La crisis en Venezuela parece haber llegado a un punto sin retorno. Luego de años de inacción de la comunidad internacional, compuesta por tímidas y a menudo meras acciones declaratorias, la región por fin parece “lista” para hacer algo al respecto.
Encolumnados detrás de la postura de Washington y la Casa Blanca, buena parte de los países de la región, han enarbolado el principio de ayuda humanitaria y teniendo en cuenta la gravedad de la situación socioeconómica y político-institucional de Venezuela han reconocido a Guaidó, quien encabeza la Asamblea Nacional como el presidente interino de aquel país.
Si bien el reconocimiento institucional no es condición constitutiva de un Estado en derecho internacional su papel y peso simbólico en relaciones internacionales es muy importante.
Sin embargo, los seguidores de Nicolás Maduro argumentan que estamos en presencia, una vez más, de la violación del principio de injerencia en los asuntos internos cometido por Estados Unidos y su ansia imperialista. Esta posición es sostenida por Evo Morales, por ejemplo. Rusia, Turquía, China, Uruguay y México si bien advierten sobre la escalada de violencia, apoyan a Maduro.
No es la primera vez que el principio de ayuda humanitaria choca con el principio de no injerencia en los asuntos internos. La academia se ha sabido nutrir de álgidos debates sobre el alcance y las limitaciones de estos principios.
Por lo que podemos preguntarnos: ¿Hasta dónde cabe el principio de no injerencia cuando se vulneran derechos fundamentales de la población sistemáticamente? ¿Cómo no interceder cuando el presidente controla los resortes más importantes del poder y de esta manera logra perpetrarse y atrincherarse en el sillón presidencial?
Si intervenir en Venezuela es crear un “baño de sangre” como afirma el gobierno ruso, ¿no lo es también no interferir?. ¿Por cuánto tiempo más tienen que tolerar los venezolanos vivir con sus libertades y derechos políticos vulnerados?
Mientras tanto el pueblo venezolano sigue de rehén.
No hay amigos en política internacional, hay intereses. Y Venezuela, además de contar con una posición geostratégica privilegiada, posee la mayor reserva de petróleo del mundo. Además, 15% del petróleo consumido por los estadounidenses proviene de Venezuela.
Si hay algo que este conflicto ha evidenciado es la hipocresía de la “comunidad internacional” -que de comunidad no tiene nada. Hace años que algunos de los presidentes de la región se rasgan las vestiduras por los hermanos del pueblo venezolano.
Sin embargo, la respuesta de la región han distado de transformarse en acciones concretas, quedándose puramente en el contenido simbólico o declamatorio.
El reconocimiento a Guaidó es tan solo una manera para presionar al gobierno de Maduro para que llame a elecciones. Si, Venezuela necesita elecciones limpias, libres y transparentes. Estas constituyen el primer requisito de cualquier democracia. Sin embargo, dista mucho de ser la única condición para que ésta se cumpla.
A las claras está que los problemas de Venezuela no se resolverán por arte de magia con la vuelta de la democracia. Pero es el primer paso. Un paso necesario para poder comenzar a resolver los problemas acuciantes que vive aquel país.
El conflicto tiene demasiadas aristas y data desde hace muchos años. Los intereses son muchos y contrapuestos y cada actor del conflicto cree tener la versión “correcta” de los hechos.
Lo cierto es que, con todas las instituciones sumidas en el más severo cuestionamiento, y con intereses geoestratégicos de por medio, el pueblo venezolano sigue siendo el único perjudicado.
Mientras tanto Venezuela se hunde cada vez más y una salida pacífica a la crisis parece inalcanzable.
{Se agradecen los aportes del Grupo de Jóvenes Investigadores del Instituto de Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de La Plata}