En cada llamado que recibían, Marcela Romero y Claudia Pía Baudracco escuchaban historias que repetían: desde el hospital, las mujeres trans relataban cómo se burlaban de ellas, el tiempo que las hacían esperar para que las atendieran, cómo algunos médicos violaban el secreto profesional a los gritos en los pasillos de un servicio y una larga lista más de gestos y actitudes discriminatorias.
Romero y Baudracco, activistas por los derechos de las personas trans, visitaban el hospital y también vivían la discriminación: si iban a ver a compañeras internadas en el Hospital Muñiz, el personal de seguridad las revisaban o tal vez les decían que ya no podían entrar, aunque estuvieran dentro del horario de visitas.
“Decidimos presentar nuestra primera denuncia en el hospital. En la dirección nos atendieron y empezamos a hablar con una persona que todavía está en el Muñiz. Le dijimos que nosotras podíamos ir al hospital, entrar a las salas donde están internadas las chicas, y traerles agua mineral, cosas para la higiene, porque también veíamos que no tenían esa atención. Y nos dijeron que sí, que podíamos, entonces empezamos a hablar con psicólogos, asistentes sociales dentro del hospital y dijimos, ‘¿por qué no armamos un espacio adentro del hospital?'”. Así nació Trans Vivir, un espacio que Marcela Romero, ex presidenta de la Asociación de Travestis Transexuales y Transgéneros de Argentina (A.T.T.T.A), define como un “control ciudadano” dentro de los hospitales.
“Es ver cuál es la atención de las personas trans dentro del hospital”, agrega Romero a Diario Vivo. En el Muñiz, aparte de realizar las visitas a quienes están internadas, consiguieron un lugar propio. “Dijimos ‘bueno, este espacio tiene que ser un lugar donde las compañeras se sientan bien y que hable de vida’. Y de ahí sale el Trans Vivir”, explica su fundadora y actual coordinadora de la Red Latinoamericana y del Caribe de Personas Trans (RedLacTrans). Claudia Pía Baudracco falleció en 2012, a los 41 años.
Hoy Trans Vivir no solo funciona en el Muñiz, sino también en el Hospital Fernández, en el Ramos Mejía, en la Fundación Huésped, en el Hospital Fleming de José León Suárez y en la Dirección de Diversidad Sexual de Lomas de Zamora. Sus integrantes se cuentan por decenas. Taller de juegos teatrales, crochet, la entrega de kits de higiene, charlas con psicólogas y brindar contención son parte hoy de las actividades acercan a la comunidad trans.
Un freno a la exclusión
“Lo que vimos es que ese monitoreo, ese control ciudadano lo que hizo fue disminuir la discriminación dentro del hospital”, dice Marcela Romero. El Muñiz, cuenta, era uno de los lugares que mayores casos de discriminación registraba.
En Argentina, a pesar de la ley de identidad de género, el estigma, la violencia y la marginación todavía conforman un cúmulo de factores que arrasan con la vida de las personas trans, cuya expectativa de vida en nuestro país está estimada en los 36 años.
La discriminación afecta en múltiples aspectos del día a día. Entre otros, en el acceso a la salud. “Cada vez que nuestras compañeras y compañeros vienen al hospital se ríen en la entrada”, cuenta Romero. La discriminación, entonces, opera doble, y aleja a quien necesita de una atención en una guardia o en un consultorio. Según el último informe de la Dirección Nacional de sida y Enfermedades de Transmisión Sexual, la prevalencia de VIH entre la población trans alcanza el 34 por ciento.
No se trata, explica Marcela Romero, de solo detectar a los profesionales de la salud que no excluyan o maltraten a las personas por su género: “Ya nos pasó en el Ramos Mejía y en el Fernández. Los médicos están colapsados porque identificamos a los que atienden como tienen que atender a una persona, entonces nuestras compañeras van a ese servicio, y no tendría que ser así, tendrían que ir a cualquier medico”.
“Lo que nosotras queremos hacer es que mejore la atención dentro de los hospitales. Nosotras no damos remedios. Lo que queremos es facilitarle a las personas trans que van al hospital la información y que realmente esa persona acceda a todos los servicios, no solamente al testeo o al tratamiento del VIH”, añade.
En este sentido, Romero encuentra en la “medicalización” del VIH una dimensión de un problema todavía no trabajado. “Todo es el medicamento y creo que hay que ver la salud mental, hay que hablar de alimentación, hay que generar esos espacios, que los puede trabajar el médico con las organizaciones”, afirma. “Siempre digo que la solución del VIH en las personas trans y las personas que viven bajo la linea de la pobreza no es el tratamiento, sino que este es parte (de la solución). La personas trans entran en tratamiento y se siguen muriendo, ¿entendés? Estamos hablando de personas que vivimos bajo la línea de pobreza, sin casa, sin familia, sin trabajo. ¿Qué les vas a dar? ¿Un tratamiento? Sí, se lo das, ¿y?”.
Reconoce que cuando estas cosas las habla pueden, muchas veces, no gustar, pero igualmente es clara: “Es la realidad de la pobreza. Vivimos bajo la linea de la pobreza. Somos una población que nunca accedió a un trabajo, a un sindicato, que nunca accedió a todos los beneficios que a lo mejor puede acceder un trabajador en algún momento de su vida”.
“Siempre digo que la democracia argentina tiene una deuda con la población trans. Todos los días se mueren compañeras trans, de VIH o por crímenes de odio. Es una violencia con odio, con saña”, dice Romero. El reclamo, de participación en los derechos, va más allá de las paredes de un hospital: “Las personas trans somos parte de la democracia, entonces tenemos que estar incluidas dentro de toda agenda política”.