Los presidentes de Estados Unidos y China, Donald Trump y Xi Jiping, mantuvieron una cena de trabajo ayer en Buenos Aires después de meses de guerra comercial y, pese a los reclamos de los últimos días y las caras serias del encuentro, ambos se mostraron optimistas.
En medio de un clima de mucha expectativa e incertidumbre, la cena terminó sin declaraciones ni anuncios, pese a que el diario The Wall Street Journal reveló que ambos gobiernos están trabajando en un acuerdo para que Washington se abstenga de imponer nuevos aranceles, al mismo tiempo que Beijing aceptaría el fin de las restricciones a la compra de productos agrícolas y energéticos estadounidenses.
Los dos mandatarios se juntaron en uno de los salones privados del Palacio Duhau Park Hyatt, el lujoso cinco estrellas de Recoleta donde se hospeda el mandatario estadounidense.A lo largo de dos horas y media intentaron poner fin a la escalada arancelaria y tranquilizar a los mercados e inversores internacionales con una comida de tres pasos y de un buen vino argentino: ensalada de vegetales de estación con una mayonesa de albahaca y una emulsión de parmesano; solomillo grillado con cebollas moradas, ricota de cabra y dátiles; y un postre de panqueques de caramelo con chocolate crocante y crema fresca.
El mandatario estadounidense, quien ya impuso aranceles de un exorbitante 10% a importaciones de productos chinos por 250.000 millones de dólares, ha desechado el tradicional libreto librecambista de su país desde su inesperado triunfo electoral de 2016, con la promesa de proteger a los olvidados trabajadores industriales y poner a “Estados Unidos Primero”.
Xi, en cambio, se presenta como el defensor de un capitalismo global estable, una transformación impensada para el líder de un Estado comunista cuyo ingreso a la Organización Mundial del Comercio (OMC), hace dos años, desató polémica y aún es resistido por Washington.