El poeta y ensayista polaco Adam Zagajewski, premio Princesa de Asturias, murió a los 75 años, según anunció la Fundación Princesa de Asturias en las redes sociales.
Zagajewski murió ayer en un hospital de Cracovia, según han publicado diversos medios de comunicación polacos.
En Estados Unidos donde fue conocido como el “poeta del 11 de septiembre” por un texto a propósito de los atentados. Sin embargo, fue un destacado integrante destacado del movimiento literario de la Nueva Ola polaca, inspirado por la represión de una oleada de manifestaciones estudiantiles en Polonia en marzo de 1968.
A continuación, tres poemas de Zagajewski para conocer su obra:
Autorretrato
Entre la computadora, un lápiz y la máquina de escribir
se desliza la mitad de mi día. Pronto va a hacer medio siglo.
Vivo en ciudades extranjeras y en ocasiones hablo
con extraños de asuntos que me son ajenos.
Escucho mucha música: Bach, Mahler, Chopin, Shostakovich.
Observo tres elementos en la música: debilidad, fuerza y dolor.
El cuarto elemento no tiene nombre.
Leo a los poetas vivos y muertos que me enseñan
tenacidad, fe y orgullo. Trato de entender
a los grandes filósofos, pero generalmente sólo atrapo
migajas de su precioso pensamiento. Me gustan
las largas caminatas por las calles de París
y observar a mis semejantes, aguzados por la envidia,
la rabia o el deseo. O precisar una moneda de plata
pasando de mano en mano mientras, poco a poco,
pierde su forma redonda (el perfil del emperador se ha borrado).
A mis espaldas los árboles no expresan nada,
como no sea una verde e indiferente perfección.
Los mirlos atraviesan el campo,
esperando, pacientemente, como viudas españolas.
Ya no soy joven pero siempre hay alguien mayor.
Me gustará el sueño profundo cuando deje de existir,
y veloces paseos en bicicleta por caminos campestres
en tanto los álamos y las casas
se disuelven como cúmulos en días soleados.
En ocasiones, las pinturas en los museos me hablan
y la ironía desaparece, fugaz.
Me gusta mirar el rostro de mi esposa.
Todos los domingos llamo a mi padre
y cada quince días me reúno con los amigos
dando muestras de mi fidelidad.
Mi país se liberó de un mal. Deseo
que otra liberación se produzca.
¿Puedo ser de alguna utilidad? No lo sé.
Ciertamente no soy uno de los hijos de la mar,
como escribió Machado de sí mismo,
más bien hijo del aire, la menta y el cello.
No todos los grandes caminos
se cruzan con la vida que, hasta ahora,
me pertenece.
A medianoche
Hablamos en la cocina hasta bien entrada la noche:
la lámpara de kerosén brillaba suavemente
y los objetos, alentados por la calma,
se adelantaron en medio de la oscuridad
para decirnos sus nombres: silla, jarra, mesa.
A medianoche me dijiste sal,
y en la oscuridad vimos el cielo de agosto
recorrido por una explosión de estrellas.
El pálido resplandor de la noche infinita
temblaba encima de nosotros.
El mundo ardía en silencio,
un blanco fuego lo envolvía todo,
ciudades, iglesias, montones de heno
con perfumes de tréboles y hierbabuena. Los árboles
ardían en sus copas, viento, llamas, agua y aire.
¿Por qué es tan silenciosa la noche, si los volcanes
mantienen sus ojos abiertos y el pasado
es presente, amenazando, acechando
en su guardia, como el enebro o la luna?
Tus labios están fríos, y la aurora también será
Una tela en una frente enfebrecida.
No permitas que el lúcido momento se disuelva
Deja que el pensamiento radiante dure quietamente
aunque la página esté casi llena y la llama parpadee
Aún no nos hemos elevado al nivel de nosotros mismos
El conocimiento crece lentamente como una muela del juicio
La marca de la estatura de un hombre aún persiste
en lo alto de una puerta blanca
Desde lejos, la alegre voz de una trompeta
y de una canción enroscada como un gato
Aquello que pasa no cae en un vacío
Un fogonero aún alimenta con carbón el fuego
No permitas que el momento lúcido se disuelva
Sobre una sustancia dura y seca
debes burilar la verdad