que cada vez más escapan (o se acercan) al supuesto de lo que ocurre en una vida. Es imposible no nombrar a Lorena Vega: compone a una docente tan deformada por la profesión lectiva, sus tonos, sus gestos pedagógicos y hasta la voz gastada que la docencia acarrea. Este personaje que, frente a la inminente muerte, se encuentra con una seguidilla de variopintos compañeros random, los que terminan acompañando los lechos finales: la nihilista dueña de un videoclub, interpretada por Maruja Bustamante, que coquetea con lo punk y lo Pink, lo arisco y la ternura, el “la vida es una mierda” y el “llevémosla juntos”; un actor porno cargado de ambigüedad y patetismo interpretado por Agutín Rittano; una hija adolescente en pleno despertar sexual por Juana Rozas; una hermana docente devenida en actriz porno por Andrea Nussembaum y la participación de Bruno Giganti en carácter de noviecito extra- familiar. El crisol de personajes arman un pop almodovoriano, una comedia con situaciones hilarantes y reflexivas, por lo un poco absurdas por lo un poco humanas. Entre saltos de tiempo breves, la construcción dramática es un cúmulo de escenas cotidianas. La acumulación de pequeños cotidianos hace extraña la idea de cotidianeidad. La linealidad se subvierte, los estereotipos se descomprimen. Hay una apropiación de un lenguaje teatral que parecía ya entregado sin miramientos a un tipo de quehacer teatral, a un tipo de producciones al estilo Polka, al estilo teatro de situación que replica un montón de ideas comunes. Acá se toma el lugar común y se lo hace incómodo, se lo hace problemático, variopinto y particular, hasta calar hondo en las particularidades humanas que llevan a una docente común a querer filmar porno. Esos giros y entramados internos de los personajes son manejados con maestría. Obra que, como diría Manuel Puig (otra relación imposible de no hacer) trae un poco de vanguardia con popular appeal. Risa para pensar.

Todo tendría sentido si no existiera la muerte: Ficha Tecnica

Libro y dirección: Mariano Tenconi Blanco / Intérpretes: Lorena Vega, Maruja Bustamante, Agustín Rittano, Andrea Nussembaum, Juana Rozas, Bruno Giganti /Escenografía: Oria Puppo / Vestuario: Cecilia Bello Godoy y Johanna Bresque /Coreografía: Jazmín Titounik / Música: Ian Shifres / Dias y horarios: Martes de agosto y septiembre a las 20 horas. / Teatro: Metropolitan Sura / Duración:180 minutos /

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Todo tendría sentido si no existiera la muerte